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TAMARA

No entendía que hacíamos ahí. Yo me esperaba ver algún monumento famoso, el Big Ben o el London Eye tal vez, pero acabábamos de entrar en un portal. Supuse que sería el suyo porque abrió con unas llaves que sacó del bolsillo interior de su abrigo.

Normalmente nunca me habría decidido a entrar en un portal con un chico al que acababa de conocer, pero Mateo me transmitía confianza, así que le seguí.

"¿Y si es un asesino sangriento y nos mata?"

Pero mírale, como va a ser un asesino ese chico tan perfecto.

"Quién sabe. Nunca te fíes de nadie."

Agité de un lado a otro la cabeza. Mi conciencia a veces era un poco dramática.

Al entrar no se veía nada, tan solo una lucecita de emergencia que estaba en el techo del hall. Entre las tinieblas logré localizar de nuevo su mano y la agarré con fuerza por temor a caerme.

Me llevó tras él a unas escaleras traseras, igualmente iluminadas con la luz naranja del techo. Durante la subida tropecé un par de veces, y si no llego a estar sujeta a él, seguramente me habría caído rodando.

Tras subir siete u ocho pisos alcanzamos el final, abrió una puerta y salimos a la azotea.

Me quedé sin palabras. Intenté abrir los labios para decir algo pero no pude. Tan solo me quedé ahí de pie, admirando la sensacional vista que tenía delante.

Londres entero iluminado. Con sus chimeneas encendidas y con algunas calles que aun conservaban las luces de Navidad. A un lado, St James Park y, tras él, el Big Ben y la Abadía de Westmister. En frente el Támesis y el London Eye que, aunque midiese 135 metros, desde ahí, parecía diminuto, y todo iluminado de rosa. Y, al otro lado, se podía apreciar a lo lejos el London Bridge. Era simplemente increíble.

-Es perfecto- susurré en cuanto pude encontrar las palabras- Gracias, Mateo.

-No podía dejar que te fueras de Londres sin haber estado en el mejor sitio de la ciudad- me guiñó un ojo.

-Es maravilloso ¿cómo lo descubriste? ¿Y cómo conseguiste las llaves? Si las has robado no te culpo, yo habría hecho lo mismo, es que, es... no sé... extraordinario. Me podría pasar aquí arriba el resto de mi vida. Bueno, si no fuese por el frío, claro.

La idea pareció divertirle porque se le curvaron los labios hacia arriba lentamente.

-No te preocupes, ese problema lo solucioné hace años. Ven.

Se alejó unos metros hasta una sábana que recubría unos muebles al fondo de la azotea, y la apartó con cuidado.

Era un sofá, un poco viejo y desgastado, pero muy limpio. Se notaba que pasaba allí mucho tiempo.

Se acercó entonces a tres muebles más altos y quitó también las sábanas que los cubría. Tres estufas.

Se me iluminó de pronto la cara. Era la solución perfecta.

Me acerqué rápido para ayudarle.

-¿Ves esa cajita de la esquina?- asentí- Vale, ábrela y colócalas todas alrededor de los palos- dijo señalando la pérgola que acababa de colocar detrás del sofá.

Obedecí y me agaché a por la cajita de cartón. Pesaba demasiado, por lo que la abrí en el suelo. Estaba llena de lucecitas pequeñas.

Se me dibujó una sonrisa en seguida.

Coloqué con cuidado las luces donde él me había indicado. Mientras, Mateo, puso las estufas rodeando el sofá, las encendió y... voilá!

Si pensaba que aquella azotea era el lugar más mágico en el que había estado nunca, ahora era infinitamente mejor. El frío había desaparecido y las luces amarillentas de las pequeñas bombillas hacían ese rincón tan íntimo y bonito que sentí ganas de llorar.

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