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MATEO

Llagamos a mi planta y entramos en la suite.

Me dirigí hacia el teléfono que había en la mesita de noche para llamar a recepción.

-¿Qué haces?- su voz me sobresaltó, a pesar de que había hablado suavemente, pero era lo primero que decía desde que habíamos entrado en el hotel y no me lo esperaba.

-Llamar a recepción, para que venga un médico- aclaré sonriendo.

Me giré de nuevo hacia el aparato para teclear los números y, de pronto, sus dedos se posaron sobre el botón de Off.

-¿Has colgado?- pregunté confuso.

-No necesito un médico.

-Claro que sí.

-Claro que no.

-Mara, te acabas de lanzar desde una farola, podrías tener una contusión. De hecho, hasta hace solo cinco segundos pensé que te habías olvidado de hablar.

-No me he lanzado, me he resbalado- protestó, cruzándose de brazos.

Sonreí divertido.

-Lo que sea, tú siéntate y esperamos a que te revisen.

-No, yo... debería irme, ya te he molestado suficiente.

-Tú no me molestas. Vamos, siéntate, por favor.

-Pero si el señor de ahí abajo casi te asesina por mi culpa.

-El señor de ahí abajo siempre tiene una excusa para querer asesinarme, así que tranquila.

-Ya pero...

-Mara, por favor, deja de llevarme la contraria un momento y siéntate, o te ato yo mismo a la silla.

Vi que resoplaba y me ponía mala cara, pero al fin me hizo caso y se sentó en la cama con las piernas cruzadas.

El médico tardó poco menos de tres minutos en llegar.

-Parece que está todo bien, señorita. Nada por lo que preocuparse- aclaró el doctor.

-Genial, muchas gracias, de verdad, y disculpe por haberle hecho venir por nada- se disculpó ella.

-No se preocupe, es normal que su novio se haya alarmado, ha sido una caída fuerte, pero ha tenido usted suerte.

-No...eh... él no es... ¿qué?- otra vez tartamudeaba, y yo no pude evitar reírme.

-Bueno- La interrumpió el médico- yo me marcho, se queda usted en buenas manos.

-Gracias por todo- me despedí, cerrando la puerta de la habitación.

Me giré y una almohada voló hacia mi cabeza.

-¡Eh! ¿A qué ha venido eso?- me quejé tirándosela de nuevo.

-Ves como no era nada- respondió, esquivando mi ataque- Me tenías que haber hecho caso.

Era realmente cabezota.

Negué con la cabeza, divertido. Nunca nadie se había quejado tanto de que le cuidase, bueno, en realidad hacía muchos años que no me preocupaba por cuidar de nadie.

-¡Ay, no! ¡No, no, no!- empezó a gritar nerviosa mientras sacaba su móvil del bolsillo.

-¿Qué ocurre?

-Mis amigos, me he ido sin decirles nada, seguro que están abajo preocupados.

Empezó a teclear muy deprisa.

-¿Leyre? Perdón, perdón... Sí, estoy bien... De verdad... Ha venido un médico y me ha dicho que estoy estupenda... Sí, en serio... ¿Qué? ¿Mateo? Eh...no, ósea, sí estoy con él pero... ¡Leyre!- la miré intentando averiguar de qué hablaban y vi que se había puesto roja otra vez.

-Dile a tú amiga que no te he secuestrado ni nada por el estilo- dije sonriendo- aunque bueno, ganas no me faltan.

-¿Qué?- me miró alarmada.

Misión cumplida, se había puesto todavía más roja, y me empecé a reír todavía más.

-Oh, cállate- puso los ojos en blanco, centrándose de nuevo en la conversación- Vale. Sí, ahora bajo.

-No, no, de eso nada- reaccioné enseguida, me acerqué y le quité el teléfono.

-¡Oye! ¿Qué haces? ¡Dámelo!- intentó recuperarlo pero la aparté con una mano.

-¿Leyre?- esperé a qué la chica respondiera.

-¿Si?- la chica sonó muy sorprendida por el cambio, pero en seguida reaccionó- ¿Mateo? ¿Eres tú?

-Hola, sí, soy yo. Encantado- me presenté- Solo quería decirte que voy a pasar el resto de la tarde con tú amiga, si no te importa.

-¿A mí? Claro que no, es toda tuya. Pero asegúrate de que coma algo porque sino se pone de mal humor.

-Vale, gracias por el consejo. Esta noche os la devuelvo- dije riendo, mientras Mara seguía intentando rescatar su teléfono.

-De acuerdo, pasadlo bien.

-Adiós, Leyre.

Colgué, le lancé el teléfono y ella lo atrapó al vuelo.

Estaba mirándome sin parpadear. Y yo no podía dejar de sonreír. Por fin volvía a tener una oportunidad para pasar un rato con Mara, y no iba a permitir que nada ni nadie me lo impidiese.

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