3. Saudade

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Estados Unidos dejó caer un suspiro de alivio cuando la puerta de su habitación hizo "click" y se arrastró hasta el piso, sentándose para poder respirar correctamente y aclarar sus pensamientos caóticos que amenazaban con hacerle caer en locura.

Quiso creer que no sabía lo que estaba pasando, pero no podía. No, no podía mentirse a sí mismo y hacerse creer impetuosamente que el ruso no estaba acabando  con su intranquila paz. No lo culpaba, él no había hecho nada malo, jamás le había faltado el respeto o molestado directamente. No, el ruso era alguien demasiado educado, o temeroso para si quiera dignarse a molestarlo con una charla inútil. Rusia no tenía ninguna culpa sobre lo que estaba pasando ni sobre lo que había pasado.

Maldijo a su corazón y sentimientos que aún prevalecían y apretó los dientes tratando de calmarse, pero conforme iba rememorando la razón por la cuál el ruso lo entumecía, supo que no se calmaría con simples ordenes mentales. Quiso llorar de frustración y golpeó el suelo, respirando entrecortadamente ante el recuerdo.

Si hubiese sabido, oh Dios, si él hubiese sabido lo que ocurriría, jamás se hubiera permitido hacer tantas estupideces como las que había hecho y maltratado su ya dañado corazón. Si hubiese sabido que esto le traería tantos problemas en un futuro lejano, si hubiera sabido del destino de sus sentimientos, él hubiese frenado todo antes de que se acumulara al igual que una gran bola de nieve rodando en una pendiente. Si tan sólo le hubiesen dicho eso, no estaría tratando de calmar su palpitante corazón.

Pero él fue un muchacho estúpido, intrépido, pero sobretodo optimista. Demasiado para su propio bien. Con tantas decepciones en su vida y una cachetada de realidad, su positivismo se había esfumado. Sin embargo, eso fue después de las guerras mundiales, después del crack del 29. Cuando ese él estuvo vivo, cuando todavía lo veía y besaba.
Él podía jurar cualquier idiotez y su estúpido ser lo acompañaría, sin saber que ese hombre acabaría viendo su final en un desastroso baño de sangre. Tal vez hubiera jurado que eso jamás pasaría y se hubiera burlado y reído de ello. Después de todo, él en ese entonces era poderoso y Estados Unidos no dudaba de su amor. Él creía que su amor y valentía podrían enfrentarse a la cruda muerte. Que estúpido, insensato e crédulo niño fue.

Estados Unidos todavía, a pesar de años de existencia y saberes del mundo actual, todavía seguía siendo un estúpido. No había cambiado en nada. Seguía siendo el mismo ingenuo e ignoramte niño que fue hace tantos años. El mismo idiota que creía que si todo no hubiese pasado, su corazón maltrecho no estaría tan lastimado por su propia estupidez.

Oh, bueno. Aún existían las decepciones y agregar una más a la lista no era difícil. No ahora cuando han pasado tantos años, tantas situaciones que ratificaron su comportamiento absurdo y cretino.

Aún así dolía. Dolía ver como los mismos ojos que lo miraron con tanta devoción y odio lo estaban escaneando otra vez. Como si no fue suficiente el quebrar los trozos rotos de su alma partida.

Cada vez. Cada vez que Rusia lo miraba no podía respirar. No podía evitar pensar que esto terminaría terriblemente mal para sí mismo. Tenía tanto miedo y furia dentro de sí mismo que tuvo que tragarla con fuerza para no dejarle ver que le afectaba su presencia. No cuando lo que pasó fue tan personal, íntimo. No sería adecuado derrumbarse frente a él y golpearlo sólo porque le recordaba a una época que quería enterrar y sellar por siempre mientras lloraba en la tumba de recuerdos tan amargos y dulces. Había un precio que tenía que pagar y todos esos sentimientos tan alegres que eran empañados por los oscuros tendrían que ser igulmente arrojados.

Pero no tenía cómo eliminar eso. Aún así el ruso desparecía totalmente de su vida, eso no calmaría al huracán furioso que se instauraba en su pecho. No mejoraría nada, tal vez empeoraría las cosas. No lo quería cerca, pero tampoco quería que desapareciera. Se sentiría que perdería a alguien por tercera vez.

Recordó otra vez. Recordó con tanta presición que dolió.

Dolía el recuerdo de los besos, golpes, abrazos, patadas, acercamientos, lejanías, palabras dulces, palabras agrias, cumplidos, insultos, disculpas, resentimiento, promesas...

Las promesas eran más dolorosas.

Se sintió mareado y no supo por cuanto tiempo estuvo divagando sobre su horrorosa vida. Recordando, gritando, callándose y sudando. Jamás le sentó bien ver al ruso. Cada vez que lo veía su corazón llamaba a su cerebro para que emitiera una y otra vez los capítulos mas dulces y agrios de su vida. Cómo una buena comedia, cómo si se tratara del mejor chiste y espectáculo que hayan visto.

Y tal vez se trató de eso. Ellos fueron los protagonistas, combinados hicieron un revoltijo en su corazón con sus opuestas personalidades y se fueron tan pronto como llegaron en su vida. Tan simple como eso. Y él fue quién recibió todo eso. La gente se reiría de sus desgracias y la injusticia lo tomaría de la mano, tratando amablemente y con la sonrisa más hipócrita y sádica del mundo, que no escapara de ese tan maravilloso escenario.

Tal vez ellos fueron igualmente condenados a ese mismo destino, con la tan cruel injusticia controlando sus movimientos. Ellos no se habían ido sin antes dejar una huella, y ahora, tenía otro nuevo integrante que se unía al divertido tormento de pesares emocionales y decepciones dolorosas. No supo cuánto más se viviría el ruso para que otro tomara su lugar y el estadounidense uniera a esa desafortunada alma a la rueda de dolor.

Porque él lo había iniciado, junto al Imperio, un juego sin final. Tal vez terminaría con la muerte de ambos. Tal vez sí, tal vez no. Tal vez sus almas se encontrarían de nuevo y renaduarían su pequeño y enfermizo juego.

Sonrió con ira hacia el suelo, apoyando su cabeza contra sus antebrazos y se quebró en un estruendoso llanto. No era tan fácil. Nunca lo fue.

Nadie dijo que ese pequeño juego de amor era fácil. Nadie dijo que el amor era sencillo y hermoso, y quién se atrevió descaradamente a hacerlo, estaba mintiendo. Porque él se había enamorado y estaba llorando por su maldito error.

Siempre fue un error.

𝙏𝙚 𝙘𝙤𝙣𝙤𝙘í, 𝙏𝙚 𝙘𝙤𝙣𝙤𝙯𝙘𝙤 | RusAmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora