6.1. Nitofilia

122 20 22
                                    

Moscú, Rusia 1989

URSS se sentía enfermo.

De hecho, se había sentido enfermo desde que nació.

Sus huesos se sentían débiles, sus músculos adoloridos. Sus párpados pesaban y la cabeza le reventaba. Quizás su muerte estaba cerca, tan cerca que podía saborearla y recordar cómo se sentía. Su mente se plagó de recuerdos que no eran suyos y no pudo evitar sentir cómo su casi inexistente corazón se movía a la par de sentimientos ajenos.

Se recostó en el sillón de su habitación, moviendo ligeramente el teléfono que reposaba en la mesa, pasando sus dedos sobre los números que tenía memorizado hace mucho.

Podía llamar a América y poner fin a todo. Podía llamarlo, tenderle una trampa y asfixiarlo hasta la muerte. Para este punto, Estados Unidos debía estar de igual o más cansado que él. Se dejaría ahorcar bajo sus manos y lloraría esperando que su intento de asesinato diera frutos. URSS podría hacerlo, pero no quiso.

Quizás, haber vivido durante décadas con sentimientos ajenos fue lo que lo condenó a ablandarse eventualmente. Fue URSS quien había nacido con los recuerdos de toda una vida, pero sin la capacidad de albergar los sentimientos que aparentemente iban ligados a estos. Se supone que cuando el Imperio Ruso murió bajo la revolución, URSS debía heredar todo lo que poseía: sus penas, sus amores, sus alegrías y sus lamentos. Pero, como si algo se hubiese roto, algo hubiese fallado, no pasó así. URSS nació con todo el conocimiento sobre el comportamiento de las naciones, pero aparentemente sin saber que actitud tomar frente a estas.

Fue por eso que el comportamiento de la nación eslava cambió radicalmente. Dios sabría a dónde fueron a parar los sentimientos del viejo imperio, pero a URSS no le interesaba en lo mas mínimo. Sólo sabía que, luego de ver a su rival y la nación más fuerte del mundo frente a él, sabía que él era la razón por la cual Estados Unidos jamás podría llegar a ser feliz.

Esa nación poderosa sólo se reflejó como un amante desilusionado frente a sus ojos. URSS sabía la verdadera naturaleza de Estados Unidos, a pesar de que él jamás se abrió frente a él. Supo de todos los revueltos que hizo en su tierra, todo lo que trató de hacer con tal de aferrarse un poco más a la memoria de su amante fallecido. Es por eso que cuando URSS se presentó por primera vez, radicalmente diferente en actitud y apariencia, Estados Unidos no supo qué hacer.

El soviético sabía que las naciones rencarnaban, sabía que el imperio había prometido eso a una América muy tonta e ingenua, y, con obviedad en sus ojos, sabía que esa misma cosa ingenua era la que esperaba un cambio en él. Un reconocimiento, un beso, algo de él.

Lo que le pudo conceder, en este entonces, fueron dos palabras articuladas con veneno.

"Привет, дорогой...¹"

URSS sabia que jugaba con fuego. Las llamas casi extintas de amor juvenil volvieron a revivir, abrasando su frio corazón. Estados Unidos volvió a sonreír con un cariño tan profundo que el soviético lamentó por un segundo el tener que volver a golpear su alma de una manera retorcida. América no era tonto, y más pronto que tarde, se dió cuenta que ese no era la reencarnación de su amado. Ni siquiera se asemejaba un poco.

URSS tenía sólo los recuerdos, y con eso, podía matarlo en mitad de la guerra.

América se protegió con una manta de fria indiferencia que no le cubría por completo. Porque cuando nadie más miraba, y América podía permitirse ser vulnerable, desparramaba sus sentimientos como si eso fuese lo único que necesitara URSS para que devolviera sus sentimientos con reciprocidad. Dejaba que sus propios labios hambrientos chocaran con los suyos inmóviles, pero expectantes. Estados Unidos jamás se negaría a URSS y eso, quizas, hizo que le tuviese un atisbo de lástima.

𝙏𝙚 𝙘𝙤𝙣𝙤𝙘í, 𝙏𝙚 𝙘𝙤𝙣𝙤𝙯𝙘𝙤 | RusAmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora