1.3. Regalo invernal

129 17 12
                                    

Anchorage, Alaska 1867

Estados Unidos sonrió con alegría y sus ojos brillaron contentos cuando vió al Imperio Ruso caminar pesadamente sobre la malesa y el hielo que se asentaba en las frías rocas. Con las mejillas sonrosadas, exhaló y tembló por las bajas temperaturas del ambiente. Se acercó un poco más al país que lo esperaba en la puerta de una vieja casa de madera que se sostenía a duras penas.

Cuando estuvo lo suficientemente cerca, su sonrisa se ablandó y cayó al pecho del contrario, sintiendo el corazón del contrario palpitar demasiado fuerte a pesar de las gruesas capas de ropa que abrigaban su gran cuerpo. Lágrimas picaron los ojos de ambos y sus sonrisas fueron una mezcla de nerviosismo y alivio al ver a su amante frente a ellos.

No había pasado tanto tiempo; sólo dos años desde que la guerra civil había acabado y el Confederado había sucumbido a su final. Sin embargo, las alegrías después de las guerras siempre emocionaron a las personas y fueron gratamente bienvenidas. El Imperio Ruso lo había acompañado y apoyado directa e indirectamente. Su momento de mayor tensión fue cuando pudo observar a lo lejos los barcos británicos, tratando de, supuso él, apoyar el bando contrario.

Bueno, eso no pasó y Rusia pudo estar tranquilo al menos un momento.

Su amante se veía mucho mejor que cuando lo vió por primera vez en aquel campamento militar, sangrando y agonizando por el dolor de la guerra interna. Su estado reconstruido fue refrescante y no resistió el impulso de besar sus labios con amor y acariciar las manos frías que antes habían estado temblando. Fue... hermoso.

El rostro del estadounidense se coloreó sorprendido y correspondió con cariño nervioso. Su dulce amor inocente siempre fue una cosa simplemente adorable que el ruso había logrado resguardar en su corazón. Sabía que esa emoción llena de pureza acabaría con el pasar del tiempo. Las naciones jamás permanecerían tan alegres y sanas tanto tiempo. No obstante, Rusia jamás dejaría de amar a su pareja occidental, no importa cuanto cambiara. Quería ver todas sus facetas y amar cada una de ellas. Aunque se resistía a observar a Estados Unidos tan triste; esperaba que la nueva promesa del Nuevo Mundo fuera tan exitosa como él creía que sería. América merecía lo mejor. Él deseaba eso.

Sus labios se separaron con bocanadas de aire que se observaban en el aire y Estados Unidos sonrió viendo el cielo.

-Sus paisajes son demasiado bellos. Aunque tendré que soportar el frío para poder visitarlo con frecuencia. Está muy lejos de casa, ¿sabes?- comentó Estados Unidos con una vista rápida al panorama antes de fijar su vista en el hombre de ojos dorados.

El Imperio Ruso zumbó por un momento, observando el rostro de su amante antes de hablar.- Aquí y ahora, podemos decir que este lugar es hogar de ambos. De mi para ti, дорогой.- Rusia podía decir que estaba bastante orgullosa de poder reclamar el lugar como un sitio en común y el compartirlo con su amante lo hacía mucho más dulce. -¿Qué dices? Podemos pasar algunos veranos aquí. Su clima no es siempre hostil, aunque bueno, en invierno si es muy inhóspito.

-¿Un lugar para ambos?- repitió el estadounidense.- ¿Quieres decir que... este es como un hogar para los dos? ¿Como una pareja casada?- sus ojos se abrieron bastante y sus palabras salieron atropelladas con fuerza.

Rusia asintió levemente y Estados Unidos tomó su abrigo con nerviosismo, mirando el lugar ahora con una nueva perspectiva. A Rusia no le podía importar menos; si su amante todavía era demasiado tímido para este avance, a pesar de que llevaban aproximadamente medio siglo, el ruso esperaría. Deseaba que América se entregara a buena voluntad y sin arrepentimientos. Realmente no quería arruinarle la vida.

Si América amaba a otra persona, maldito sea el corazón del ruso por tal desilusión. Sin embargo, Rusia sabía que su pareja lo amaba. La cuestión era saber sólo una cosa.

𝙏𝙚 𝙘𝙤𝙣𝙤𝙘í, 𝙏𝙚 𝙘𝙤𝙣𝙤𝙯𝙘𝙤 | RusAmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora