XII. Manuel.

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Briana
Actualidad

Hubo un tiempo en el que además de vivir en reminiscencias, coexistí con una versión mía que solo se culpaba por un futuro utópico. Sentía que cada aspecto de mi ser estaba teñido de gris, sin puntos medios a pesar de que el mismo color es un punto medio. Viví de nuevo en piloto automático, cumpliendo con mis rutinas, sin embargo mi foco de atención estaba en analizar el pasado, cuestionando en sus escondrijos un factor determinante para estar en un presente sin ella.
Tenía constantemente en la cabeza la idea de que mi vínculo con Elena se había acabado por algo que hice o dejé de hacer. Pensaba en palabras o promesas, en la ausencia de estas para ver si algún gesto me daba una pista, desenvolvía en nuestros encuentros buscando el o los detonantes de su adiós, hallando poco, lo que me desesperaba.

He de decir que no siempre fue así, no siempre estuve en ese registro infructuoso, desgastante que me entregase el porque de su huida. Fue un proceso, pasé por varias etapas luego de su marcha.

Al principio, el primer día que no tuve respuesta suya me preocupé, demasiado. Fui presa de esa sensación de saber que algo va mal, sin embargo soy y era de las que minimiza el pánico por lo que a pesar de que los mensajes le llegaban, y no eran vistos; las llamadas entraban, solo eran ignoradas, recuerdo que me dije: "está bien, está demasiado ocupada", intenté convencerme de que pronto tendría noticias suyas, me hablaría con su voz jocosa aunque algo agotada o la vería sonriente a pesar de las ojeras que probablemente acunarían sus ojos.
Por supuesto nada de eso ocurrió, su original voz no volvió a ser escuchada durante cinco años, su sonrisa preciosa era probablemente dirigida a otros sin embargo se esfumó para mi. Tuve razón en sentir que algo iba mal. Tuve razón en preocuparme, poco gané con empequeñecer.

En segunda instancia estuvo la rabia, al día siguiente, al finalizar las clases me planteé estar frente a su casa, sin embargo la cobardía me lo impidió, me impulsó a dejar mensajes en su contestador, algo cabreada, pidiéndole que por lo menos me dejase saber que estaba bien porque a pesar de la ira, del pánico, del dolor por suponer que sucedería lo que al final sí que pasó, me importaba más que se encontrara bien. Ese día no pude dormir, no pude comer, lo que más deseaba eran noticias suyas.

La jornada tercera fue decisiva, fue desgarradora, fue el inicio de la certeza, fue un encuentro silencioso que expresó más que mil gritos.
Aquel jueves fui hasta su casa, con el estómago encogido y las manos manchadas de pintura después de una asesoría de la que poco tengo en la mente. Nadie abrió, ningún sonido salía del lugar que ya conocía tan bien, su auto tampoco se encontraba en el estacionamiento. Allí el miedo tomó forma de una corta oración, con fuerza, sacó ese pensamiento rumiante al que intentaba minimizar y tuve el convencimiento de que se había marchado.
Era consciente de que podía estar en la universidad a pesar de que su horario la dejaba libre aquel día, podía estar trabajando, podía simplemente haber ido a comprar algo pero mi ser sabía que Elena había dejado el lugar, de paso, a mi.

Más rabia me llevó a marcarle sin descanso, a dejar otro par de mensajes en los que se me cortaban las palabras, en los que ahora analizaba con algo de vergüenza a pesar de que no hice nada malo, pues, le mostraba un tanto de la debilidad que dejaba en mi, al por poco romper a llorar.
Esa noche en cada mensaje que le mandé se reveló el ícono azul que me decía sin rodeos que habían sido leídos, sin embargo la respuesta a ellos no llegó. Esa ausencia de diálogo me dijo todo lo que necesitaba saber.
A partir de ese momento me sumí en una especie de letargo. No volví a escribir, a marcar o a intentar comunicarme con ella. Sé que me valoro y valoraba poco, el vivir fija a un sentimiento remoto reafirmó todos estos años esa carencia de estima, no obstante, tenía algo de orgullo y el grado justo de entendimiento. Para mí, ella dejó claro que no deseaba tener algo que ver conmigo, no fui siquiera digna de una respuesta convencional porque de nuevo, en su silencio estaba la afirmación más sincera que quizá me había dado.

Almas PerdidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora