IX. ¿Eres feliz?

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Briana
Actualidad

Hay una suave melodía haciéndome compañía, amenizando la estancia. Permito que el piano que domina la pieza me mesa de lado a lado. Muevo, de igual forma la espátula sobre el lienzo gastado para comenzar a poner un poco de yeso en las zonas que lo requieren. Cuando era chiquilla, al ver esta parte del trabajo, junto a mi abuelo o mi padre, me gustaba imaginar que quienes la llevaban a cabo eran una especie de doctores del arte, no estaba desencaminada, pues cuidamos, devolvemos y procuramos dar vida a las creaciones que por una u otra razón han perdido un tanto de la suya.

Envuelta en la música y la labor, retrocedo a la velada anterior, al olor a jazmines que llenaban la terracilla de casa, en la cual Dahian al igual que Luisa procuraron hacer una pequeña reunión para celebrar el que comenzaba esta nueva restauración.
Soy consciente de que varias veces deseé contarles parte de lo vivido con Elena, sin embargo cada vez desistía.

Me pica la palma de la mano al revivir un aspecto del contrato en el que no me había fijado antes, uno que de no ser por Luisa, no habría notado hasta que me depositaran la nómina. Esta es una cuestión que necesito aclarar con Elena, una que me incomoda en demasía, una que a pesar de que Lu catalogó como normal, para mi no lo es.

Ella suele ser generosa, todo es en función del trabajo que realiza o puede realizar la persona. Estoy segura de que se dio cuenta de lo buena que eres y por ello aumentó el precio. La tarde de la entrevista, dijo varias veces lo mucho que deseaba que  hicieses la restauración, dejaste una excelente impresión.

Su explicación no me tranquilizó, me hubiese gustado saber qué habría dicho de conocer toda la historia que nuestra jefe tenía en común conmigo. ¿Pensaría lo mismo que yo en cuanto al aumentar el sueldo?, ¿por qué siquiera no la he llamado para aclararlo?

Siento un cosquilleo recorrer mi espina dorsal, detengo la labor para acomodarme el cabello, creyendo que era esto, que era el pelo que tenía desperdigado por los hombros lo que dispersó esa sensación, sin embargo continuó. Noté un pequeño tirón en el dedo meñique de la mano izquierda, lo que me llevó a girar el cuerpo en dirección a la entrada del cuarto encontrando un par de iris oscuros puestos en los míos, una maleta que cargaba el peso de un cuerpo recostado en esta, una finilla sonrisa que me fue imposible no emular.

<<Qué preciosa se ve>>.

—¿Qué se supone que estás haciendo allí?

—No quería asustarte, si hablaba lo haría, si me acercaba también, decidí quedarme acá y ver un momento cómo trabajabas —me quedé observando su aspecto pulcro, en exceso cuidado, de pantalón y blazer gris, pero que de igual modo, denotaba agotamiento —. Me alegra que decidieses iniciar. Veo que has adelantado bastante en estos dos días, ¿llevas mucho trabajando? —comienza a acercarse, dejando la maleta tras su cuerpo. Su olor a rosas me llega antes que el calor de su cercanía.

—Tienes razón, voy bastante bien, creo que podría tenerlo listo para la próxima semana —hubo un gesto de fastidio en su rostro, uno que no intentó esconder, que mantuvo hasta que estuvo a mi lado —. ¿Quieres que demore menos en ello? —me sonrió, viendo directo a mis ojos, detallé su rostro cansado, su cabello brillante, volviendo a sus labios que seguían mostrándome un vestigio de la sonrisa.

—No. Tu trabaja a tu ritmo, Briana. ¿Te has sentido a gusto acá? —su mano se movió hasta la espátula que manipulaba minutos atrás, acariciando el mango de esta, me quedé absorta en la suavidad con la que movía los dedos por la madera, de esa forma decadente, que casi adormecía.

—Lo estoy, gracias, tu casa es preciosa y la vista desde este ventanal es tan tranquilizante.

—Por eso escogí este cuarto para la restauración, sabía que te gustaría la vista —esta oración me hizo enfocarle.

Almas PerdidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora