XI. Dulce almíbar.

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Elena
Febrero del 2018.

— ¿Cómo haces esto? A mí solo me queda un color parecido al de la caca —veía la mezcla con tonos marrones sin vida que tenía en el pequeño platillo. La carcajada de la hermosa mujer frente a mi llenó la estancia que sentía tan solitaria hace un rato, desde hace un par de meses que sucede esta maravilla, Briana llena mis espacios, cotidianeidad, rutina, de momentos para atesorar, por ello me deleité con esta muestra de alegría, apresándola, guardando su dulzura en mi mente.

—Pareces un bebé haciendo esa cara —un beso aterrizó sobre los labios que estaba frunciendo en forma de protesta por ser tan patosa en cuanto al arte, gesto que saboreé, me deleité con su gusto a cereza hasta que no pude más, hasta que volví a ser incitada, con una risita en compañía de una suave caricia en el brazo, para continuar mezclando a pesar de que no se me daba muy bien, cuando su cuerpo dejó de estirarse en mi dirección. Bastante mala ya era como para dejarme desconcentrar, y es que no era solo mi incapacidad para esto, era, además el talento innato que tenía la bella morena para hacer parecer que lo que hacía era un juego de niños. Ella poseía la capacidad de hacer ver el hecho de pintar como si cualquier esperpento pudiese ser un descendiente que llegaba algo tarde de Picasso.

—Creo que eres como un prodigio o algo así, la forma en la que pintas es tan suelta, parece que fuese algo natural en ti —halagué.

—Es solo práctica, si tu sigues haciéndolo vas a poder mezclar de forma exacta los colores —regresó su atención a mi, la frase que parecía dirigida a un niño de kinder nos llenó de algarabía por un rato, me convirtió en un blanco de bromas con el que gozamos abiertamente por varios minutos, sacándola de su faceta concentrada, de la Briana que respira y hace arte, de la mujer que como me había dicho antes —cuestión que ahora comprobaba —disfrutaba de cuadros, olor a acrílico, brochas, camisas anchas y bragas.

—Si logro hacerlo, ¿gano algo? —hablé viéndola de manera sugestiva, con los ojos entrecerrados y remarcando la cuestión al fijarme en su boca.

— ¿Quieres algo? —su voz me siguió el juego a pesar de que ella pretendió centrarse de nuevo en la obra en cuestión. La observé de arriba a abajo, varias veces, siguiendo el contorno de sus curvas bajo aquella camisa ancha, azul cielo, que ya me estaba comenzando a aprender de memoria, deleitándome con la silueta de su espalda, con su cadera pronunciada sobre la silla, con sus pantorrillas desnudas, olivas, con su figura que cubierta o no, me inflamaba de deseo y ternura.

Sabía que estaba dejándome llevar de forma veloz por lo que la artista desencadenaba en mi, era conocedora de que lo que estábamos procurando ser era intenso, nuevo, diferente para ambas aunque en distintas aristas; ella estaba descubriendo su gusto hacia el mismo sexo, yo, en cambio, me estaba permitiendo entregar a un vínculo jamás exprerimentado, menos carnal, más afectivo, uno que, de nuevo, en similitud a ella, me tomó por sorpresa, sin embargo, en cuestiones de conexión cada día sentía más la familiaridad entre las dos, los gustos en común, la sensación de saber que cierta cosa, gesto o comentario le va a gustar a la otra persona a pesar de que jamás se halla tocado el tema en particular. Briana tenía el don de permitirme conocerla sin siquiera tener que hablar, su risa, sus ojos, su obrar me guiaba. De igual modo podía hacerme olvidar el espacio, el tiempo, me permitía centrarme en ella, en mi, en nosotras sin que lo exterior perturbara aquello.

<<Es como ese pedazo superior del cuadro al que le está dando los toques finales, ella es un gran trozo de luz que deseo alcanzar>>.

El movimiento del pincel capturó de nuevo mi atención, era real que desbordaba ingenio, confianza, entrega en cada movimiento que daba sobre el lienzo. En este caso el cuadro que estaba frente a nosotras parecía lleno de vida, los cabellos alborotados de la pequeña daban la impresión de moverse, de hecho, cada que ingresaba una ráfaga de aire a la estancia imaginaba que era esta la que moldeaba el pelo de la pequeña. Su piel, el brillo de sus ojos, sus mejillas sonrosadas por efecto del sol que se adivinaba en una esquina superior de la obra. La expresión ávida que se leía en su rostro, cada detalle dejaba en evidencia el talento de quien me estaba enseñando su forma de mezclar bien los colores. Es cierto que la práctica hace al maestro pero lo que ella logra está a otro nivel.

Almas PerdidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora