XVI. Dulce presente y el eco del pasado.

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Elena
Actualidad

La idea de un nuevo comienzo me parecía en exceso tentadora, llenaba mi cuerpo de una felicidad algo ansiosa, me calmaba, me  sacudía a partes iguales, podría compararlo con la agitación de una tempestad y el sosiego que llega después de que esta acaba; cuando miras el cielo y pocas nubes quedan, cuando el sol emerge de nuevo, pero, si me detengo a pensar, el sol no siempre sale y la oscuridad no es del todo mala, en ese caso por ejemplo estaba bastante bien, me hallaba bastante bien envuelta en esta, con su olor suave sintiéndose en cada respiración que daba, con su calor cerca por el abrazo que me regalaba entre sueños, con su rostro que lograba ver desdibujado si alzaba los ojos. Con una tempestad y una calma que  estaban presentes en mi al tiempo, que tenía su nombre, que siempre había tenido su nombre y ahora se adueñaba con mayor libertad, con mayor ímpetu de lo que tenía a su alrededor, que curiosamente, era quien no dejaba de observarla, quien se resistía al sueño, a esa otra oscuridad que amenazaba por engullirme, que finalmente, lo hizo.

Dejé sin mucha gracia el espacio que compartía con la peli castaña, deseaba quedarme junto a ella, seguir observando su rostro adormilado, que se me antojaba tan tierno, acariciar otro rato su melena revuelta, quería acurrucarme a su lado como el pequeño animal que había estado la tarde al igual que la noche anterior a nuestro al rededor, que al parecer, identificaba las emociones que se dispersaban por el cuerpo de Briana, mas, poco deseaba incomodarla o que se sintiera forzada a algo.

Quiero que confíe en mí, que haga las cosas a su ritmo, sin embargo, si me quedo allí, viendo su hermosura desenfadada, sintiéndola tan cerca puede que haga algo que ella no desee. No sé qué tanto puedo avanzar, me parece desconsiderado sólo dejarme llevar por el anhelo que tengo de volver a sentir el calor de sus labios, el sabor de sus besos, su piel erizándose, el olor de su cabello, su voz sin contención... Por esto mejor regreso al presente, frente a la estufa para evitar que los huevos se quemen.

<<Sólo debo esperar a que ella sea quien dé el primer paso, tranquila>>.

Me obligo a sumergirme en la labor de cocinar para las dos, mas, esto me lleva a pensar una y otra vez en que la situación podría suceder de forma regular si llegamos a vivir juntas, si acepta mi propuesta, si podemos aprovechar el tiempo que nos queda, si me permite atesorarla, cuidarla, hacerla feliz, entregarnos a lo que sentimos.

Tantos síes me hacen soltar un suspiro a la nada, acrecentando la idea de tener calma, de dejar de sobre pensar lo nuestro, permitir que fluya e ir a su cadencia. Volteo para servir nuestros desayunos en los platos que están en la islilla de la cocina encontrándome con una figura en exceso arrebatadora: una Briana con el cabello húmedo, llevando un vestido ligero, de verano, de color blanco, inclinada en una de las paredes de la estancia, observándome de forma fija, con una sonrisa pegada de su bonito rostro, sin una gota de maquillaje. Se me contagió sin poder evitarlo su pequeña muestra de alegría.

—No tenías que molestarte, Elena.

—Ninguna molestia, si deseas toma asiento desde ya corazón —corro una de las sillas a los costados de la isla de mármol invitándola  a acomodarse. Al hacerme caso, la fragancia de su cuerpo y cabello me llega directamente por lo que no puedo evitar decir —: hueles delicioso —dejo un pequeño  beso en su coronilla antes de volver a concentrarme en terminar de servir, notando que no me quita los ojos de encima, lo que logra ponerme un tanto nerviosa, aunque me encanta su atención y lo que me hace sentir cuando al observarla durante un segundo, un par de veces, me regala una sonrisa cada vez más amplia. Luego de terminar de disponer todo para que podamos comer, me siento a su lado, contemplando el vestigio de su sonrisa.

—Tu también —me cuesta comprender lo último que soltó por estar abstraída en ella. Al leer mi expresión, aclaró —: también hueles muy bien, estuve un rato acostada en tu lado de la cama y hueles tan bien—sentí en segundos las mejillas completamente calientes por la sangre que se represó allí. De inmediato en mi mente una frase comenzó a saltar, como un pequeño juguetón.

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