XVII. Tempus fugit

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Elena
Actualidad.

Tiempo, una palabra tan corta que a su vez puede encerrar tanto, seis letras versátiles, amoldables.
Tablero de realidades, de infinitos anhelos.
Tiempo, tan eterno como fugaz, y es justo esa relatividad la que siempre me ha sorprendido; la manera en como es percibido, como puede notarse efímero para luego pasar a ser prolongado en un instante, como la impresión de su paso no es la misma en cada momento, esta vez, todo lo que se mueve a mi al rededor es ingrávido a pesar de donde estamos; un entorno tan frío a pesar del sol, tan asfixiante a pesar del espacio, sin embargo lo que Briana hace me llena más el corazón que ese sentimiento melancólico, ese vacío visceral, esa sensación de pérdida que me domina cada que visito el lugar.

Detallo como acomoda un pequeño arreglo de claveles en el espacio dispuesto para ello en la lápida, mientras su boca se mueve en frases cortas y bajas. Noto como sonríe un poco al hablarle a mi hermano, al pretender conversar con él justo como lo hice yo la última tarde lluviosa que estuve acá. Me sorprendo un poco al pensar que en lugar de anhelar, logro tener su cuerpo a mi lado siendo presa de una calidez que me hace sentir algo extraña, que empuja una diminuta cantidad de culpa amarga, desde la boca del estómago hacia arriba. Me obligo a dejar de pensar en que está mal no encontrarme tan rota al venir a ver a Pipe ya que es absurdo, regresando mi atención a lo que Briana hace, a su voz que ahora es más fuerte dejándome escuchar palabras sueltas, unirme de a poco a la conversación contándole aspectos de la personalidad y actitudes de mi familiar, así cada que avanzaba el diálogo se me hacía más cómodo al igual que placentero el permitir que fluyesen las palabras, hasta que terminé dándome cuenta de que, pocas veces había podido hablar con tanta soltura de él.

—Gracias —dije alzando la cara un momento a los rayos del sol los cuales me mimaban  de manera especial, aunque bien sabía que en realidad era la que recibía las cosas de forma diferente, tenía claro que la que percibía lo que llegaba del entorno con mayor candor era mi piel, mi alma.

—Gracias a ti por aceptar venir —su mano cogió la mía llevándome a cerrar los ojos, embobada con su suave tacto. Era más lo que quería expresar, mayor el nivel de agradecimiento que me recorría el cuerpo y la mente con su obrar, mas poco pudo soltar mi boca, pues mi mente era una enorme dicotomía entre lo que me recorría el cuerpo y lo que lograba transmitir.

Al pasar los minutos comprendí que a veces es mejor dejar que sea el contacto quien exprese lo que sentimos y supongo que Briana comenzó a dejarse guiar por lo mismo, pues nos quedamos así, envueltas en las alas de un cómodo silencio, en la sensación reconfortante de nuestro tacto, en el baile hipnótico, sin ritmo, de nuestros dedos hasta que con una mirada decidimos que era momento de salir.

—Gracias corazón —volví a decirle cuando nos acomodábamos en el auto, antes de encender el motor, dejando primero un beso en el dorso de su mano. Conduje hasta mi hogar, que apenas ahora estoy comenzando a sentirlo así: propio, sólido,  seguro; entre ritmos clásicos de parte de la bella mujer a mi lado, quien, al notar que estábamos llegando a nuestro destino comienza a buscar la llave, gesto sencillo, ahora habitual, que me conmueve, que me hace recordar como un par de semanas atrás, cuando le ofrecí aquel objeto metálico  pude leer en su expresión un hilillo de pánico, de confusión. Me cuestioné qué era lo que la hacía dudar tanto, por qué no aceptaba mudarse conmigo, compartir espacio. La respuesta llegó cuando me perdí un momento en sus ojos, sin dejarme mover por la inseguridad que se presentaba en mi pecho disfrazada de duda, de esa misma incertidumbre que transmitían sus iris miel, sus facciones tensas, el repiquetear de sus dedos sobre su pierna haciéndome vislumbrar que, con justa razón, a Briana aún le costaba aceptar que no me iba a marchar de su lado, como antaño, sin mayor explicación. Recuerdo mientras veo la carretera, como aquel día tomé una decisión que en realidad estaba en la mesa desde antes de comenzar nuestra nueva relación: tiempo, era mi aliado para mostrarle que estaba a su lado, que estaría hasta que ella lo deseara y, de paso podría tramar dulces triquiñuelas para que no quisiera que me alejase. Aparco con imágenes aún de aquel día, de como dejé de insistir en que se trasladara acá, como me tranquilicé porque de cierto modo es como si ya lo hiciéramos pues estamos juntas la mayor parte del día y de la noche.

Almas PerdidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora