17. Atenas, baby.

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Hace cosa de una hora que hemos aterrizado en Atenas y yo estoy igual o más emocionada de lo que estaba cuando fuimos de vacaciones a Ibiza. Vamos, como para vomitar arcoíris y llorar purpurina.

Es de noche y hemos cogido un taxi para que nos lleve al centro, donde está el hotel. Hemos tardado alrededor de media hora en llegar al hotel, dónde, cuándo hemos hecho el Check-in, nos hemos llevado una sorpresa. Irune, en vez de coger tres habitaciones, ha cogido dos. Por lo que voy a tener que compartir la habitación con Leo aunque no la cama, porque es una habitación doble. Dice que lo ha hecho para ahorrar pero, conociéndola, sé que no lo ha hecho únicamente por esa razón. Que, a ver, tampoco me voy a quejar porque compartir habitación con este maromo... no está nada nada mal pero es que yo me voy a derretir como una plastilina.

Después de dejar nuestras maletas en la habitación, hemos ido a cenar a un restaurante pequeñito que hay cerca del hotel. Durante la cena, hemos estado hablando de los planes para mañana y de algunas anécdotas que nos han pasado estando de viaje. Irune ha acabado haciendo una fuente de agua de las suyas y los demás riéndonos a carcajadas. Al terminar, hemos ido a dar un paseo para bajar la cena y ha sido especial. He flipado con todo lo que he visto; era todo tan bonito y tan mágico, que hasta me brillaban los ojos.

Al rato, muy a mi pesar, hemos vuelto al hotel y nos hemos despedido de Irune y de Aiden en la entrada ya que nuestras habitaciones están en diferentes plantas.

Ahora Leo y yo caminamos por el pasillo, uno al lado del otro, callados, escuchando la música de mi móvil, cada uno con un auricular puesto mientras buscamos nuestra habitación. La canción que estábamos escuchando se acaba y comienza a sonar "Flamenco y Bachata" y a mi me sale una carcajada involuntariamente. Voy ha hacer el ademán de cambiarla pero Leo me lo impide cogiéndome las manos y empezando a bailar cumbia conmigo en medio del pasillo mientras me susurra la letra al oído.

Ayyyy, que me derrito...

Encima, se le da bastante bien bailar mientras yo parezco un pato mareado. Le piso unas cuantas veces sin querer, provocando nuestras risas. Al final, tras un intento nefasto de bailar bachata, nos damos por vencidos y entramos a nuestra habitación entre carcajadas.

—¿Como puede ser que bailes tan bien la bachata?—pregunto cuando consigo que las carcajadas cesen.

—Mi madre me enseñó cuando era pequeño. Era profesora de baile. —Dice con una sonrisa triste en la cara.

—Nunca me has hablado de tu familia.

—No... bueno, no pensé que te importase mi familia, si es que se la puede llamar así.

—No entiendo qué quieres decir.

—Mi madre murió cuando tenía doce años y entonces me quedé solo con mi padre. Mi querido padre —vuelve a decir pero esta vez con resentimiento y yo solo tengo ganas de abrazarle, aunque no lo hago, me contengo—, no pudo soportar el dolor que le provocó la muerte de mi madre, así que se empezó a beber y a drogarse. Pasaba completamente de mi y a veces ni me pagaba los libros de texto o el instituto. Cuando tuve la edad de independizarme, lo hice y ya no volví a saber de él hasta el día que nos encontramos en la playa, que era su cumple y me llamaron para decirme que se había matado.

—Joder, lo siento —digo sin poderme creer lo que oigo y esta vez sí que le abrazo, enroscando mis brazos alrededor de su cuello, a la vez que él enrolla los suyos en mi cintura y se aferra a mi. Nos abrazamos tan fuerte que, durante estos segundos solo somos un corazón latiendo a la vez—. Lo siento de verdad.

—Créeme, yo también lo siento —responde con la voz rota y a mi se me rompe un poquito más el corazón—. Aunque solo fue mi padre doce años. Después de que mi madre muriera dejó de serlo y aún así me duele. No sé, supongo que, muy en el fondo, seguía considerándole mi padre porque seguía viviendo de los recuerdos que tenía de cuando era pequeño —suspira, rompe el abrazo y me mira de esa manera tan suya que hace que siempre se evaporen mis braguitas mientras las comisuras de sus labios se elevan formando una sonrisa débil—. Pero ahora no hablemos más de este tema, por favor.

—Si, claro —murmuro y miro la hora, las dos y media de la noche —. ¡Ostias, que son las dos y media de la madrugada y mañana tenemos que madrugar!

Me levanto como un resorte y comienzo a buscar el pijama antes de irme hacia el baño para cambiarme. Por el rabillo del ojo, antes de entrar al lavabo, veo como Leo se queda mirando el suelo un momento, pensativo, con cara seria y triste y luego, de repente, niega con la cabeza, se levanta y comienza a hacer lo mismo que yo.

Me duele verlo así, no debería haber sacado el tema ni tampoco haber preguntado. Está claro que él quería a su padre a pesar de los últimos años y que le echa mucho de menos, igual que a su madre. Y eso duele. Duele echar de menos y darte cuenta como la vida cambia tan drásticamente y como puedes pasar de tenerlo todo a nada en solo cuestión de segundos.

Cuando acabo de cambiarme y de asearme, cojo las cosas y salgo del baño. Él ya está en su cama metido y solo me sigue con la mirada, sin decir nada. Yo me dirijo a mi cama mientras, por el camino, dejo la ropa encima de una cómoda. Cuando me estoy agachando para dejar los zapatos al lado de mi mesita de noche, pierdo el equilibrio y el cuerpo se me va para delante haciendo que me coma la pared. Rápidamente, intento recomponerme mientras cruzo los dedos esperando que Leo no lo haya visto pero cuando oigo sus carcajadas contenidas se que lo ha observado todo y yo me pongo roja sin poder evitarlo.

—¿Estás bien? —consigue decir cuando se calma.

Asiento mientras me meto en mi cama y me cubro con la manta.

—¿Pero de verdad estás bien?

—Que si —contesto con tono exasperante, pero con una sonrisa.

—Está bien. Buenas noches, jodida amazonas.

Después solo me guiña un ojo, apaga la lamparita y se da la vuelta. Lo que decía, que me voy a derretir como una plastilina.


No me cuesta mucho quedarme dormida pero, al rato de hacerlo, me despierto debido al presentimiento de que algo no va bien. Al abrir los ojos veo que, a los pies de su cama, está Leo sentado con los codos en sus piernas y con la cabeza entre sus manos.

—¿No puedes dormir? —susurro mientras me incorporo y me froto los ojos.

—No —niega con la cabeza y se gira para mirarme y conectar sus ojos con los míos—. El tema de mis padres me quita el sueño muchas veces.

—¿Prefieres que nos pasemos la noche hablando? —propongo.

—Tienes que dormir.

—Nah, dormir está sobrevalorado—sonrío y doy golpecitos sobre el colchón—. Ven, anda.

A él se le contagia la sonrisa y hace lo que le pido. Se dirige al otro lado de mi cama y se mete debajo del edredón conmigo.

—¿Hablamos? —propongo.

Leo niega con la cabeza y me abraza.

—¿No? —pregunto sorprendida.

—No. Mañana. Ahora vamos a dormir.

—Pero si no puedes dormir...

—Contigo sí.

—Ujum... Me da que tienes más cuento que Calleja.

—Ujum.

Yo no digo nada más, solo sonrío y me doy la vuelta entre sus brazos quedando en la posición de cucharita.

—Buenas noches, jodida amazonas —repite contra mi nuca y a mi se me eriza la piel.

—Buenas noches, Leo —susurro con una sonrisa instalada en mi cara y así nos quedamos dormidos.

Todo empezó en IbizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora