—Lo sentimos muchos, hermana —me dice Dana.
Asiento a la vez que absorbo por la nariz de forma ruidosa y me vuelvo a secar las lágrimas con el pañuelo de papel hecho jirones que arrugo entre mis manos. Ellas ejercen de perfectas amigas, dejando que me desahogue mientras me proveen de más pañuelos, y un hombro sobre el que llorar.
—Mi abuela ejerció de madre, de padre, de amiga... Sé deslomó para que no me faltara de nada... Y tengo la sensación de haberle fallado. Debería haber llamado alguna de mis tías para que la llevasen al médico o...
—No —me interrumpe Mae—. Tu no le has fallado. Ella era una persona adulta...
—Y muy cabezona...—sigue Irune—. Lo de obligarla a ir era, como poco, un deporte de riesgo.
—Un poco sí... —contesto riendo entre sollozos.
—Ya te lo ha dicho el médico. Se constipó y su edad hizo el resto —dice Leah, tan directa como siempre.
—Lo sé, pero es que me parecía tan fuerte. Era mi pilar...
Ellas se limitan a abrazarme sin decir nada. Al rato, todas se van menos Irune que se queda a ayudarme a recoger la ropa de los armarios, pero finalmente también se acaba yendo porque tiene que entrar a trabajar.
***
Ya tengo toda la ropa metida en cajas y, aunque pensaba que me iba a costar mucho, reconozco que la música y el vino me están ayudando a sobrellevarlo bastante bien.
Con los brazos en jarras, miro alrededor de su dormitorio, satisfecha. Me seco el sudor de la frente, doy otro trago a mi copa y empiezo a empujar cajas hacia el salón. Las apilo en un rincón como puedo, para llevarlas por la tarde a una ONG y, cuando empiezo a caminar de nuevo hacia el dormitorio para "meterle mano" al altillo del armario, llaman a la puerta. Seguro que será algún vecino que se acaba de enterar y viene a darme el pésame. Aunque tengo mis dudas de que aún quede algún vecino por enterarse, porque después del espectáculo de la ambulancia, me extraña que haya alguien en el barrio que no lo sepa ya.
—¿Quién?
—Yo.
Su voz es inconfundible, pero aun así no puedo creer que sea realmente él. He estado evitando sus mensajes desde el domingo y en el hospital apenas le hablé porque seguía en estado de shock, solo pude darle las gracias cuando me dio el pésame y dejarme arrullar por él.
—¿Y quién eres tú?
—El hombre del saco.
Abro la puerta y me apoyo en ella para no perder el equilibrio al verle. Lleva el pelo como siempre, despeinado y tampoco se ha afeitado. Ou mamma...
—Que sepas que acabo de llamar a la policía y se van a presentar aquí en cualquier momento para arrestarte, hombre del saco —digo mientras me aparto, para dejarle pasar.
—Bonito conjunto —dice al pasar por mi lado. Me miro de arriba y abajo y me doy cuenta de que llevo unos pantalones cortos, muy cortos y una sucia camiseta de tirantes que deja poco a la imaginación. Acompañando mi conjunto a medio camino entre furcia y pordiosera, llevo una "coleta", que no sé si puede llamar así porque tengo más pelos sueltos que atados, y unas zapatillas de deporte que vivieron mejores tiempos.
—Espero que vengas con ganas de limpiar armarios.—Digo mientras me deshago la coleta para volvérmela a hacer en condiciones.
—Claro, y vengo con provisiones —contesta, enseñándome el pack de cervezas que lleva en su mano derecha.
—Uff, me he bebido una botella entera yo solita y es más de lo que mi cuerpo puede tolerar y muchísimo más de lo que mi conciencia me permite para ser un miércoles.
—Vaya mentirosa estás tú hecha. ¿Las dejo en la cocina?
—Mmmm, si.
—¿Listo para limpiar armarios?
—Claaaaro, limpiar armarios es mi pasión. —Bromea y sonríe como un maldito.
—Ajá. Vamos anda. —Digo mientras le empujo hasta la habitación.
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Todo empezó en Ibiza
RomanceGiselle necesita un cambio de aires y un viaje a Ibiza con sus amigas cambiará su vida. *** Giselle (léase en inglés), trabaja en atención al cliente de una importante multinacional y está, como poco, desorientada. Necesita tiempo para olvidar, reco...