18. Ojalá no me hubiera despertado.

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Le quito la camiseta y le contemplo. No está cachas, pero tampoco en los huesos. Me muerdo el labio, conteniéndome. Su miembro está erecto y madre mía... Me vuelvo a acercar a él y mi autocontrol desaparece cuando me besa. Nuestros labios fundidos. Su lengua. La mía. Su mano derecha enredándose en mi pelo y la izquierda buscando uno de mis pechos. Mi mano colándose entre los dos, bajo su ropa interior está caliente, duro. La agarro y sigo la contundencia de su erección con los dedos.

Aprieta mi pecho. Jadeo. Aprieto su polla. Gruñe.

—Estás caliente, bebé —le susurro a pocos centímetros de sus labios.

—Tú también —responde Leo.

Me acerco más a su boca, nuestros labios se rozan y en ese momento, justo antes de besarnos, todo se funde en negro.
Abro los ojos sobresaltada. ¿Qué cojones ha sido eso?, ¿¡Estás caliente, bebé!?, ¿En qué momento?

Noto mi respiración irregular e intento controlarla. El sueño me ha puesto un poco cachonda, para que negarlo, además de atontada, nerviosa y agitada. Poco a poco me voy calmando mientras me hago una idea de dónde y con quien estoy. Siento un montón de cosas a la vez. Su cuerpo. El mio. La postura en la que estamos, propia de una pareja y de dos cuerpos que están cómodos rozándose y tocándose. La intimidad. Estoy tan cerca de él. Puedo oler su piel. Me acomodo en su costado y paso una pierna por encima de él, para encajarla entre las suyas.  Leo, aún dormido, me abraza  y me estrecha más contra su cuerpo. Mi nariz está en contacto directo con la piel de su cuello. Huele a él, a ese olor de suavizante, perfume, coco y no sé qué más. Huele un poco a mí también. Ojalá oliéramos así siempre...

Después de media hora decido levantarme, no porque quiera, sinó porque me estoy meando. Saltando por encima de su cuerpo con torpeza, consigo salir de la cama. No me he cansado del contacto, si fuera por mi me quedaba toda la vida ahí, junto a él observándolo dormir, pero me está haciendo daño estar así, supongo que ni porque yo me creo que pueda llegar a pasar nada entre nosotros, a pesar de que nos besamos hace unos meses en Ibiza, antes de que yo volviese a Madrid.

Mi cabeza ha empezado a dar vueltas y, como suele pasar siempre, nunca llego a ninguna conclusión buena.

En el baño, me lavo los dientes, la cara y hago pis. Me quedo unos minutos con la mirada perdida, recordando el sueño. Ojalá no me hubiera despertado.

Como sigo cachonda, es mejor que me dé una ducha para bajar la temperatura.

Cuando salgo, me enrollo una toalla al cuerpo y vuelvo a la habitación a buscar ropa para cambiarme. Leo sigue durmiendo así que intento no hacer el más mínimo ruido. Una vez he cogido toda la ropa, voy corriendo al lavabo para cambiarme y adecentarme. En el fondo estoy de buen humor; la ducha ha disipado un poco la vergüenza que me ha provocado soñar eso y ahora solo puedo pensar en Leo y yo, frotándonos. Lo mío no puede ser normal.

Vuelvo a salir del baño, ahora pareciendo una persona, y me dirijo a guardar las cosas que he sacado para no dejarlas de por medio.

Cuando estoy cogiendo los zapatos que dejé ayer al lado de la mesita de noche, oigo un bostezo detrás mío. Ese ha sido Leo, por si no está claro, que me mira con los ojillos hinchados por el sueño, desde su lateral de mi cama. Por Dior. Qué guapo.

—Hola...—le digo con cara de depravada.

—Hola, jodida amazonas.

Esboza una sonrisa preciosa y cierra los ojos mientras se estira. Lo observo mientras lo hace. La sábana se le escurre un poco por su abdomen y entonces me fijo en un bulto que sobresale un pelín más para abajo. Rápidamente, desvió la mirada y me concentro más por hacer entrar mi pie en el zapato.

Todo empezó en IbizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora