3. Puta Vida.

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Hemos salido a bailar a una discoteca. Había que hacerlo si o si. Si por algo se conoce Ibiza es por las discotecas, las playas y los mercadillos hippies. Mae y Dana se han vestido como furcias (no las estoy criticando, ellas mismas lo han dicho cuando se han visto con los vestidos ceñidos puestos) y las demás nos hemos puesto moninas pero cómodas, vamos a bailar ya beber no a engatusar a nadie. No podemos competir con ellas dos cuando se emperifollan así. Tienen ganas de echar un casquete. Y todo el mundo sabe que cuando una chica quiere follar una noche... folla.

Así que nuestro panorama consiste, básicamente, en ver un desfile de hombres frente a nosotras a los que solo les falta desplegar sus plumas y colores a lo pavo real. El baile de los gallipavos, señoras y señores. Ellas están encantadas, por supuesto, son todo sonrisas, pero las demás estamos un poco agobiadas y con cara de querer matar a alguien. No me gusta cuando la cosa va de "consigue un rabo y corre". A ver, se que llevan una temporada un poquito mala por decir algo pero, macho, esto es agobiante.

Al final, después de bailar un rato, mientras ellas cuatro se quedan en la pista, yo me voy a la barra a beber porque no dejo de pensar en Hugo y porque no tengo nada mejor que hacer. Además, dicen que el alcohol va bien para ahogar las penas.

Media hora después me doy cuenta de que no me queda dinero en metálico para seguir matando ciertos recuerdos con alcohol y decido que voy a ir en busca de un cajero. Se lo digo al chico que se sentó a mi lado en la barra y que está tratando de arrastrarme a la pista de baile, sin mucho éxito, y aunque insiste en invitarme a él, consigo quitármelo encima. Creo que se da cuenta de que no va a sacar (ni meter) nada, porque al acercarme a las chicas para avisarlas atisbo por el rabillo del ojo que se acerca a un grupo de mujeres en busca de nuevas presas a las que contarles que odia su vida, las dietas, el gimnasio y las maquinas de correr.

Le hago señas a Mae, que está muy acaramelada con su maromo, como no. No me entiende y me grita que «qué quiero».

—¡Dinero!

Veo que me va a tirar su bolso, pero lo que yo quiero es salir de allí cinco minutos o más, si puedo. Niego con la mano y le enseño mi tarjeta de crédito. Asiente y vuelve a enroscarse al desconocido del culo prieto. Hoy le tocó a ella cantar ya mí mirar. Ya volveras la suerte.

Ando despacio por el paseo cruzándome con pandillas de guiris exageradamente rojos (parece que no saben que existe la crema del sol protección cincuenta para "Caspers" como yo y como ellos) y muy borrachos. Pregunto a unos con pinta de no estar tan perjudicados como los otros por un cajero y me mandan dos manzanas más para allá. Menos mal que no me puse tacones.

Sigo caminando y me meto poco a poco en mis pensamientos. Cuando llego al banco estoy hasta el cuello de recuerdos de mi relacion con Hugo. Todo chorradas. Ni siquiera me acuerdo de cuánto sacó y vuelvo con intención de decir a la chupipandi que no estoy de humor y que me voy a dormir al hotel. Cuando llegué al local donde la había dejado..., sorpresa, no las encuentro. A ninguna de las cuatro. Como si me estuvieran leyendo el pensamiento, recibo un mensaje de Irune diciéndome que ella y Leah están en un banco sentadas, esperándome. Así que salgo de la discoteca, un poquito más animada de repente porque me voy a dormir, y me dirijo a donde ella me ha dicho que están y, efectivamente, ahí las encuentro hablando.

—Ey —digo cuando llego hasta ellas— ¿Dónde están las otras?

—De eso te queríamos hablar —empieza a decir Irune—. Se han ido al hotel.

—Valep . —Pues vámonos nosotras, ¿no?

—Tía, no lo pillas. Se han ido con chicos. —Interviene ahora Leah ya mi se me cambia la cara dándome cuenta de la situación.

Todo empezó en IbizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora