7. Adiós.

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No sé cuántas horas llevamos durmiendo pero yo, que estoy agarrada a los cojines cual koala, noto que unos brazos me los quiere quitar y tira de ellos. Son MIS cojines y no se los voy a dar a nadie por mucho que forcejeen. Así que cuando veo que los brazos no cesan de tirar, cojo uno, el más pesado, y me lío a cojinazos con quien me los quiere quitar. Cuando noto que ya no tiran más, cojo todos mis cojines y me giro. Pero al momento vuelve a la carga y vuelvo a reaccionar igual mientras me voy moviendo más hasta el borde de la cama. Noto que para otra vez. Pero a los dos segundos siento como se desliza en la cama y yo ruedo cada vez más hasta el borde. Vuelve a deslizarse otra vez más y yo, un poco cansadita ya, tiro mi pierna hacia atrás con la intención de darle una patada a ese individuo quita cojines y, por raro que parezca, le doy aunque no he tenido que levantar la pierna tanto como me esperaba. Me muevo un poco más y, creo que demasiado tarde, noto que ya no estoy en la cama sinó que levito. En ese momento abro los ojos y solo veo el suelo. Abro mucho los ojos pensando que estoy presenciando en cámara lenta mi caída de boca hacia el suelo, pero me percato de que unos brazos enroscados a mi cintura, uno de ellos tatuado, me sujetan para luego tirar de mí hacia la cama.

Cuando vuelvo a estar encima del colchón, me doy la vuelta entre los brazos que me han salvado de quedarme sin dientes y veo que el propietario de estos es Leo. Suspiro.

—Gracias por evitar que me quede sin dientes. —digo y él sonríe.

Uff...demasiado guapo para ser verdad.

—De nada, pero deberías pedirme perdón por casi dejarme sin hijos.

—Ya decía yo que no había tenido que levantar mucho la pierna —me río y él se contagia—. Pero eso te pasa por querer robarme los cojines.

—Es que yo también quería uno. No compartes.

—No, a ver, sí comparto pero lo que no puede ser es que tires de ellos sin pedir permiso.

—Uy, perdona, la próxima vez te despertaré y te pediré permiso, su majestad.

—Ni hablar. Si lo haces, te volveré a dar una patada y esa vez sí que te dejaré sin descendencia.

—¿Entonces?¿Me agarro a ti? —sonríe y entonces me percato de que sigue teniendo sus brazos alrededor de mí y de que estamos muy juntos y me sonrojo.

—Mientras no me quites los cojines... no creo que ponga inconveniencia.

—Está bien saberlo —dice y yo solo asiento, estoy embobada mirándole.

Nos quedamos callados, solo mirándonos. Tiene el pelo revuelto y cara de dormido. Suspiro bajito, otra vez. Estoy nerviosa. Veo que su mirada oscila entre mis ojos y mis labios como pidiendo permiso. Vamos acercándonos poquito a poquito hasta que nuestros alientos se entremezclan. Cuando estamos a punto de encajar nuestros labios, suena mi teléfono. Joder..., juro que quien sea me lo va a pagar. Me separo de Leo, muy a mi pesar, y me levanto a coger mi teléfono que está en el bolsillo de mis pantalones.

Observo la pantalla. Es Mae. Descuelgo.

—¿Qué? —respondo, no muy contenta, la verdad.

Entendedme, ella se ha pasado toda noche follando en nuestra habitación, yo no he podido dormir en mi cama por su culpa y la de Dana y, ahora que justo me iba a besar con un chico super guapo, va y me llama interrumpiéndonos. Le voy a cantar las cuarenta cuando la vea.

—Qué humos, parce. —Dice con su colombiano característico.

—Pues sí, ¿qué quieres?

—Saber dónde estás. ¿Has visto la hora que es?

—No, porque estaba durmiendo. ¿Y tú?¿Has visto el mensaje que te dejé a las cuatro de la mañana?

—No me has enviado ningún mensaje...—la oigo trastear en el teléfono cuando vuelve a hablar—. Ah, JAJAJA...sí, aquí está...

—Por supuesto que está.

—Sí, oye, vamos a ir a comer a un restaurante en dos horas y nos gustaría que vinieras, así que apúrate.

—OK, ¿algo más?

—No, no, solo era eso.

—Vale. En un rato estoy allí —digo y cuelgo.

Qué rabia, joder.

Dejo el móvil en su escritorio y me giro. Le veo fumando un cigarrillo tumbado. Aix...es tan macarra que fuma en la cama pasando por alto los riesgo de morir por cremación.

—¿Tienes que irte? —dice girando la cabeza para mirarme y yo asiento.

Sin darle tiempo a decir nada más, cojo mi ropa y corro hacia al baño para cambiarme.
Cuando estoy, me miro al espejo. Tengo unas ojeras bastante pronunciadas y mejor no hablemos de mis pelos. Me los intento peinar con los dedos pero como veo que no se colocan, me hago una coleta. Mejor. Antes de salir, cojo su ropa y la doblo. Luego salgo del baño y le encuentro sentado en el alféizar de la ventana leyendo algo en el portátil.

—Me voy —murmuro mientras dejo su ropa en la cama—. Gracias por dejarme dormir aquí.

—De nada. —Se levanta y se dirige a la puerta de su dormitorio antes de abrirla y hacerme una inclinación—. Vamos, anda, que te acompaño a la puerta.

Salimos de su habitación y me doy cuenta de que voy muy ligera y que me dejo algo. ¡El bolso! Me paro, me doy la vuelta y me choco con su torso con tanta fuerza que casi me caigo hacia atrás. Cuando todo deja de darme vueltas, pido perdón, y salgo corriendo hacia la habitación y cojo el bolso. Rebusco en él para ver si lo llevo todo pero no encuentro el móvil. Arrugo la frente y la nariz, entorno los ojos y miro por la ventana, poniendo a trabajar todas y cada una de mis neuronas que tengo despiertas en este momento para intentar recordar dónde he dejado el móvil hace apenas quince minutos.

—¿Qué haces con la cara? —le escucho decir mientras se apoya en el marco de la puerta. Me giro y le veo sonriendo, aguantándose la risa.

—¿Cómo que qué hago?

—Sí, arrugas la frente y la nariz y entornas los ojos.

—Claro, estoy intentando recordar.

—Pues, chica, qué manera más rara de recordar las cosas.

—Calla y ayúdame.

—¿Pero qué estás buscando?

—Mi móvil.

—¿Y te acuerdas de dónde lo has dejado o ponemos toda la habitación patas arriba?

—No, no, a ver, creo que lo dejé en tu escritorio pero es que no quiero tocar porque es tu espacio de trabajo y no quiero liarla. —Digo y se acerca a su mesa.

Empieza a buscar entre papeles y lo encuentra. Le vuelvo a dar las gracias, más feliz que una perdiz, y nos volvemos a dirigir hacia la puerta. La abre, paso y se apoya en el marco con los brazos cruzados encima del pecho.

—Bueno... Adiós. —Me despido, un poquito triste, y me dirijo a las escaleras bajo su atenta mirada.

—Adiós —susurra y por un momento creo que también he notado un deje melancólico pero, como estoy más allá que acá, no estoy segura.

Antes de desaparecer por las escaleras, giro la cabeza y descubro que sigue mirándome, así qué le guiño un ojo y sonrío para después seguir bajando escalones. Uf...

Todo empezó en IbizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora