12. Problemas que no tienen solución o tal vez sí.

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Después de que escuchara aquella conversación, se acabó todo. Corté por mi. Solo me juré que lo único que tendría con él serían revolcones cuando estuviera muy pero que muy desesperada aparte de la relación estrictamente necesaria que tenia que tener con él en el trabajo. Nada más. Estaba enamorada de él pero, aún así, me obligué a dejar de pensar en Hugo manteniéndome ocupada. Tengo y tenía muy claro que la persona que me quiera de verdad me defenderá y protegerá delante de la persona que sea, ya sea de su familia o no. Y él no lo hizo, simplemente calló mientras su madre despotricaba contra mí y eso, me gustara o no, me dejó claro el tipo de persona que era. Así que corté por mí.

Bloqueé y eliminé su contacto de mi teléfono. Entonces, como no tuvo modo de contactar conmigo, un día que estaba con Mae y Dana, se presentó y tuvimos una charla a gritos donde se lo dejé todo aclarado.

—¿Qué haces aquí? —le pregunté, en cuanto mis amigas se fueron y nos dejaron solos, mientras me frotaba las sienes.

Estaba para comérselo, pero hice tripas corazón y me centré en el problema.

—He venido a bailarte la conga —dijo con sorna, claramente vacilándome—. ¿Tú qué crees?

—No me vaciles —siseé—.¿Qué quieres ahora?

—Hablar contigo, está claro.

—¿Sobre qué?

—Sobre el porqué, desde hace dos semanas, no me respondes a mis mensajes ni a mis emails, me bloqueas para que no te lleguen mis llamadas ni los mensajes, me ignoras, me evitas y encima hablas con los otros compañeros de trabajo mientras alguno te come con los ojos.

—Hablo con quién me dé la real gana, no con quien tu me digas. ¿De verdad que no sabes el porqué?

—Pues no, no hay quien te entienda —dijo y yo me cabreé más de lo estaba.

—No, no hay quien te entienda a tí. ¡Dices que estás enamorado de mí, que te gusto y un montón de lindezas como esas sin ningún significado porque, el otro día, mientras tu madre me ponía a parir delante tuyo llamándome princesa barriobajera y un montón de gilipolleces más, no tuviste ni los santos cojones de defenderme, solo callaste! Lo que tenías que hacer tú, lo hizo tu padre y debería darte vergüenza. Y si...

—Vergüenza debería darte a ti escuchar conversaciones ajenas —me interrumpió pero yo seguí hablando.

—...realmente estuvieras tan enamorado como dices que estás, me hubieras defendido fuese tu madre o no. Y no, no me da vergüenza escuchar conversaciones ajenas sobretodo cuando las oigo hasta estando en el baño así que, si la escuché, no fue porque estuviera cotilleando sinó porque tu madre estaba gritando como una energúmena —paré un momento para coger aire y luego volví a la carga—. No sé tú, pero yo no quiero a alguien como tú a mi lado así que, por favor, como no tienes nada más que decir, vete de mi casa.

—¡No, no he acabado!—gritó y en ese momento entraron Mae, Dana e Irune, la primera con un palo de escoba, la segunda con una sartén en la mano y la tercera con una chancla. Sonreí con la boca cerrada, aguantándome la risa por lo cómica que era la situación. ¡Qué tías!

—Yo creo que sí —indicó Mae.

—Sí, yo también lo creo. —Afirmó Irune.

—Y yo también. Así que venga, chato, ya sabes donde está la puerta. Desfila—dijo Dana señalando la puerta con la mano que tenía libre.

Hugo la miró de malas maneras por su comentario pero ella no se dejó amilanar. Dana es de carácter fuerte y a cabezota no le gana nadie, bueno sí, Irune. Ella es mucho más cabezona, es Aries, solo que esta vez prefirió callar y mirarle con cara seria. Así que él solo bufó y se fué. Supongo que pilló la indirecta. Cuando se marchó, Dana se asomó por la mirilla de la puerta para mirar si realmente se había ido mientras Mae guardaba las cosas que habían sacado e Irune sacaba las cucharas, el helado del congelador y las chuches del armario.

—¡Toca terapia de azúcar! —gritó Irune y las demás corrieron hacia donde estaba yo.

Nos sentamos en la mesita del comedor que hay enfrente del sofá y nos quedamos calladas mientras nos mirábamos, al final, nos echamos a reír al acordarnos de la situación de antes. Cuando conseguimos parar de reír a carcajada limpia, abrimos los botes de helado y las chuches y comenzamos a comer mientras comentábamos la situación que sucedió hacía apenas cinco minutos.

—¿Cómo supisteis cuando tenéis que entrar?—curioseé.

—Pues porque, chica, nosotras tenemos un sexto sentido —contestó Dana.

—No mientas, anda —le dijo Irune antes de mirarme a mí—. Estábamos escuchando la conversación detrás de la puerta.

Nos echamos a reír otra vez y luego nos pasamos lo que quedaba de tarde hablando sobre lo que había pasado en casa de sus padres y lo que había hecho yo en consecuencia.

—Qué tóxico, tía, no te juntes más con él. Alguien como Hugo no vale la pena y me gusta que sepas que él no te conviene —sentenció Irune.

—Exacto —intervino Mae—. Si vuelve hacerte algo o se presenta en casa otra vez aquí en casa volvemos a ponernos en acción. Pero la próxima vez con Leah haciendo la patada voladora de Daniel Larusso en Karate Kid.

—Si, si, si...Que chulo, macho, y pondremos una foto de nosotras en acción en la puerta para que sepan a lo que se enfrentan si pican a la puerta —habló Dana con los ojos brillantes como cuando habla de algo que le apasiona.

—Tú flipas —dije mientras me metía una cucharada de helado en la boca—. Espantaremos hasta a los vecinos.

Empezamos a reír otra vez y continuamos hablando.

Ese lunes, cuando volví a la oficina, ni le miré, aunque quise hacerlo pero contuve las ganas, no volvería a caer. Durante un tiempo, intentó hablar conmigo varias veces, pero de todas, solo acepté una y solo porque quería hacer las paces y que nos lleváramos bien. Cumplió con lo que me dijo, hicimos las paces. Yo solo le perdoné a medias, le guardé un poco de rencor aunque actué como si nada.

De ahí en adelante, llegaba puntual por la mañana, trabajaba, hablaba con mis compañeras de cosas triviales y, cuando acababa mi jornada laboral, recogía y me iba a casa. A pesar de que no hablaba ni me relacionaba con Hugo, seguí pensando en él. Me seguía gustando pero aún así pasé porque sabía que lo nuestro no iría a ninguna parte. No era sano, ni lo sería. Pero yo seguía enamorada. ¿Pero sabéis que? Según mi abuela, la mejor manera de matar a alguien en tu corazón es dejarlo morir lentamente en tu mente, sin nombrarlo, sin llamarlo, sin hablarle, sin buscarle... Mejor que muera poco a poco, recreándose en la agonía para que no reviva porque, si lo dejas morir abruptamente, revivirá siempre que pueda. Hay que sentirlo y sufrirlo pero no eternamente.

Y sí acabaron las cosas aunque, el día antes de irme de vacaciones, me lo tiré. No sé qué me pasó. Supongo que se me fue la olla. Pero no sentí nada porque ya me había desenganchado de él y, un poco más tarde, lo olvidé durante las vacaciones porque para eso sirven, ¿no? Para olvidar cosas que te atormentan, para hacer borrón y cuenta nueva.

Todo empezó en IbizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora