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—¿Crees en el amor?

Ran sonrió con nostalgia y lo miró de reojo, tamborileando los dedos sobre el volante.

—Hace mucho que no me preguntas eso —respondió, con el tono suave —. Bueno, te quiero, ¿no?

Su hermano pequeño había preguntado aquello mismo varias veces a lo largo de su infancia. Nunca había tenido una respuesta exacta, una que no involucrara el odio que tenía hacia sus padres, personas que se suponía que debían amar incondicionalmente a sus hijos y también entre sí.

Tampoco era como si hubiera tenido a alguien como modelo en aquellos temas. Las peleas, los gritos, las noches de tensión, metido en la cama y temblando de miedo mientras cuidaba del otro. Ran había crecido sabiendo el tipo de persona que no quería ser.

La única persona a la que amaba genuinamente era Rindou, que lo miraba mientras se ajustaba las gafas recién recogidas de la óptica.

—Pero, me refería a... —el chico hizo un gesto con la mano, repentinamente nervioso —. Ya sabes.

Frunció el ceño y tragó saliva, dubitativo. Abrió la boca para hablar, pero ni siquiera supo qué aportarle.

Estaban en el aparcamiento del edificio donde la psicóloga de Rindou tenía su consulta, llevaban quince minutos allí, esperando a que diera la hora en punto.

Y entre la ida hacia la óptica y el viaje en coche, había notado su móvil vibrar varias veces. Cuando su hermano entrara a la consulta, aprovecharía para responder a Kakucho, que seguramente estaría trabajando. Imaginarlo con su atuendo de camarero, bandeja en mano y pulcramente peinado, le provocaba un vergonzoso rubor que siempre trataba de esconder.

La camisa planchada y aquel porte elegante que siempre traía consigo, el tacto firme en su cintura. Quería a Kakucho, lo apreciaba mucho y lo que había sucedido la tarde anterior aún le rondaba la cabeza.

En especial la culpabilidad, el silencio pesado.

—No lo sé, Rin —apretó los labios, dejando el volante en paz —. Quizá.

Puede que Kakucho le hubiera hecho sentir lo que era el amor, el amor de verdad. Aquel que a uno le derretía el cuerpo y le provocaba expresiones y sonrisas tontas, nerviosismo perpetuo.

Recordaba ir en su coche por la noche, dejando que lo llevara de vuelta a casa, cantando juntos con el volumen de la radio al tope. Recordaba las miradas de punta a punta en el set de fotografía, la forma en que Kakucho había apartado de él a un modista un tanto baboso, al borde de darle una paliza a la salida.

A pesar de que solían verse en hoteles, atesoraba cada momento en el corazón. Cada película en silencio, las lágrimas de un dramático final; o sencillamente notar cómo se quedaba progresivamente dormido entre sus brazos.

Kakucho se había encargado de que su primera vez fuera todo lo bonita que pudiera ser una. Lo había cuidado desde el primer momento, preocupado y atento a cada chispa de reacción, cada movimiento suave por la carretera de su cuerpo erizado.

—Quizá —repitió su hermano, apoyando la sien contra la ventanilla.

Y, al final del día, sobrepensaba tanto su estúpida relación que era incapaz de contestar un solo mensaje hasta horas después.

Éphémère || RinZuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora