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Kakucho despertó de una pesadilla persiguiendo el rastro suave de unos labios posándose en su frente.

Los cristales rajándole el rostro, el golpe en la cabeza, la visión de su padre vomitando sangre contra el volante, doblado de forma antinatural. Todo ello desapareció de golpe y fue sustituido por unos brazos envolviéndole cuidadosamente, la calidez de las sábanas.

Alzó el mentón, reconociendo la penumbra de su habitación, el sonido del reloj y el pecho en el que apoyaba la cabeza, el corazón latiendo lentamente. Enfocó la mirada, encontrándose con unos ojos de color bonito, rasgos delicados. Ran Haitani le acariciaba la espalda, depositando cariñosamente otro beso en su frente.

—Dormilón —susurró Ran, echándole el pelo hacia atrás, cuidadoso —. Aún son las cinco, tranquilo. Puedes descansar un poco más.

Cuando le tocaba el turno de tarde-noche, siempre intentaba dormir el máximo de horas posible. Entrar a las seis y salir entre las dos y las tres de la madrugada era agotador, y tenía envidia de los que tenían el privilegio de trabajar por las mañanas. Afortunadamente, sus compañeros y él rotaban turnos y horarios. O no. Lo cierto era que sus horarios de sueño habían empezado a trastocarse.

Kakucho bostezó, arrullado por el pecho tibio de su novio, la sensación de protección contra el vello de sus brazos erizado de miedo. Respiró profundamente, calmándose. Estaba acostumbrado a tener pesadillas, a que siempre fueran las mismas al punto de saberse el guión entero.

—¿Hace cuánto que estás aquí? —preguntó, al fin. Ran tenía una copia de sus llaves y era la primera vez que las usaba —. Ni siquiera te sentí llegar.

—Pues, desde hace casi dos horas. Estuve limpiando —contó, encogiéndose de hombros para restarle importancia —. Fregué los platos, los suelos y el baño. También limpié toda la cocina y saqué la basura. Fui a comprar un par de cosas al supermercado de abajo...

Aquello fue como un bofetón de realidad. El sueño restante escapó por las puntas de sus dedos y Kakucho se incorporó, sentándose para mirarle, frunciendo el ceño.

—¿Qué?

Se percató del aspecto de Ran. Llevaba el pelo suelto y ondulado, probablemente se habría duchado esa misma mañana porque olía bien; su expresión era risueña y tenía un extraño tinte de felicidad nerviosa. Llevaba una de sus camisetas, negra, que le quedaba grande y caía con gracia por sus hombros, y unos pantalones cortos de deporte con los que nunca le había visto.

Las mejillas de su novio se espolvorearon de un vergonzoso rosado al sentirse analizado.

—¿Qué pasa? No me mires así —se quejó, incorporándose también. Encogió las piernas contra el pecho, sentado con la espalda contra la pared.

Kakucho se frotó la cara. No, no estaba soñando, tampoco era parte de su pesadilla. Ran Haitani se había metido en su cama después de actuar como amo de casa, o algo así, y le había robado una camiseta para luego abrazarlo y despertarlo con un beso. Demasiado confuso como para ser cierto, pero, lo era.

La ausencia de respuesta llenó casi imperceptiblemente de lágrimas los ojos de Ran.

—¿... te molesta que esté aquí? —dijo, en voz baja, con un hilillo de voz.

—No —Kakucho lo cortó al instante, reaccionando. Puso la mano en su frente, y su novio lo miró con extrañeza. No tenía fiebre, no lucía enfermo. La retiró, pero le agarró de la camiseta y lo acercó para plantarle un beso. Sus labios estaban tibios —. No, no me molestas, cariño. Gracias por todo, no tenías por qué hacerlo.

Ran sonrió débilmente, las lágrimas se desvanecieron tan rápido como habían llegado, a pesar de que el rubor permanecía en su rostro. Recibió a Kakucho entre los brazos, tomando un cojín y poniéndolo tras su espalda.

Éphémère || RinZuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora