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—Rin, si me miras así no puedo hacerlo... me da risa.

Rindou se disculpó por tercera vez, reprimiendo una sonrisa. Sostenía el teléfono para su hermano, porque se le había roto el pequeño trípode de sobremesa que usaba.

Pero, no podía dejar de hacerlo. Sus pensamientos volaban hacia el chico que trabajaba en el dormitorio del otro lado del pasillo, y una expresión de felicidad le colmaba el rostro. Mejillas rosadas, gafas que se deslizaban por el puente de su nariz.

Y ver a Ran intentando promocionar un producto sin hacerle sentir incómodo era gracioso, porque ambos se echaban a reír y tenían que grabarlo una y otra vez.

Era alguien a quien quería, ¿por qué no iba a mirarle con cariño? Incluso si desplazaba a Sanzu de su cabeza y lo sustituía por su hermano, seguía estando igual de feliz.

Aquella vez no olía a tabaco, no vestía con ropa que no era suya.

—¿Te traigo la merienda? —preguntó, después de darle el teléfono para que subiera las stories a Instagram.

—Sobre eso... —su hermano alzó la mirada de su móvil, apretando la mandíbula con algo de disgusto —. ¿La próxima vez podrías comprar algo menos...? ¿Menos pasteloso? No ayuda a mi dieta.

Una punzada de dolor le extirpó la sonrisa con un golpe seco.

Parpadeó un par de veces, levantándose de la silla con lentitud. Fue como si, de repente, su corazón se hubiera estampado contra algo, estaba doliendo.

Se estaba descuidando demasiado. Si hacía poco se había preocupado por cómo lucía su torso, en aquel instante estaba recordando todas las veces en las que comió comida basura y no lo compensó.

Le había costado un mundo tener una dieta apropiada. Se estaba arruinando con tanto pastel, no había vuelto al gimnasio desde que salió del hospital. Su vida se había vuelto completamente sedentaria.

Tragó saliva e intentó recomponerse, titubeando.

—Perdón, no me di cuenta —se disculpó, apretando los labios.

La báscula de Ran seguía en su baño, guardada en el espacio bajo el lavamanos. Los pensamientos que se habían atascado en su cabeza lo hicieron, de nuevo, para quedarse durante mucho tiempo.

E indirectamente había estado arrastrando a su hermano a ello, a sabiendas de lo jodidamente preocupado que siempre había sido sobre su físico. Precisamente porque su trabajo lo involucraba.

Cuando abrió la puerta, la voz del otro lo detuvo en seco.

—Oye, Rin —habló Ran, dando vueltas en su silla giratoria —. Merienda conmigo, ¿quieres?

Pensó en Sanzu y se quedó quieto bajo el umbral, mirándole con una porción de duda.

Finalmente, asintió, abrazándose por la cintura como si se estuviera perdiendo. Una sola frase podía desestabilizarle de una forma sorprendentemente explosiva.

Seguía siendo tan frágil. Aquella mañana le había costado levantarse de la cama y ducharse. Ran era consciente de los bruscos cambios de ánimo. Notaba la preocupación de sus pupilas clavadas en la nuca, hacía lo que podía.

Unos minutos después se paraba frente a la puerta de su dormitorio, con una bandeja que olía a chocolate caliente y croissants rellenos de lo mismo.

Y le daba vueltas al tema, dándose cuenta de que Sanzu también hacía deporte, de que probablemente debía llevar una dieta estricta y se lo estaba arruinando todo.

Incluso si, cuando picó y abrió al escucharle invitarle a pasar sólo vio una sonrisa al otro lado de la mascarilla, no logró sacarse la sensación de encima. Se convencía de que no estaba siendo pedante, pero tal vez sí lo era.

Éphémère || RinZuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora