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Kokonoi suspiró pesadamente, deshaciendo el nudo de su corbata mientras doblaba la esquina.

Era tardísimo, se había pasado la madrugada estudiando y trabajando en la biblioteca. Su padre le había hecho prometer que no saldría de allí hasta que hubiera terminado sus prácticas para la universidad, y en aquel momento se encontraba más muerto que vivo, subiendo el último tramo de escaleras.

Sus pasos se ahogaron con la alfombra roja, columnas corintias de mármol subían al techo, enmarcando las ventanas. Una pequeña mesa de cristal sostenía un busto que parecía juzgarlo en silencio. Al llegar al final del pasillo, estuvo a punto de soltar todos sus libros sólo para abrir la puerta, confuso y adormilado.

Entró a su dormitorio con la esperanza de arrojar sus cosas por ahí y tirarse a la cama con su novio, que se había pasado toda la tarde solo por culpa de sus tareas. Ni siquiera estaba seguro de si su padre le exigía tanto para asegurar que su pareja no lo distrajera. El hombre era receloso de su orientación y si no decía nada sobre el tema era porque su esposa aprobaba la relación de su hijo.

Se quedó quieto al ver la lámpara de su escritorio encendida. El reloj que daba las jodidas cinco de la mañana, el ¡Pad con la pantalla apagada y aquel chico desplomado sobre la mesa, con el ¡Pencil aún en mano.

Oyese acercó y dejó los libros a un lado, mirándole con preocupación —. ¿Qué haces a estas horas? Deberías de estar...

Seishu no respondió. Tenía los ojitos cerrados, descansaba la cabeza sobre su propio brazo, la boca levemente abierta. Llevaba el pijama gris puesto, se había quedado completamente dormido mientras hacía lo que demonios hubiera estado haciendo durante horas, hasta caer rendido.

Kokonoi alzó una ceja, poniendo el pulgar sobre el botón de la tablet, que reconoció su huella dactilar y se encendió automáticamente. La aplicación que usaba para tomar notas estaba abierta, y su novio había estado escribiendo ahí.

La fecha de comienzo se marcaba tres horas atrás, el título era claro y conciso. «Entrenamiento» y, en letras muy pequeñas, el nombre de Sanzu.

Sonrió débilmente, guardando el documento y saliendo de la aplicación. Apartó el aparato a un lado, fue a abrir las sábanas de la cama y regresó para tomarle. Se aseguró de que sus brazos le rodearan el cuello, de que sus muslos coincidían con su cintura para que no se le cayera, y lo levantó.

Juró que presionó el rostro en el hueco de su cuello, probablemente reconociendo en sueños el olor de su perfume y la forma del cuerpo al que se aferraba como un koala mimoso.

—Te esfuerzas demasiado —susurró, depositándolo en la cama, arropándole con un beso en la frente.

El suelo estaba caliente. La calefacción radiante se distribuía bajo la tarima y emitía una agradable temperatura que climatizaba la habitación sin necesidad de toscos radiadores. Se quitó la ropa en silencio, sin querer despegar los pies del suelo, y se vistió con el pijama que había bajo su almohada.

Fue a apagar la luz, casi tropezando con unas zapatillas. Maldijo por lo bajo y escuchó una ligera risita proveniente de su cama.

Seishu lo miraba, abatido de cansancio, risueño y feliz por volver a verle.

—Vuelve a dormirte, Shu, es muy tarde —le dijo, rojo de vergüenza por la ridícula escena. Colocó las zapatillas frente a la cama, refunfuñando.

El chico hizo un vago gesto antes de que la lámpara se apagara. Kokonoi gateó por el colchón y se derrumbó junto a él.

—¿Estuviste todo este rato estudiando? —bostezó el rubio, abrazándolo con fuerza —. Koko...

Éphémère || RinZuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora