09

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Ran delineó la cicatriz con delicadeza.

Parecía que hacía poco que había sanado, dejando un surco blanco y con relieve en el lateral del anular, manchando su piel.

—Me corté con una copa —susurró Kakucho, con la cabeza sobre su regazo. Atrapó la mano de su pareja entre las suyas. Se llevó los nudillos a los labios —. ¿Estás libre la semana que viene?

—Hmm, tengo aún que organizarme —ladeó el mentón, suspirando —. ¿Para qué?

Hablaban en voz baja en la intimidad del coche de Kakucho. Habían salido demasiado temprano del hotel y esperaban a que fuera hora de que tuviera que marcharse de vuelta al trabajo, al turno nocturno.

Acurrucados en los asientos traseros, acariciaba el cabello negro con delicadeza, tranquilo. Había unas gafas a un lado, junto a las chaquetas. Hacía calor.

Ver una película mientras se abrazaban y mimaban le había calmado los pensamientos. En ocasiones necesitaba que alguien lo agarrara fuerte y le hiciera poner los pies en la tierra, porque, sino, pensaba mucho, y eso era sinónimo de hacerse daño.

Kakucho sonrió desde su regazo, incorporándose. Risueño, se acomodó mejor a su lado, apoyando la mejilla en su hombro.

—Bueno, ya que me llevo bien con mi jefe, pensaba que podría pedirle quedarme en el restaurante después del cierre... —decía, sin guardarse el entusiasmo —. Me gustaría invitarte a cenar, a solas, allí.

El corazón de Ran se estremeció por enésima vez aquella tarde.

—¿A solas? ¿Sin nadie en el restaurante?

—Sí, a solas —repitió Kakucho.

Rodeó su cuerpo con el brazo, sorbiendo por la nariz. Kakucho era tan jodidamente considerado con él, intentando hacer planes que incluyeran alguna cosa que todas las parejas harían.

Le hacía sentir normal.

Huir de los lugares públicos se había vuelto una constante en su vida, sumado al hecho de que no se atrevía a tomarle de la mano en ningún lugar que no fuera completamente privado.

Cenar juntos no sonaba mal si no tenía en cuenta a Rindou. No quería que lo escuchara salir de casa o volver a semejantes horas de la noche, pues sabía que el local cerraba a las doce.

Se sentiría culpable si algo malo volviera a suceder estando con Kakucho. Había intentado cortar su relación después de lo ocurrido, dejándole de hablar, ignorando cada una de sus llamadas hasta que explotó cierto día al salir del hospital.

—¿... y después? —preguntó.

—Puedo llevarte de vuelta a casa —propuso su pareja, alzando la mirada —. O podemos reservar una habitación, como prefieras.

La idea sonaba tentadora. Nunca habían pasado una noche entera juntos y la proposición le hizo imaginar algo más.

El sexo era un tema que apenas habían tocado, que le erizaba el vello de vergüenza. Al mismo tiempo, sentía que alcanzar su desnudez en la cama era bonito. Su novio lo sostenía como si fuera un pequeño pedazo de cristal que había escapado de un espejo, lo rozaba con delicadeza, siempre preguntando, siempre atento a su reacción. 

Los lugares donde se habían visto hasta entonces se contaban por sus rarezas. Un parque natural donde se cubrió el cabello con una peluca, para poder dar un paseo juntos, aparcamientos vacíos, hoteles.

El único lugar común al que habían ido había sido el apartamento de Kakucho, pero quedaba en Tokio y el camino era largo, un suplicio.

Quiso decir algo, pero un coche pasó por la carretera, llamando su atención.

Éphémère || RinZuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora