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Ran no sabía por dónde empezar.

Tal vez estuviera sintiendo demasiado. Su cuerpo estaba alerta, sus oídos no dejaban de prestar atención a lo que ocurría en la zona del salón, a tan sólo unos metros de él. Si miraba por encima del hombro, más allá de la mesa del comedor, podía ver las cabezas de Rindou y Kakucho asomando por el respaldo del sofá.

Aún estaba procesando todo aquello e intentaba hacerlo de la mejor forma posible. Sólo era una reunión, ellos dos parecían estar divirtiéndose y haberse hecho amigos bastante rápido.

—... tiene un sensor de medición RGB de casi dos mil píxeles...

Su hermano hablaba de cámaras con Kakucho, entusiasmado. Casi podía imaginar sus gestos nerviosos desde allí, con tan sólo escuchar su tono de voz. Movería las manos con ilusión, dándole vueltas al aparato, dejándoselo al otro para que lo viera.

Perdió de vista por un instante a Sanzu y, sin darse cuenta, el chico estaba a su lado, probablemente aburrido de esa conversación de la que no entendía nada.

—¿Puedo ayudar? —preguntó, señalando el cuchillo con el que Ran cortaba pequeños cubos de queso.

Sanzu no le agradaba.

No era como si lo conociera. Había hablado pocas veces con él, y la más extensa había sido aquella breve entrevista de trabajo, pero sencillamente creía que no necesitaba conocerlo para que le cayera bien. En realidad todo eso último eran excusas. No quería admitir que le molestaba que estuviera con su hermano pequeño, con su Rin.

Y quizá molestar tampoco era el término correcto. Tenía un enredo de sentimientos extraños hacia él que casualmente habían aparecido desde que comenzó a sospechar de Rindou y su orientación.

—Claro —sonrió, recordando que no estaba ahí para mirarle de arriba a abajo y juzgarle —. Quería hacer una ensalada para cenar. Y algo de pollo a la plancha —se apoyó en la encimera, sin saber qué más decir —. Normalmente no cocino yo, pero esos dos están muy ocupados en lo suyo.

Rindou querría que le diera una oportunidad.

Sanzu era... raro. Con verlo le quedaba claro que era demasiado afeminado para su gusto. Era todo lo que llevaba puesto, el suéter color crema, suave, el pelo largo y rubio. Era guapo, tenía la mandíbula marcada y la nariz jodidamente perfecta; delgado y grácil.

Ran odiaba que Sanzu fuera su espejo. A Sanzu no parecía importarle lo que los demás pensaran, todos los días llevaba el cabello como quería, vestía sin limitación y no le molestaba estar cerca de Rindou cuando estaban frente a otros.

Tenía unos ojos preciosos, de esa clase azul brillante y enigmático que atraparía a cualquiera, una sonrisa estropeada por cicatrices, pero llena de carisma. Cicatrices.

Dejó de mirarlo, conteniendo el aliento frente a ese reflejo de lo que podría ser.

—Ahí hay unos tomates que puedes cortar y... —se limpió las manos con un trapo, sacando un cuchillo más del cajón —. Bueno, si no te gusta algo podemos quitarlo.

—De hecho, me gusta mucho la ensalada —Sanzu se subió las mangas del suéter, tomando lo que se le ofrecía —. Gracias.

Ambos trabajaron en silencio, con el olor de la verdura bajo las fosas nasales. Y entre los diminutos cubos de queso, la lechuga, la cebolla y el tomate; entre el vinagre y la sal, y las aceitunas, llegaba a percibir un suave halo a melocotón. El mismo olor que, en ocasiones, despedía la ropa de su hermano.

«Ah, andan bien juntitos cuando están a solas», pensó, separando hojas de lechuga. Entonces, escuchaba la risa de Kakucho al fondo y su mente pegaba un vuelco. «No es de tu incumbencia, mierda».

Éphémère || RinZuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora