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—¿Cómo puedes no cansarte de mí?

Kakucho parpadeó con pesadez, medio dormido. Abrazaba con firmeza el puzzle de su cuerpo, cuidando que las piezas que lo conformaban no se desmoronaran. El chico escondía la cabeza en el hueco de su cuello, hablaba contra su piel cálida, evitando temblar.

Nunca se imaginó que su primera noche juntos fuera a ser así.

Después de que le despertara el timbre a casi la una de la madrugada, de regañar a Ran por haber tomado un taxi él solo a semejantes horas, y a sabiendas de que cualquiera podría reconocerle y hacerle algo malo —como la vez en la que el conductor le bloqueó las puertas para no dejarle salir del vehículo—, ahí estaban.

Después de consolarle, hablar brevemente y compartir sábanas, se abrazaban con fuerza aquella mañana de primavera. El Sol entraba por entre las cortinas, su respiración apenas era audible, no se movía.

—Porque te quiero —determinó, acariciando su nuca —. Y nunca te voy a dejar tirado cuando estés mal, se trate de lo que se trate.

Ran murmuró algo para sí mismo, con el rostro aún húmedo de llorar. Apenas le había contado coherentemente lo que había pasado, pero fue suficiente para hacerle saber que se sentía horrible y que había metido la pata.

Tenía el móvil apagado. No quería leer sus mensajes, ni responder a sus llamadas. Se había descubierto él sólo con aquel "nosotros". Estaba fuera del armario, Rindou ya sabía que a él también le gustaban los hombres.

No, los hombres no. Kakucho. Rin no podría imaginar lo bueno y maravilloso que era. La forma que tenía de aguantar todas sus paranoias, la paciencia infinita que nunca parecía acabarse, esa habilidad que tenía de hacerle sentir especial. Pensaba que no lo merecía.

—No sé cómo mirarlo a la cara —susurró, con la voz rota —, y decirle que le dejé solo en mil ocasiones sólo para estar contigo. Que le mentí, que podría haber muerto si nosotros hubiéramos tardado dos minutos más, que...

—Eso último fue una casualidad, no te martirices, Ran. Pudo haber pasado en ese momento, como mientras hacías la compra. No es tu culpa —insistía el otro —. Puede que mentir haya estado mal, pero no podemos hacer nada para cambiarlo ahora, ¿vale?

—Soy una persona de mierda...

—No. Y es comprensible que quieras mantener una relación en secreto hasta que estés seguro de que es amor de verdad.

—¿... lo es?

Kakucho sonrió, somnoliento.

—Por mi parte sí, lo es —habló, alzándole el mentón para mirarle directamente —. Ahora tenéis la oportunidad de hablar lo que nunca hablasteis, y de que busques ayuda.

Esos ojos suyos eran tan bonitos. Tenía la mirada astuta, la de un lince atrapado en su cámara de fotografía. Aquellos iris de amatista de los que se había enamorado con tan sólo un «¿Puedes mirar hacia aquí?» en un estudio.

Le limpió surcos de angustia con besos, recogió las lágrimas y las apartó a otro lugar, con pequeños toques de sus labios por las mejillas y cerca de los párpados. Tenía las pestañas perladas, marcas de ojeras y el pelo suelto que caía por la almohada.

Ran Haitani era tan hermoso como frágil. Le recordaba a las mariposas.

—Tengo envidia —confesó Ran, apretando la mandíbula —. Parecía tomárselo tan normal, ¿por qué? ¿Por qué yo no?

En ese instante no le daba asco estar entre sus brazos, vestido con aquel pijama que le quedaba enorme, pero tan cálido y cómodo como su novio. Le gustaba, se sentía a salvo cuando se quedaban en esa postura, abrazados. Sentía que nada podía hacerle daño, que no le importaba lo que pensaran los demás.

Éphémère || RinZuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora