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Sanzu acercó la sábana a su cara, encogido. Apoyaba la cabeza contra la cómoda almohada, ignorando los rayos de Sol que ya se filtraban por entre las cortinas de su dormitorio.

¿Se supone que esto es un brócoli? ¿Por qué alguien tendría un brócoli en su estantería? —en la pantalla de su teléfono, Rindou hablaba en un vídeo —. Jesucristo, pero si esto es más feo que pegarle a un padre...

Se cubrió la sonrisa con la manta, un risueño cosquilleo de gracia en el pecho. No podía hacer ruido porque estaba seguro de que su compañero estaría durmiendo o estudiando, pero su carisma tenía algo especial que le causaba calma.

Realmente se estaba divirtiendo, viendo cómo el chico calificaba por un hilo en Reddit las colecciones de sus seguidores. El reto era hacer una clasificación de mejores y peores, donde cada uno podía subir la fotografía a la sección más conveniente.

—... Es decir, a mí también me gusta el manga y esas cosas, pero esto es... —se subía las gafas por el puente de la nariz, graciosamente sonrosado. Ladeaba la cabeza, parpadeando varias veces —. Es la típica estantería de alguien que secuestra niños.

El reloj daba las nueve de la mañana, y Sanzu continuó en la cama durante quince minutos más, perezoso y entretenido.

Había logrado anotar algo de información sobre el estilo de edición que Rindou usaba, en las notas de su teléfono. Era carismático, sabía hablar frente a la cámara y enfatizaba algunas palabras y expresiones.

Aún seguía viendo otro de sus vídeos más tarde, cuando decidió que era hora de levantarse y ser productivo. Desayunó zumo y tostadas con la tonta sonrisa que se le había quedado, acostumbrado ya a ese acento de chico de ciudad. Se preguntó si sería del centro de Tokio y continuó disfrutando, mientras se peinaba frente al espejo del baño.

Echó su cabello rubio hacia un lado, primero por las puntas, luego de arriba a abajo con lentitud.

—¿Eh? ¿En Twitter? Esperad... —Rindou frunció el ceño, confuso. Luego, comenzó a reír en voz baja —. Ah, sí. No dije nada porque... bueno.

Recogió el pelo hacia arriba en una coleta. Quería hacer algo de yoga, o al menos unos cuantos estiramientos antes de la clase de ballet. Necesitaba entrenar y mantener la flexibilidad que tanto le había costado alcanzar.

Las mallas negras sustituyeron los pantalones del pijama, delineando sus pantorrillas a medida que las subía, los muslos adormilados; envolvían la caída de su trasero como una segunda piel, cuando tiró de la prenda hasta la cintura, quizá un poco más arriba.

Dejó caer a un lado la camiseta con la que había dormido, cubriéndose la boca con un bostezo. Agarró la de tirantes con la que solía hacer yoga y cubrió su torso desnudo, dejando a la vista los finos hombros, brazos algo delgados.

En ocasiones, su entrenador le había dicho que estaba demasiado flacucho. Apretó los labios, acariciándose un brazo con dudas. El vídeo continuaba sonando de fondo, sobre el mármol del lavamanos.

Era cierto, ni siquiera podía levantar a una bailarina de cuarenta y cinco kilos por encima de su cabeza. Por razones como aquella, jamás sería útil en escena. Todos sus papeles habían sido de fondo, el más importante para él fue un personaje secundario al que, al final, no pudo dar vida por haberse lesionado el día anterior.

—... Ran me invitó a una sesión con él. ¿Supongo que no era mi intención romper vuestra estabilidad emocional?

Las venas eran trazos difusos y verdosos en el lienzo de su cuerpo, no estaban marcadas, tampoco en las manos.

Éphémère || RinZuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora