Capítulo IX

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Luego de más de seis horas de cirugía, la Dra

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Luego de más de seis horas de cirugía, la Dra. Wang le informó a los Taylor que a pesar de sus esfuerzos, el daño en la mano de Thomas era tan grave que no había podido repararlo por completo. Era pronto para ver los resultados finales, pero era muy posible que luego de la recuperación el temblor en su mano continuase.

Thomas estaba devastado, ese era el peor escenario que se había imaginado, y nada pudo prepararlo para eso, sus metas se habían ido directo a la basura. Margaret trataba de consolarlo, pero no era una tarea fácil.

Después de doce días hospitalizado, le dieron el alta. Tania los estaba esperando afuera en el coche para llevarlos a casa; Thomas no habló en todo el camino de regreso. Cuando llegaron, Zoe estaba afuera con Eve esperándolos; las chicas se habían portado extraordinariamente con ellos y habían ayudado a Margaret con el cuidado de Eve mientras ella se ocupaba de Thomas en el hospital. Al bajar del coche él las miró y solo le dio un beso en la frente a la niña antes de entrar.

—¿Qué le pasa? —preguntó Zoe mirando a Margaret.

—Es por la cirugía —explicó ella mientras cargaba a Eve—. Está molesto y deprimido, confío en que mejorará con el tiempo.

—Margaret, cuanto lo siento —dijo Zoe—. Si necesitan algo no dudes en llamarnos.

Margaret agradeció a sus amigas y se despidió antes de entrar en la casa; llevó a Eve a su cuna y regresó hasta su habitación, Thomas estaba en la cama mirando al techo, nunca lo había visto así, estaba preocupada y necesitaba ayudarlo.

En los días siguientes el ánimo de Thomas no mejoró, apenas hablaba, comía poco y no salía de la habitación, se pasaba el día acostado viendo televisión.

En su última consulta con la Dra. Wang, esta le dijo que su mano había mejorado alrededor de un 70% y que era posible que ese porcentaje aumentase un poco; podría llevar una vida normal.

—¿Una vida normal? —preguntó Thomas cargado de ira—. Mi vida jamás será normal de nuevo.

—Thomas no seas grosero —dijo Margaret.

—Es la verdad —respondió Thomas sin mirarla—. Si ya no puedo ser cirujano ¿Qué sentido tiene todo?

—Cariño, nos tienes a Eve y a mí —dijo Margaret—. Aún eres médico, solo necesitas conseguir otra área que te apasione —le animó la chica, pero él no respondió.

Los meses siguientes fueron duros, Thomas tenía terapia física tres veces por semana, constantemente se frustraba y decía que no tenía sentido continuar. Algunos días Margaret creía que su ánimo estaba mejorando, pero luego daba dos pasos hacia atrás; la mayor parte del tiempo estaba a la defensiva y de mal humor.

Cuando llegó el momento de que se reincorporara a su empleo, se negó rotundamente, dijo que no estaría todo el día sentado frente a un escritorio en un consultorio. Días después presentó su renuncia sin siquiera consultarlo con Margaret, lo que como era de esperarse añadió más tensión a su relación.

Margaret estaba frustrada, dependían del empleo de Thomas más de lo que ella hubiese querido, su libro estaba estancado, con todo lo que había pasado no había tenido ni el tiempo ni las ganas para escribir. La presión aumentaba, ya no quedaba mucho dinero en el banco, porque habían invertido mucho en la casa y recientemente en pagar algunos gastos médicos que no habían sido cubiertos por el seguro.

Las peleas se fueron volviendo más frecuentes. Ella sabía que Thomas necesitaba ayuda profesional, pero él no saldría a buscarla. Decidió contactar a un terapeuta e invitarlo a casa, pero su esposo se negó a hablar con él, ni siquiera tuvo la decencia de saludarlo cuando la mujer se lo presentó.

Margaret necesitaba llevar dinero a casa, mientras no tuviese cabeza para escribir debía buscar otro plan, fue así como decidió tomar un empleo como mesera en uno de los bares del pueblo. La paga no era gran cosa, pero combinada con las propinas alcanzaba para cubrir los gastos. El trabajo era agotador, pero al menos no era un sitio lleno de ebrios como muchos otros.

Zoe y Tania la habían apoyado incondicionalmente, ellas cuidaban de Eve mientras Margaret trabajaba, porque ninguna confiaba en que Thomas lo hiciera. Todas las mañanas la dejaba en casa de las chicas y pasaba buscándola en la tarde al salir del trabajo.

Cada noche al llegar a casa, preparaba la cena; Thomas comía solo, en su habitación. Cada vez interactuaban menos, solo cuando discutían. Margaret estaba tan tensa que había llegado a plantearse el divorcio en más de una ocasión.

De vez en cuando se preguntaba si así sería el resto de su vida, trabajando como mesera, teniendo apenas algo de tiempo para su hija, con el dinero justo para la cuentas y con un esposo por el que ya no sabía que sentía más allá de decepción, frustración, y a veces odio.

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