Existe una leyenda urbana que dice que si vas a las ruinas de la Abadía de Northumbria y tocas la campana de la torre, el espíritu de la abadesa aparecerá ante ti para que le des una o varias almas que llevarse al infierno, pero, sí no le das alguna...
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De un día para otro estaban en medio de una mudanza, había cajas, utensilios, ropa y libros por todo el departamento. Thomas necesitaba sentir que controlaba la situación, así que decidió bajar a supervisar que los empleados de la compañía de mudanzas metiesen todo en el camión sin estropear nada.
Margaret lo miraba por la ventana pensando en lo gracioso y nervioso que se veía y en los cambios que estaban por venir; la mañana siguiente, partirían a su nuevo hogar.
El camino desde Londres hasta Northumber les tomaría al menos cinco horas en coche, por suerte Thomas era la mejor compañía en un viaje, siempre estaba hablando o inventando algún juego para pasar el tiempo. Llegaron a la nueva casa poco después de las dos de la tarde, antes de entrar se quedaron parados enfrente contemplándola y pensando en la nueva etapa que estaban iniciando.
Más tarde, decidieron ordenar la cena, ya que no habían desempacado y estaban cansados por el viaje. Margaret consultó su teléfono y consiguió un sitio de comida local con excelentes reseñas, hizo el pedido y se sentaron en el jardín trasero a esperar que llegase la comida.
—¿Oyes eso? —preguntó Thomas. Margaret se concentró, pero no oyó nada.
—No oigo nada Tommy —respondió mirándolo.
—¡Exacto! —exclamó Thomas con alegría—. No se oyen coches, ni sirenas, ni vecinos. Solo silencio... paz —Margaret sonrió y le dio un beso, tenía razón, al estar ahí se sentía en paz.
Los días siguientes estuvieron llenos de trabajo, desempacaron la mudanza y poco a poco todo fue tomando forma, aún debían comprar algunos muebles nuevos porque esta casa era mucho más grande que su departamento en Londres.
Ya instalados, Thomas se integró a su nuevo trabajo en el hospital del pueblo. Margaret por su parte estaba tratando de conseguir inspiración para su nueva novela, aún no era una escritora consagrada, pero tenía talento. Esperaba que el cambio de ambiente y su maravilloso jardín estimularan su creatividad, aunque ya tenía algunas páginas escritas no sentía que fuesen tan buenas como quería.
Margaret salía a menudo de casa, quería aprovechar para conocer el pueblo antes de que llegase el invierno y caminar le venía muy bien para mantenerse activa durante el embarazo. En uno de sus primeros paseos conoció una tienda de libros antiguos que se convirtió en una de sus paradas esenciales; había verdaderas joyas literarias en sus estanterías y además sus dueñas: Tania y Zoe eran muy agradables. Cuando Zoe supo que Margaret era escritora le dijo que tenía que escribir una novela acerca de la leyenda de Northumber.
—Zoe, no molestes a Margaret con eso —Le cortó Tania.
—Pero...
—Pero nada —interrumpió Tania—. Margaret debe tener muchos temas para escribir. ¿No es así?
La verdad, no tenía mucho en mente, y le había dado algo de curiosidad saber cuál era la leyenda del pueblo. Ella no era creyente, pero sí curiosa.
—Para un escritor nunca hay demasiados temas o ideas —dijo Margaret amablemente tras tomar un trago de su capuchino— ¿De qué leyenda hablan?
—De la leyenda de la Abadesa de Northumbria claro —comenzó Zoe. Tania le lanzó una mirada asesina—. Tania, tiene derecho a saberlo.
—¿Saber qué? —preguntó Margaret cuya curiosidad crecía cada segundo.
—Nada querida, es solo un cuento de terror inventado para asustar a los niños —respondió Tania restándole importancia. En ese instante sonó la campana de la tienda y un hombre mayor entró cargando algunos libros.
—¡Alfred! —exclamó Zoe—, veo que nos traes nuevos tesoros. Tania te atenderá enseguida ¿No es así? —añadió Zoe lanzando una mirada de suficiencia a su chica.
—Claro —dijo Tania—. No atormentes a la pobre Margaret en mi ausencia —añadió antes de marcharse para atender al caballero.
—Margaret, este es mi número —dijo Zoe mientras lo garabateaba en un trozo de papel—, llámame cuando quieras y te contaré todo.
Margaret guardó el papel en su bolso y se despidió. Salió de la tienda y al ver la hora se percató de que el turno de Thomas estaba por terminar, entonces decidió acercarse al hospital para que regresaran juntos a casa.