Capítulo V

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A la mañana siguiente ninguno había dormido bien, por suerte Thomas no debía ir a trabajar, pero aprovecharían el día comprando lo que faltaba para la habitación de la bebé

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A la mañana siguiente ninguno había dormido bien, por suerte Thomas no debía ir a trabajar, pero aprovecharían el día comprando lo que faltaba para la habitación de la bebé.

El día estaba inusualmente frío y nublado, aunque apenas empezaba el otoño, tomaron sus abrigos y salieron de casa. No consiguieron muchos coches en el camino y al llegar al pueblo vieron que había aún menos personas de lo habitual, se lo atribuyeron al clima.

Cuando llegaron a la ferretería, Margaret se separó de Thomas para ir a buscar un libro que le había encargado a Zoe; al llegar a la librería se fijó en que Tania estaba sola en el mostrador.

—Buenos días Margaret —saludó Tania—, supongo que vienes por tu libro, Zoe lo dejó envuelto.

—Buenos días —dijo Margaret sonriendo— ¿Dónde está ella?

—Está en casa querida, con su familia. Su tío... falleció en la madrugada —dijo Tania dejando escapar un suspiro. Se notaba preocupada y también cansada. Margaret recordó las campanadas de la madrugada.

—¡Cielos! Lo siento mucho Tania —dijo esta.

—Gracias —respondió Tania haciendo una larga pausa—. Otra víctima de Northumber —añadió.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Margaret. Tania se quedó mirándola por un instante y luego cambió de tema.

—Voy por tu libro, lo había olvidado —dijo mientras rebuscaba en la vitrina para luego sacar un paquete envuelto con papel marrón que le pasó a Margaret—. Si me disculpas creo que cerraré la tienda, quiero estar con Zoe.

Se despidieron y de regreso a la ferretería Margaret no paraba de preguntarse qué habría querido decir Tania con aquella frase. Al encontrarse con Thomas le habló de la muerte del tío de Zoe y de lo que había dicho Tania.

—Cariño, solo es una forma de hablar. Recuerda que en este pueblo son... excéntricos —dijo Thomas concentrado en el catálogo de pinturas—. Lo que sí me sorprende, es la muerte del Sr. Johnson. Estuvo en mi consulta hace menos de dos semanas y estaba en perfecto estado de salud.

Margaret estaba pensativa, quería saber cuál era ese secreto que ocultaba Tania, pero ahora no podía llamar a Zoe, dadas las circunstancias sería de mal gusto. Thomas se dio cuenta de que su esposa estaba absorta en un debate consigo misma.

—Cariño, déjalo —dijo el chico—. Concéntrate en nosotros. Mira ¿Cuál tono de verde prefieres para terminar el mural? —dijo mostrándole el catálogo de colores.

Las palabras de Thomas surtieron efecto y Margaret intentó dejar sus pensamientos de lado para concentrarse en lo que realmente había ido a hacer. Cuando terminaron las compras fueron a comer, aunque fue un poco difícil conseguir un restaurante abierto, supusieron que estarían cerrados como señal de luto por la muerte del Sr. Johnson. Lograron hallar una cafetería abierta y compraron algo ligero.

Cuando iban en el coche a casa, Margaret volvió a perderse en sus pensamientos, siempre que algo se le metía en la cabeza no lo dejaba ir hasta que obtenía todas las respuestas que quería.

—Tommy, debemos averiguar más de esa leyenda —empezó Margaret.

—Maggie ¿Otra vez con eso? —dijo Thomas empezando a hartarse del tema—, esas cosas no existen, son solo cuentos.

—Lo sé, solo que... —empezó la chica

—Margaret, solo déjalo —cortó Thomas.

Ella iba a replicar, pero justo en ese momento Thomas perdió el control del coche por un instante; Margaret soltó un improperio y se agarró con fuerza de la puerta y del tablero.

—Lo siento cariño —se disculpó Thomas—. Aún me cuesta tomar esa maldita curva —Tomó la mano de su esposa y le dio un beso.

Una vez en casa Thomas sacó del coche todo lo que habían comprado y se pusieron manos a la obra. Margaret se concentró en terminar el mural que había estado pintando para Eve, mientras Thomas aprovechaba para armar la cuna, la mecedora y el cambiador.

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