Capítulo VIII

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Con el nacimiento de Eve, Margaret se olvidó por completo de la leyenda; tanto ella como Thomas estaban dedicados totalmente a su pequeña

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Con el nacimiento de Eve, Margaret se olvidó por completo de la leyenda; tanto ella como Thomas estaban dedicados totalmente a su pequeña. Las primeras semanas fueron duras, sin nadie más en casa debían ingeniárselas para que todo funcionase; dormían poco, comían a destiempo y todo lo que trae consigo la crianza de un bebé; aun así ambos sentían como su vida cobraba sentido alrededor de su hijita.

Tres meses después del nacimiento de Eve, las cosas no habían cambiado demasiado. Thomas conducía hacia su trabajo, estaba tomando café porque no había pasado una buena noche, Eve no les había dejado dormir más de dos horas y se moría de sueño. Necesitaba estar alerta porque el camino estaba resbaladizo por el hielo invernal.

Sentía que los parpados le pesaban, el calor de la calefacción volvía al coche muy acogedor; se estaba quedando dormido, cerró los ojos por un segundo y perdió el control del auto derrapando por todo el camino, trató de recuperarlo, pero fue inútil, golpeó una de las defensas y salió de la carretera rodando colina abajo.

Dicen que antes de morir ves toda tu vida pasar ante tus ojos, pero Thomas solo vio el rostro de Eve y el de Margaret antes de perder el conocimiento.

Thomas recuperaba la conciencia por breves instantes, escuchaba el sonido de algo que rasgaba el metal, oía una voz que le pedía que resistiera, pero nuevamente todo se nubló. Destellos azules y rojos chocaban contra sus parpados, oía una voz conocida "Resiste Thomas, saldrás de esta" se desmayó de nuevo. Despertó y solo veía una luz blanca que lo cegaba, oía voces dando órdenes, pidiendo estudios e instrumentos, escuchó que alguien dijo "Hay que salvar su mano" y de nuevo cayó inconsciente.

Después de varias horas Thomas despertó, sentía la boca seca, tosió; también estaba algo mareado y desorientado "Anestesia" pensó. Sus ojos tardaron un rato en adaptarse a la luz, oía una voz familiar, era Margaret, que lo miraba preocupada.

—Tommy ¿Cómo te sientes? —preguntó—. Me has asustado mucho, pensé que te perdería.

—Maggie —su voz sonó rasposa, se aclaró la garganta—.Estoy bien... solo un poco desorientado. ¿Qué paso?

—Tuviste un accidente de coche —respondió ella llorando—, el comisario Rogers dijo que probablemente perdiste el control por el hielo en la carretera.

—Cariño, cálmate —le tranquilizó Thomas mientras trataba de subir la mano para acariciarla, pero el dolor se lo impidió.

—No, Tommy, no muevas la mano —le urgió Margaret—, han tenido que operarla de emergencia.

—Ahora puedo sentirlo... duele —dijo haciendo una mueca.

—Llamaré a Drew para que te examine —dijo Margaret secándose las lágrimas—. Te amo.

—Yo también te amo —respondió él.

Drew, uno de sus colegas, lo examinó y le explicó que había corrido con suerte, porque a pesar de lo aparatoso del accidente no había sufrido heridas que comprometiesen su vida. Tenía algunas cortadas y raspones en los brazos, en el torso y en el rostro que fueron causados por los cristales rotos, una contusión en la cabeza y un par de costillas rotas; la peor parte se la llevó su mano derecha que quedó aprisionada entre el tablero y la puerta del coche, habían tenido que operarla de emergencia para tratar de poner todo en su sitio, pero necesitaba con urgencia la evaluación de un especialista, que ya iba en camino.

La Dra. Wang era una de las mejores cirujanas ortopédicas del país; era la mejor opción para Thomas. Luego de ver los estudios y de examinar su mano, notó que estaba más afectada de lo que pensaba. Le explicó a Thomas y a Margaret que algunos nervios habían sufrido daños considerables y que no sería sencillo repararlos, además las posibilidades de recuperar la funcionalidad total apenas superaban el 30%.

Thomas estaba paralizado, su mayor deseo era especializarse en cirugía general, necesitaba que esa intervención fuese perfecta, pero con las probabilidades que le había dado la Dra. Wang sentía como su sueño se le escapaba de las manos. Margaret estaba a su lado e intentaba animarlo, comprendía lo que eso podía significar para su esposo.

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