Capítulo X

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Cuando Eve cumplió su primer año, Margaret pidió el día libre y organizó una pequeña fiesta para la niña, invitó a Zoe, a Tania y a otro par de amigos

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Cuando Eve cumplió su primer año, Margaret pidió el día libre y organizó una pequeña fiesta para la niña, invitó a Zoe, a Tania y a otro par de amigos. Horneó un pastel que decoró con esmero, unas galletitas y preparó unas hamburguesas vegetarianas que le había enseñado a hacer Tania.

La reunión salió muy bien, Eve recibió presentes de cumpleaños y todos pasaron un buen rato; a excepción de Thomas que no salió de su habitación hasta que todos se marcharon. Bajó a la cocina en donde Margaret le sirvió un plato con una hamburguesa; cuando se fijó que era vegetariana se limitó a tirarla en la basura, justo enfrente de Margaret.

Ella se enfureció tanto que le dio una fuerte bofetada, pero él solo empezó a reírse. La furia de Margaret se avivó; iba a decirle algo hasta que notó el olor de su aliento... alcohol, estaba ebrio.

Margaret sintió que todo a su alrededor se derrumbaba, él sabía todo lo que ella había sufrido por culpa del alcoholismo de su padre, y ella no pensaba permitir que Eve pasará por lo mismo, tenía que hacer algo.

Con el tiempo los episodios de ebriedad de Thomas se fueron volviendo frecuentes, lo que derivaba en más peleas. Zoe le había propuesto que se mudase a su casa, o que se fuese de nuevo a Londres y empezara una nueva vida con Eve, pero Margaret no tenía dinero y ¿Por qué debía irse ella si Thomas era el que actuaba mal? No era justo.

Una tarde en el bar, oyó a un grupo de hombres mayores hablando acerca de la maldición del pueblo y de las muertes más recientes que le atribuían a la abadesa, ella ya se había acostumbrado a oír hablar del tema, aunque había perdido el interés con tantos problemas en su vida; era impresionante como todo había cambiado tanto y para mal en solo un año.

Esa noche salió tarde del trabajo, estaba agotada y aún debía buscar a Eve. Al llegar, Tania le ofreció una copa de vino porque en su opinión parecía necesitarla; Margaret no lo pensó mucho y aceptó, se sorprendió dándose un momento para relajarse con sus amigas en medio de su caótica vida. Después de cuatro copas decidió que era hora de volver a casa, tomó a Eve y se despidió de las chicas.

Cuando llegó, cualquier rastro de relajación desapareció. Todo era un desastre, en la cocina había platos y comida por todos lados, la sala estaba cubierta con huellas de fango, Thomas se las iba a pagar. Llevó a Eve a su habitación y cuando bajó lo vio dormido en el sofá con la ropa llena de fango, un plato de comida sin acabar y una botella de ginebra. Furiosa, fue a la cocina y llenó una olla con agua helada que luego vació encima a Thomas.

—¡¿Estás loca?! —gritó Thomas, levantándose de golpe.

—¡Maldito infeliz! Estoy harta de soportarte —dijo Margaret iracunda, su rostro desencajado estaba cada vez más rojo— ¿Cómo es posible que después de todo un día trabajando llegue a casa y encuentre este desastre?

—Exageras —dijo Thomas tambaleándose, estaba ebrio—. No te puedes hartar de mí, cuando nos casamos aceptaste que fuese hasta que la muerte nos separe.

—¡Ojalá estuvieses muerto! —gritó furiosa—. Me he dejado la piel tratando de apoyarte y ayudarte y tú no lo agradeces. Estoy harta. No quiero verte más. Tú no eres el hombre del que me enamoré —dijo entre lágrimas, mientras Thomas la miraba indiferente.

Margaret había explotado, estaba desecha y furiosa a la vez, no podía seguir ahí, necesitaba salir, alejarse de Thomas y de cualquier cosa que se lo recordara; tomó su abrigo y sus llaves y salió de la casa, subió al coche y lo puso en marcha con la única intención de irse lejos.

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