Capítulo 2 Un vecino semidesnudo

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Como cada mañana los gritos de mi madre resonaban por toda la casa. A veces lograba despertar a todo el edificio y los vecinos malhumorados tocaban la puerta para quejarse.

Yo corría de un lado a otro para no llegar tarde sabiendo que Lía debía estar hecha una furia frente a mi casa esperando por mí. ¿Por qué no entraba como las personas normales? La respuesta es sencilla, no soportaba los gritos exagerados de mi madre.

Mientras me hacía un moño cualquiera en el pelo corrí a la cocina y tomé un sorbo de chocolate caliente. Luego atrapé una tostada entre mis dientes y de esa forma salí a toda prisa con la mochila en el hombro y el móvil en la otra mano.

El saludo de mi amiga fue una mirada de desaprobación mientras negaba con la cabeza. Como siempre ella iba perfectamente arreglada con su cabello bien rizado y su uniforme impecable. En cambio yo estaba hecha un asco. Ya estaba adaptada a ir arreglando mi aspecto en el camino, todo por dormir unos minutos más.

—Un día de estos me voy a ir sin ti. ¿Siempre vas a ser así de impuntual? —preguntó ella mientras el ascensor se abría y entrábamos en él.

—¡No soy impuntual! —Me intenté defender, pero mi voz salió rara porque la tostada aún estaba en mi boca, la aparté y tragué —En todo caso la apurada siempre eres tú. Estás obsesionada con los horarios últimamente. ¿Te has dado cuenta, verdad?

Tlink.

Mi amiga no respondió y apartó la mirada para ver su celular.

—Es el odioso de tu mejor amigo. —Remarcó «tu» con un dejo de odio y rencor.

—Oye, que también es tu mejor amigo.

—Ni de coña, ese odioso no... —dejó la frase en el aire y miró hacia las puertas del ascensor que se abrían. Ahí estaba el mismo chico del día anterior, mi odioso vecino.

Antes de entrar nos miró de arriba hacia abajo y su mirada se detuvo en mi tostada, en ese instante quise que desapareciera. Después, sus ojos subieron a mis labios, pero no dijo nada, solo curvó los suyos hacia arriba ligeramente.

Tras eso nos dio la espalda y se cruzó de brazos. Observándolo bien me di cuenta de que era de esos chicos que en cualquier momento del día se ven radiantes. Hasta el uniforme le quedaba bien, cosa que me incomodaba e irritaba un poco.

Mi amiga y yo intercambiamos una mirada cómplice. Con ella siempre tuve esa conexión, con solo intercambiar miradas ya sabíamos lo que queríamos decir.

El celular de Lía comenzó a sonar y por su rostro de desagrado supuse que era Ethan de nuevo. De inmediato contestó y sin dejarlo hablar espetó:

—¡Ya vamos, pesado!

La miré con una sonrisa y ella me dio una mirada pícara. De inmediato supe que algo tramaba. Negué con el rostro, pero pareció no importarle. Cuando el ascensor se abrió me empujó con un brazo hacia Alex y estuve a punto de caer al suelo de no ser por él que me sostuvo con fuerza.

Tierra trágame y déjame en tu precioso núcleo.

Roja como un tomate me solté de su agarre y me enderecé.

—Disculpa, fue que...

—Descuida, ya sé que eres muy torpe. —me interrumpió con su voz cortante.

Generalmente a ese tipo de comentarios reacciono diferente, con una respuesta hiriente o bien formulada, pero con él solo me quedé perpleja. Reaccioné cuando salió del edificio y Lía me arrastró antes de que el ascensor se cerrara de nuevo.

Recostado de su auto nos esperaba Ethan con su tierna sonrisita mañanera. Mi amigo era un chico delgado, de cabello súper lacio, tanto que a veces se le metía en los ojos cuando hacía aire fuerte. Sus ojos color amarillo buscaron los míos y empezó a hablar.

El chico del segundo B © ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora