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Secuela de 'Sexo Telefónico'


— Y, y y... ¿Sabes qué? ¡Me aburriste, me voy!

Era lo que le había dicho a Lindsey, su esposa antes de salir de casa. Estaba aburrido de tener que soportar su mierda cada vez que ella volvía de las giras, era como si él fuera el jodido niñero de Bandit, y sí, le gustaba cuidar a su hija, pero no era su trabajo. Además tenía que hacer todas las cosas y también su trabajo, ese en el que sí le pagaban y su jefe no era su esposa. Llevaba dos semanas sin poder avanzar en el proyecto que tenía abandonado en su estudio.

 Era una mierda.

Sin contar que últimamente siempre se sentía como un adolescente de 16 años, ¡odiaba su vida!

 Lo único bueno que había tenido en el último tiempo era esa llamada telefónica con Frank, cada vez que recordaba reía para sí mismo y sentía sus pantalones estrecharse. Mientras conducía al bar pensaba en ello, era genial, Frank era genial, era el puto genio. Pero estaba en Nueva Jersey, con su perfecta esposa y su perfecta familia.

 Y para él todo era perfecto, todo iba bien. No tenía una esposa gruñona ni nada así. Chasqueó la lengua y se detuvo ante un bar, era bueno beber algo para eliminar tensiones. Además seguramente Frank estaría con sus hijos súper dotados que siempre decían cosas graciosas para escribir en Twitter.

 Odiaba tanto a Frank, decidió odiarlo con todo su ser luego del segundo Martini, miraba fijo a la aceituna al fondo del vaso, sí. Lo odiaba. Y si lo veía, si lo veía se lo diría en su cara. Oh, sí. Lo tomaría de los hombros, lo empujaría contra una pared y lo besaría... ¡No, no! Le diría "Hey Frank, sí, tú ¡Te odio!" Sí, eso haría.

 Tan concentrado estaba odiando a todo el mundo que conformaba su lista negra, que no escuchó la serie de murmullos que se expandió cuando un reducido grupo de personas entró al bar, él en su fracción de la barra estaba aferrado a su vaso, viendo sus años irse por el cristal del vaso.

 Era terrible tener que estar casado sólo porque le hacía lucir más maduro y con su sexualidad definida. Malditos estándares, malditos todos. Sus ojos estaban fijos en la barra cuando una familiar risa le erizó los vellos del cuerpo, la risa aumentó en volumen, y fue coreada por otras.

 El conocía esa risa ¿Pero qué posibilidades había de que Iero estuviera en su mismo bar? Se giró a mirar por sobre el hombro, estaba James y su banda, un par de técnicos de sonido... y él. El mismísimo culpable de todos sus males. Frank Iero.

 — ¡Hey, mesero! ¡Queremos su mejor whisky, estamos aquí para celebrar!

James juraba que su voz era simpática, que con sus gritos y abrazos le caía bien a todo el mundo. Y así era, pero no esa noche, no para Gerard Way.

 — ¡Yo pago!

Frank, Frank se hacía el importante con sus amigos.

Uy, lo odiaba. Lo odiaba mucho.

Terminó de beber su Martini y se giró, Frank lo miró.

Se miraron.

Y entonces Gerard, completamente rojo y avergonzado se giró una vez más, deseando ser tragado por un agujero negro o pisoteado por una manada de manatíes.

 Maldito Frank, estaba tan cerca de la puerta con sus 'amiguitos', que Gerard no podía irse sin saludarlos, simplemente no podía llegar y pasar junto a ellos e ignorarlos monumentalmente, o usar la salida de emergencias o desaparecer. Qué jodido era. ¿Es que Frank no podía dejar de arruinar su vida?

talk dirty to me ・ frerardWhere stories live. Discover now