Mi cuerpo está cansado de luchar...—Vuelve a repetirlo...
—¡Sueltame!, ¡Me lastimas!
Mi mente está cansada de verla en todas partes...
—¡Como puedes tener el maldito descaro de compararme con una mierda, un intento de policía!.
—¡Ya te dije que lo sentía!.
Quiero que todo esto acabe, quiero ir a casa...
—Esa imbecil acaba de darle preferencia a cerdos como el... cerdos que me gustaría eliminar, uno a uno, si aún pudiese hacerlo les sacaría los ojos con los que nos miran de arriba abajo como si fuésemos un maldito pedazo de carne, quiero cortar de un solo golpe las manos con las que pueden ensuciar nuestro cuerpo y una vez que las corte las meteré enteras en su boca para que se traguen todos sus piropos ¡¿Acaso no lo entiendes?!.
—Me estas asustando... detente por favor...
Mi piel arde y los pinchazos aun tardan en cicatrizar... aunque e de admitir que, me gusta imaginar que lo que siento y veo, aún son las espinas de tus rosas... que me lastimaban cada que ella me envolvía entre sus brazos.
Sus reclamos aún resuenan en mi mente como murmullos a la lejanía o como gritos intensos que no me dejan dormir por las noches. Intento desesperadamente deshacerme de su recuerdo para poder conciliar el sueño, pero es inútil. Aún puedo sentir sus brazos rodear mi cintura y su respiración chocar contra mi cuello mientras duermo.
Mi cumpleaños se acercaba y con ello sabia que también faltaba solo un mes para la tan ansiada Navidad, la felicidad de las familias que solía ver pasar por la calle desde el balcón de la habitación se sentían como un abrazo cálido en las frías y solas noches que intentaba soportar en invierno.
El turno nocturno de Lara me estaba desgastando, solía ser frustrante verla dormir durante todo el día aunque era lindo recostarme a su alado y abrazarla mientas descansaba.
Mi costumbre de salir a tomar café y caminar por el parque se hacía cada vez más pesada, solía dejar de hacerlo por semanas enteras, pero aquel día... después de tanto, el destino me demostró que estas mismas caminatas... servirían de algo.
—Disculpa, ¿Vera cierto?— su voz...
—Verónica...— pronuncie su nombre en un suave suspiro y fue reconfortante verla sonreír resplandeciente en respuesta.
—Me hace muy feliz saber que aún recuerdas mi nombre.
—Como no olvidarlo— reí suavemente —¿ocurrió algo?— tal vez la mire con demasiada preocupación, ya que me miró un poco confundida y cuando caí en cuenta de lo delatante que había sido me asusté.
—Tranquila— la vi reír apenada —si te soy sincera, ni siquiera estoy de guardia, es que yo... quería volver a verte.
Mi corazón se detuvo por un segundo, y junto con el, todo el mundo...
[...]
Una nueva rutina para mi, fue comenzar a salir todas las tardes con la excusa de tener que comprar cosas importantes, mientras Lara dormía profundamente en casa.
Se convirtió en una rutina el echo de estar con Verónica todas esas tardes y me parecía tan normal que nunca pasó por mi mente que todos esos encuentros solian ser en realidad citas...
Citas indiscretas, citas excitantes, pequeños momentos que disfrutaba con ella, momentos en los que me sentía segura, me sentía feliz, no quería apartarme de ella y aunque intentaba compararlo con lo que sentía por Lara, no podía dejar de pensar en que el sentimiento era completamente diferente.
Ahora que pienso en ello, tal vez con ella llegue a experimentar el verdadero amor. Pero eso no es importante, ¿cierto?.
Recuerdo que, un día...
Mientras charlaba y reía abiertamente con Verónica...
Creí verla a la lejanía, ahí estaba, de pie entre los árboles y arbustos de aquel parque. La poca luz del atardecer no me dejaba dilucidar con exactitud, pero estaba segura de que era Lara la que nos miraba fijamente.
Era una sombra, la sombra de un depredador, que con su mirada fina me carcomia lentamente las entrañas, como los gusanos se comen un cadáver putrefacto.
Sin darme cuanta, cada vez respiraba más fuerte hasta que senti que mi aliento era insuficiente para llenar mis pulmones, todo a mi alrededor se oscurecía con lentitud, hasta que solo, podía verla a ella, de pronto, estábamos solas en la inmensidad de la nada absoluta como un cuarto que está completamente negro.
Los gritos de Verónica solo se escuchaban como lejanos susurros. Me quedé petrificada, hundida en un vacío estremecedor donde ni siquiera era capaz de recordar quién era yo.
Y solo pude preguntarme...
¿Tanto miedo tenía... a que ella lo descubriera?
Pero ¿Por qué no podía simplemente dejar de encontrarme con Verónica?
Tal vez me hacía sentir segura.
Tal vez, la veía como una salida...
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