I. Ramé

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–🥀–

En días como hoy, el pueblo se ve realmente vivo; es la fiesta de Koyopa, el lugar en donde vivo, y aunque no es grande, mucha gente de fuera viene cada año, por lo que los pueblerinos, incluyendo a mi madre, han aprovechado creando un mercado por las calles principales. Este año venderemos artesanías, y aunque el festejo inicia en la tarde, desde muy temprano toda la gente ya está en movimiento, a excepción de la señora Tina, que desde hace tal vez dos semanas siempre está en las calles gritando lo mismo "¡¿En dónde tienes a mi hija?!" y abordando a cada mujer que ve, intentando advertirles que una bestia se llevó a su hija, pero siempre termina por asustar a la gente, creo que es debido a su apariencia; desde que Mena desapareció, la señora no parece que se haya ido un minuto a su casa, cuando no está gritando, busca en la basura, preguntando por ella incluso a las paredes.

A veces se le escucha gritar horriblemente, como si sostuviera una conversación con un ser invisible, su voz suena tan desgarradora que incluso me ha causado pesadillas. En cierta ocasión decidí llevarle un poco de comida pero ella no la recibió, no dejaba de llorar y decirme que no le importaba morir de hambre, sin descuidar un solo segundo aquel bosque en el que había perdido su vida. Aunque no le veía inconveniente a su presencia, me causaba mucho terror cada vez que se quedaba quieta, cuando hacía eso, enseguida comenzaba a retorcerse y arrancarse el cabello, hubo una vez en la que también la vi tratar de arrancarse los ojos, pero solo consiguió hacerse grandes heridas en el rostro, había perdido su estabilidad característica, ya nadie la recordaba como la amable vendedora de flores.

Todos en Koyopa creen que Mena simplemente se fue a algún pueblo vecino, pero dado que nadie ha logrado convencer a Tina de ello, para que el festival transcurriera sin inconvenientes, el señor Tomás y Arturo, su hijo, la llevaron al bosque y le dieron una muñeca que, no logro entender cómo pero le hicieron creer que era su hija, y por primera vez, desde lejos, la vi sonreír, aunque me sentí mal por ella, ya que ni siquiera la llevaron a su casa, la dejaron amarrada a un árbol dentro del bosque.

–No te preocupes Caín, está loca, y es una molestia tanto para los visitantes como para nosotros.– me había dicho el señor Tomás mientras me llevaba al mercado ambulante que ya estaba adornado con las típicas figuras de animales brillantes colgando de hilos en todos los puestos. Apenas llegué, tuve que volver a casa, ya que la gente comenzaba a llegar y nuestras artesanías se agotaban, intenté hacerlo lo más rápido posible, el número del baile de las sombras estaba por comenzar.

Escuché los primeros tambores sonar, dejé todo rápidamente en nuestro puesto, en el que claramente ya no estaba ni mi madre, y corrí a la Gran plaza, los colores en el cielo eran tan brillantes, y el ambiente me llenaba de felicidad; habían silbidos, risas y gritos de euforia, fue entonces, en medio de tanto ruido, que Bira comenzó a gritar horriblemente, si no fuera porque estaba cerca de mí, no podría haberla escuchado, justo como casi todos los demás, que no fue hasta que el señor Tomás dejó de dirigir a los tamboreros cuando asustados se giraron a ver a Bira, que gritaba:

–¡Sangre, sangre, hay un charco de sangre.– mostrando sus manos y ropa manchadas de aquel líquido que corría por el suelo. Las escaleras en donde antes había estado sentada Bira se encontraron despejadas cuando el pánico se apoderó de la gente al no saber qué pasaba.

Comenzó a llover y la sangre se volvió una cascada ligeramente roja hasta que de a poco se fue desvaneciendo, intrigado, antes de que todo el rastro se limpiara, lo seguí hacia donde creí que era su partida, pero tampoco parecía que proviniera de ningún lado.

–¡Caín!– gritó mi madre, y antes de que pudiera enterarme de porqué lo hizo, mi hermana me jaló del brazo, fue entonces que frente a mí encontré la mesa de un puesto, estaba tapizada con rosas rojas. Me liberé del agarre de mi hermana en un movimiento y logré acercarme, lo que vi fue realmente una sorpresa.

En aquella mesa había muchas rosas, aún con el tallo lleno de espinas, y sobre ellas yacía un cuerpo, si es que aún se le puede llamar así, estaba cercenado; cada extremidad estaba perfectamente cortada, había en total once partes mutiladas, pero no había sangre, y en las cuencas no había ojos, solo un par de rosas, tenía los labios cosidos con hilo negro, y a un costado de la mesa, entre las flores había una hoja blanca, en donde se leía:

CIHIEL 

La gente a mi alrededor corría a sus casas, la lluvia ya había borrado la huella de la sangre, pero aquella demostración seguía estando ahí, imponiendo terror y a su vez me causaba algo raro, jamás había visto algo similar, era tan limpio, tan pensado, tan artístico, pero también me llenaba de angustia y terror, era algo tan caótico, pero hermoso. No tuve tiempo siquiera de pensar en la persona que fue maltratada, no era importante en ese momento de admiración, quería saber quién lo había hecho, sin razones o excusas, sólo quería saludarlo, conocer cómo había logrado despertar en mí eso.

GehennaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora