VII. Sometido

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–🥀–

Desperté de un sueño sumamente extraño, una pesadilla, diría yo. Por mi ventana aún no se asomaba ningún rayo de luz, la oscuridad me decía que seguía albergando la madrugada. Aquella pesadilla me había dejado un poco desorientado, incluso tenía temor de volver a dormir o de simplemente cerrar los ojos; temía que al hacerlo, las imágenes sangrientas me volverían a acechar. Para dejar de pensar en ello, me levanté con un poco de pesar y me dirigí a la ventana, observando a la luna, brillante y enorme, se veía tan cerca que levanté mi mano, tratando de alcanzarla, sacando un poco mi cuerpo.

El aire me golpeaba suave, y a lo lejos escuchaba pequeños animales andar, era tan tranquilo, que si cerraba los ojos, nada me perturbaba, en su lugar, me sentía más sereno, aunque me hubiera gustado que ese sentimiento durara un poco más; en los árboles de enfrente, dos búhos escondidos comenzaron a ulular fuertemente, la naturaleza se sacudía bruscamente y el aire comenzó a chiflar intensamente, como si quisiera perforar mis tímpanos, incluso la luna se hubo escondido detrás de las nubes grises, dejando que la oscuridad se expandiera, todo ese nuevo ambiente hizo erizar mi piel, rápidamente cerré la ventana y volví a acomodarme entre cobijas, pero no dejaba de sentirme incómodo, sentimiento que empeoró al recordar la pesadilla. Di vueltas tratando de tranquilizarme pero sentía como si todo este escenario fuera una advertencia, por lo que, tal vez fuera de mis sentidos, decidí ir al sótano, solo para desmentir, o tal vez, confirmar.

Tomé una cobija y, nervioso, caminé hasta la dicha puerta gris, protegida con un candado cerrado, adornado con algunas manchas rojas que rogué por que fueran de pintura. Salí de la casa sin hacer mucho ruido y corrí hasta una de las pequeñas ventanas rectangulares al ras del suelo, me asomé pero obviamente no logré ver nada, entonces con el codo, de un golpe rompí el cristal, alejándome casi de inmediato por un penetrante y peculiar olor que inundó mis fosas nasales.

Un ruido proveniente del mismo lugar me hizo acercarme de nuevo, forzando la vista, logrando ver solo una figura que se movía, haciendo sonar algo con cada pisada. Se acercaba lentamente hasta la pared y miró hacia arriba, a donde estaba yo, y aunque no lo reconocí, parece ser que él a mí sí, puesto que apenas me vio, su rostro apenas iluminado por la luz de la luna mostraba una expresión de dolor y terror, con pasos torpes caminaba hacia atrás, sin dejar de verme, hasta que se escondió en algún lugar en el fondo.

Confundido, traté de ver si cabía por el pequeño hueco pero era imposible, por lo que solo metí mi brazo e hice señales a aquella figura para que se acercara nuevamente, pero por supuesto no me veía. Con voz baja, casi susurrando comencé a decirle:

–Ven, te ayudaré, ¿quién eres?– pero no obtuve respuesta, nuevamente intenté comunicarme con él, metiendo una vara, pero está vez escuché un sollozo débil unos segundos para luego apartarme asustado cuando gritos comenzaron a surgir, no pedía ayuda y tampoco me decía su nombre, solo gritaba y lloraba al mismo tiempo, tan fuerte y como si se estuviera desgarrando la piel.

Rápidamente tomé una piedra grande y corrí a la puerta gris, golpeando el candado hasta lograr entrar, junto con una lámpara que hubiera deseado no llevar.

El olor me hizo retroceder, pero no fue tan malo como cuando abrí los ojos y comencé a buscar al dueño de los gritos. Mis pasos sonaban como los de él, parecía agua, apunté la luz frente a mí, y, me encontré con la escena más horrorosa que antes hube visto; una mujer con el vientre abierto como libro, muerta, un pedazo de carne sin forma se hallaba en una cubeta, y un niño viéndome detrás de un bote grande, con la expresión perdida, y con un líquido amarillo resbalando por sus piernas.

Eran esas las imágenes de mi pesadilla, y por más que cerré y tallé mis ojos, no se iban. Me rehusaba a creer que era verdad, asqueado, y después de descubrir que lo que pisaba no era agua sino litros de sangre, de ver toda aquella escena, vomité, sin poder voltear porque nuevamente las arcadas aparecían, perturbado, como pude, salí corriendo de aquella oscura habitación, encontrándome con mi hermana en el pasillo, pero solo logré empujarla por las escaleras y cerrar la puerta del sótano, salí de la casa asustado, con las manos manchadas de sangre y el corazón latiendo tan fuerte y rápido que retumbaba en mi cabeza.

GehennaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora