GUATEMALA

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El tráfico de antigüedades era una de las principales fuentes de ingresos de Hydra y aquella vez, nada menos que Synthia Schmidt había sido la encargada de verificar los resultados del robo de piezas mayas con un valor incalculable.

La hija del Cráneo Rojo lucía enteramente fuera de lugar a mitad de la selva guatemalteca. Ni siquiera se molestó en cambiar sus altísimos tacones de diseñador para caminar en aquel terreno y su especiado perfume era aún más asfixiante entre el calor húmedo de ese campamento chiclero de Uaxactún.

A diferencia del resto del escuadrón, cuyo proceder era discreto, aquella jovencita que no aparentaba más de dieciséis años no escondió ni por un momento su cabello rojo y su pronunciado escote detrás de un corsé negro a cualquiera que osase acercársele. En cuanto dos de los agentes novatos de Hydra la ayudaron a descender del helicóptero, ella les miró sonriendo. 

Uno de esos pobres diablos le devolvió el gesto y lo siguiente que el escuadrón atestiguó fue la orden de Synthia, vociferada en un pesado alemán, justo después de una detonación seca. —¿Qué esperan para limpiar los sesos de ese imbécil de la escalerilla? —Gritó, mientras guardaba su pequeña metralleta de vuelta sobre su espalda y avanzaba hacia el campamento.

A pesar de ese rostro lleno de pecas y una voz casi infantil, cualquiera con un gramo de sentido común haría bien en alejarse de aquella niñata. Tenía un récord de asesinatos bastante mayor que casi cualquier agente del doble de su edad y había heredado la fortuna y la maldad del Cráneo Rojo, lo que la hacía un elemento temible.  

—Siempre tan bella como desgraciada, ¿Eh, Syn? —Rugió Kraven, desde la espesura.

—Arte, querido... La belleza nos da poder y quiero que me muestres las mejores piezas que hayas extraído.

Aquella espléndida colección de máscaras funerarias, estelas, vasijas y piezas de oro y jade debía valer cientos de millones en el mercado negro y para cualquier contrabandista hubiera sido el tesoro de toda una vida.

—Nada mal, pero no debieron hacerme venir por tan poca cosa. —Bufó, sosteniendo entre sus dedos un invaluable pectoral de oro, mientras inspeccionaba el resto, aburrida. —Tengo mejores máscaras en mi colección privada y estos pendientes son bastante sosos. Quizás aquella máscara pueda valer unos doscientos millones, pero no es extraordinaria. De hecho, nada aquí es realmente único. Me fastidia.

—Llévatelo y vende lo que puedas. No me interesa tu interés estético en tanto tú y la división financiera puedan seguir pagando por nuestros hobbies, Synthia.

Ella se dio media vuelta. Estaba a punto de salir del campamento cuando lo miró.

El joven agente Brock Rumlow avanzaba, cargando una enorme caja de madera a su lado, cuando ella lo notó.

Su espectacular físico, sus rasgos afilados y aquellos ojos de ámbar rara vez pasaban desapercibidos, incluso en situaciones como esa, pero Synthia Schmidt no perdería la oportunidad de dejar en claro su lugar.

¡Ach, du! —Le llamó, como si se tratara de un perro. Brock se detuvo de inmediato, sin soltar la caja y la miró a los ojos.

Bestellen Sie, Fräulein. —Respondió, sin cambiar un ápice su expresión.

Synthia se acercó hasta que lo único que los separaba era la caja en manos de Brock. Inmediatamente, ella decidió que era hermoso. Quizás sus nudillos eran demasiado abultados y no era tan alto como aquel sujeto australiano que marchaba varias docenas de metros detrás de él, pero le gustaba lo suficiente para destruirlo. Le sonrió, mostrando sus dientes blancos y apretando su pecho contra aquella caja. Brock ni siquiera se inmutó. Sostuvo la mirada de aquella depredadora y esperó en silencio.

—Tienes agallas. 

Su inspección fue interrumpida por la voz de Kraven, quien gritó al equipo que terminaran de cargar el jet de Synthia e inmediatamente rugió otra orden hacia la espesura. La jovencita había recibido entrenamiento de élite desde que aprendió a caminar y era extraño que no estuviera al tanto de alguien más en aquel escenario. De la nada, una silueta descendió en tres saltos de una inmensa ceiba de no menos de cuarenta metros. Synthia observó aquel prodigio, con una ceja arqueada.

Es hora de marcharnos. Nuestro respaldo ha llegado y finalmente podemos quemar nuestra huella. —Kraven acotó.

—¿Así que trajeron al Soldado a una simple misión de contrabando? —Ella torció la boca en una mueca burlona. —Sin duda no es tan especial.

Synthia miró a Winter de arriba a abajo, tratando de encontrar alguna falla... Cualquier imperfección. 

Nada.

Cada vez más molesta, posó una mano sobre el cabello del joven y recorrió sus facciones, constatando que aquella piel era bellísima y sus ojos plateados estaban llenos de algo que ella nunca había tenido. Caminó alrededor del chico, apretó su trasero firme y sus muslos, cada vez con más odio y al final, resopló, enfadada. Era claro que no había hallado nada.

Desde ese día, Brock sonrió para sus adentros.

CÓDIGO HYDRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora