Parte I

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Notas de Autora:

Escribí esto hace más de dos años, fue justo antes de publicar "Historia de un caballero". Quedó enterrado en mi carpeta de "cosas descartadas", y pensé en rescatarlo como un One-shot, pero no sé, tras revisarlo puede que sea algo más. Me interesa explorar este tipo de narrativa más angst, y como siempre, no sé a dónde me llevará esto, llevo mucho tiempo queriendo crear una historia un poco angsty :)

Puesto que estamos condenados a seguir esperando un año más a que salga BoTW 2, pues aquí os dejo más contenido BoTW. Así que... lo sé, nada nuevo, el mismo rollo de siempre. O puede que no, ya veremos.

Disclaimer: The legend of Zelda y sus personajes no me pertenecen (ya quisiera yo, ja).

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—Dime Link, ¿te acuerdas de mí?

Sonríe mientras deja que la pregunta escape al fin a su impaciencia, pero esa sonrisa no es más que una máscara para el miedo que siente ante la posible respuesta.

Él parpadea dos veces y ladea un poco la cabeza. Ella es incapaz de mantener la sonrisa y la va apagando, poco a poco, hasta que se extingue del todo.

—Eres Zelda, la princesa de Hyrule.

—Eso es.

¿Y?

Traga saliva, pero él no dice nada y ella no se atreve a seguir preguntando. Está incómodo, lo sabe porque tuerce la vista hacia la hierba verde que se mece entre ambos.

—Recuerdo algunas cosas.

—Me alegra mucho saberlo —acierta a decir ella, mientras distrae las manos aferrándose a su harapienta túnica de meditación —gracias.

Link asiente y eleva la barbilla para olisquear el viento. Cuando lo ve hacer eso parece que no han pasado cien años. Parece que él sólo está escoltándola en los alrededores del castillo y repite ese tic tan suyo de asegurarse que todo está bien. Él siempre se asegura de que no haya monstruos, ni yiga, ni nadie que pueda amenazarla, ni siquiera las serpientes que habitan en la corte. Pero no hay corte, ni yiga... ni monstruos. Sólo un laberinto de muros derrumbados que se abren camino entre ellos y la llanura verde y fresca. Y un vacío al que no se atreve a poner nombre.

—Pronto anochecerá, deberíamos marcharnos —sugiere él, volviendo a mirarla.

Ella tuerce la vista hacia el castillo. Un hilo de humo negro se eleva entre las torres. La torre principal, la del Bastión Central, está medio derrumbada. La criatura trató de hundirla sobre la cabeza de Link. Y muchas veces, durante cien años, había intentado hundirla sobre la de ella. Pero el Poder Sagrado lo había impedido.

—No queda nada en el castillo, lo he registrado —interviene él, interponiéndose entre ella y sus pensamientos.

Ella asiente y da un paso tembloroso hacia el frente. No sabe a dónde le lleva ese paso y un nudo se forma en su garganta. Él da una zancada mayor y va a buscar al caballo, que espera, aún aterrorizado, junto a un muro derruido. Pobre animal, cualquiera habría muerto de terror sólo con la visión del Cataclismo, sin embargo, con una nobleza que ella sólo había leído en los cuentos de su infancia, había cabalgado firme, evitando que su jinete cayese al suelo. Gracias, gracias por no dejarle caer.

Link está atareado asegurando las riendas, la montura. Abre y cierra pequeños saquitos, compartimentos del equipaje, se asegura de manera firme y escrupulosa que tienen todo lo que necesitan para viajar. Y ella siente el impulso, como un torrente ciego de debilidad, de abrazarle, de cerrar los ojos y abrazarle durante horas, hasta creerse que de verdad es él y que está vivo.

RegresoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora