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14. A flor de piel

Capítulo XIV

A flor de piel

Yenni rebana lechuga, tomates y cebollas en una tabla de pino, mientras preparo una salsa de mostaza y pimienta para marinar un pollo que dejé en un bol descongelando antes de salir. Freímos dos plátanos maduros en el sartén hondo, y en una ollita pongo a cocer un poco de arroz blanco. Embadurno el pollo con la marinera, tal y como me enseñó mamá hace mucho. Le introduzco unos dientes de ajo machacados, varias ramitas de romero fresco y un puño de albahaca. El pollo ya está dentro del horno, listo para asarse. Yenni ha aprovechado de irse a dar una ducha antes que Javier esté de vuelta.

Después de asearme las manos me dirijo al mesón de la sala para revisar en la laptop el correo de la oficina los pendientes. Le escribo de vuelta a dos clientes y también me concentro en redactar una carta para enviarla a un posible candidato. Agrego a mi jefe en el espacio de copia oculta para que también esté al tanto del asunto. Leo un par de páginas de noticias que me muestra el navegador: clima, política, un video de gatitos que se hacen amigos de un perro gigante y viejo. Me quedo un buen rato chequeando trivialidades y otras cosas más de ocio antes de cerrar la tapa del computador.

¿Cuáles eran las probabilidades de que me topara con el músico misterioso mientras realizaba mi jornada de trote? No puede ser cierto que en menos de veinticuatro horas vayan a ser tres las veces que lo vea. Siento que han pasado días.

Sopesé que podía haber superado toda la vergüenza de anoche, pero ahora se supone que las circunstancias o coincidencias recientes refuerzan más los motivos.

¿No me bastó con que mi borrachera en ese club lo suscitará a que me regalara una pastilla que me hiciera recuperar la cordura, sino que hace una hora le dejé en claro que pienso que se acuesta con las fans?

Me cambio de posición en la silla, curvándome. Estoy mareada. Me froto las sienes con los dedos al sentir que se me exacerba la angustia. Pensar en él pareciera que me estresará más de lo normal. El punto de luz que hay en sus ojos de aguas turbias, todo su aspecto de belleza y secreto, y los inusitados comentarios que salen de su boca son como ráfagas que me descomponen bárbaramente el cuerpo.

Del creador de: «No todo lo que crees es lo que parecer ser» y «Conozco el poder que llevamos dentro, incluyendo el tuyo», llega ahora: «Las casualidades no existen. Todo fue una causalidad».

Me obligo a analizar toda la situación desde una perspectiva ajena con motivo de conseguir restarle importancia y, así mismo, llegar a la conclusión de no contar con motivos comprensibles que abalen mi absurdo comportamiento.

Yo soy como la pequeña e insignificante maceta de un enorme y frondoso jardín, y él es eso: el enorme y frondoso jardín. Me estoy dando a mí misma demasiada importancia. Él es una estrella de rock, el integrante del grupo de rock más famoso de todo el país y sus alrededores. El tipo debe de conocer a cientos de chicas a diario. Atormentarme por esta situación tan banal sería muy patético de mi parte. Demasiado patético, diría yo.

Practicando la demencia hacia lo poco disuadida que me siento por mi propio auto análisis, me levanto de la silla para dirigirme a mi habitación. Mientras espero a que Yenni salga del baño me explayo boca abajo encima de la cama. Cierro los ojos por unos momentos, pero al percatarme de mi desbocada intranquilidad, que evita que me eche una siestecita, resoplo cual caballo, reincorporándome. Coloco una almohada sobre la otra y abro la gaveta para sacar mi libro. Lo abro en la página que he dejado marcada con la cinta roja de seda. El título del siguiente capítulo me coge tan de sorpresa que sofoco un grito.

Capítulo 2

No existen las Casualidades

Escucho la voz de Dantel en mi cabeza diciéndome algo parecido hace dos horas: