31. Mensajes

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Capítulo XXXI

Mensajes

¡Dantel Tesio se ha quedado CON LAS LLAVES DE MI CASA!

Cualquier desconocido que vea esto desde una perspectiva ajena diría que la cosa va de carreras: primera cita, dos primeros besos (uno supera al otro en fatalidad), entrega de llaves... Sacudo la cabeza con hostilidad, desasiéndome de las incongruencias que me pasan por la cabeza. Él sólo me ha hecho un favor. Ni siquiera estará en la ciudad mientras mantenga las llaves consigo. El viernes las tendré de vuelta y este hurto a consciencia será como si nunca hubiera existido. No es que vaya a tener que usarlas ni nada por el estilo. ¡Nada que ver!

Amaranta no ha maullado ni una sola vez desde que entré, eso quiere decir, desde nuestra perspectiva, que no quiere dirigirme palabra alguna. Por la expresión desdeñosa que carga en su felino rostro da la impresión de que está dolida, pero eso no le impide subirse a mi cama en cuanto me meto en las sábanas. En estos momentos no le doy importancia. Me limito a rascarle la cabeza y a suspirar.

Tengo mucho con lo qué procesar y, aun así, me siento como flotando en una nube. Mi mente está toda en blanco, y la sensación de sentir la mano de Dantel acariciándome la cara, migrando los mechones de mi pelo hacia atrás, mientras sus labios carnosos se acoplan con los míos, me asalta con voracidad. Me agobia pensar en ello, en sus manos, sus agraciadas manos, y en su boca redonda y rosada. Me estremezco como si estuviera reviviéndolo todo otra vez.

Nunca me había sentido así. Es como si cada poro de mi piel estuviera expuesto a ser atravesado por ráfagas de emociones en cuantiosas cantidades. Y saber que lo acompañaré este viernes a ese concierto no ayuda a reducir la sensación. Pudiera considerar que todo esto forma parte de la mentira más estupenda que se ha inventado mi mente.

Mi ociosa cabeza se pone a hacer un recuento de la velada para repasar los detalles de hoy. La conversación preliminar que mantuvimos dentro del carro; nuestra charla en el restaurante... Demonios, es vegetariano. Gracias al cielo no me llevó a un restaurante de otra clase, porque de haber sido el caso hubiera elegido del menú un grueso churrasco a la parrilla con una buena vena de sangre y grasa metida en el medio. Y ni hablar del plato de fideos, sin duda son los fideos más sexys... Qué digo, los fideos más sabrosos que me he comido. Nuestra comunicación en el club se centró más en las miradas que en las palabras; no obstante, se ofreció en ayudarme con las lecciones de piano y mis dolores de espalda. ¿Acaso se cree curandero místico? Es cierto que las dolencias tienen un origen, pero ¿Qué hará? ¿Hurgar dentro de mi cabeza hasta conseguir la procedencia?

La noche en el club iba de lo mejor hasta el momento en el que me topé con sus labios. Se me contrae el pecho tan sólo de recordarlo. Su presentación en la tarima posterior a ese desliz parece haber opacado el incidente. Y qué de la mujercita que apareció cuando estábamos en la barra. Es normal que las mujeres actúen de esa forma cuando se encuentran cerca de él; no la culpo. Él debe estar acostumbrado a las insinuaciones directas. Sabrá lidiar con ello, tanto si es de aceptarlas como de evadirlas.

¿Y si sólo la rechazó porque estaba conmigo? ¿Cuándo estará solo y sin compañía hará lo mismo? ¿Será su remarcable cordialidad parte de una inevitable pantomima?

Por ahora me contenta que le haya dejado en claro a la tal Darla, que había ido a ese sitio conmigo. Me percato que ahora mismo tengo los ojos entornados y cargados de jactancia.

Le doy golpes a la almohada y me acuesto de medio lado envolviendo las manos cerca del pecho, notando que el corazón me late fuerte. Me muerdo el labio inferior al recordar el beso que literalmente me quitó el aliento, la razón y hasta el equilibrio, pero que me dejó un rescoldo dulce en la boca que aun puedo saborear.

SPERO - Piso1 Cuerpo ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora