35. Impropio

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Capítulo XXXV

Impropio

Las cámaras, los fotógrafos y las personas de seguridad se movilizan con viveza dentro de un angosto pasillo que colinda con la zona vip y que se haya a los pies del escenario.

El show es más de lo que esperaba, mucho más. La cantidad de gente que hay detrás de mí es incontable, y la euforia que se despliega del escenario donde los cuatro integrantes de Chupetas lo entregan todo es extrema. Me provoca saltar, gritar y cantar sin control, pero me veo forzada a acompasarme de vez en cuando porque a pesar de la inmensidad del sitio y del estrado Dantel y yo hemos cruzado miradas más de una vez. En cuanto salió a escena no tardó en ubicarme. Así que, he tratado de mantener la prudencia y no actuar irracionalmente como lo hace el resto de las cientos y cientos de personas aquí abajo.

Cuando me encuentro pegando voces y sumergida en la letra de una de mis canciones predilectas, un tipo alto de los de seguridad me toma por sorpresa al acercarse y tomarme por el brazo.

«¿Qué he hecho?».

—¿Antonella Depablos?

Asiento.

—Venga conmigo.

Abre un pestillo de la línea de tubos que me separa del área concurrida de trabajadores para dejarme salir. Me pide que lo siga, dirigiéndome a la parte posterior del escenario a través de un corredor estrecho y oculto. Al llegar a la parte trasera subimos unas escaleras de concreto que me guían a una especie de tienda blanca pre armada, en donde diversos muebles de lona, dos pantallas grandes, tres cavas de refrigerio y varias mesas de diferentes tamaños han sido colocados de forma improvisada. El tipo de seguridad me suelta como pajarito en grama antes de regresarse por el mismo camino por donde me trajo. Una señora y un joven aparecen cargando con platos y bandejas llenas de comida. Minutos más tarde el público prorrumpe en sonoros gritos y aplausos que duran eternidades, dando por sentado que el concierto ha finalizado. Personas comienzan a entrar por una hendidura del lienzo blanco que hace el papel de pared. Es el equipo técnico y están sumidos en discusiones de aparatajes, swiches y otro montón de cosas que me parecen excesivamente complicadas de entender y que hacen de mi presencia algo completamente impropio.

—¡Lo siento! —expreso quitándome del camino de uno de ellos para evitar ser atropellada.

Entran las dos mujeres adultas y amables hablando entre ellas de asuntos que parecen ser de gran prominencia. Tal vez estén dialogando sobre el próximo peinado que debería llevar Aimé en el siguiente concierto, o de los pantalones de El flaco que parecían estar muy ajustados, o puede que estén felicitándose por lo bien que lucía Dantel en su chaqueta de cuero negro, franela blanca y jeans rotos oscuros, o tal vez Dacio no tenía los pinchos color mostaza de la cabeza suficientemente erguidos.

Me cruzo de brazos dentro de mi chaqueta, pegándome a una de las paredes de tela y fundiéndome con esta, esperando de algún modo convertirme en la mujer invisible.

—¡Anto!

—¡Javier! —lo abrazo con alegría de ver por fin un rostro familiar—. ¿Qué hay?

—Aquí. Ya acabamos —tiene los cachetes colorados. Se seca el cuello con una toalla a pesar de que afuera ronda una brisa rebelde—. ¿Te ha gustado el espectáculo?

—Si te refieres a las luces que has hecho, han estado realmente alucinantes, Javier. De veras. Creí que se me encenderían las pestañas.

—Eso pretendía con todos ahí abajo. Has tenido una buena ubicación. Te he visto desde arriba de la consola. Nada mal —tiene una discreta, aunque insinuante expresión.

SPERO - Piso1 Cuerpo ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora