Un cálido día de mayo, los niños jugaban en la plaza. Alia jugaba a ser una druida, transformando su cuerpo al de una osa gigante y persiguiendo a sus amigos mientras Oxton, quién soñaba con convertirse en uno de los mejores paladines jamás vistos, hacía frente a la gran amenaza que su amiga Alia representaba con su magnífica maza.
Tras el alboroto que armaban los pequeños, un anciano se acercaba lentamente. Los crujidos de la edad en sus andares sobre unas sandalias de madera viejas y su bastón no tardaron en llamar la atención.
–¡Anciano! ¡Ha vuelto! –dijo Alia con una sonrisa de oreja a oreja mientras corría alegremente hacia el anciano.
El anciano se giró lentamente con sus ojos rodeados de arrugas puestos en la niña.
–¡Alia, pequeña! ¡Cómo me alegro de verte... de veros! A todos vosotros. –Dijo el anciano mientras se agachaba con dificultad para abrazar a los niños.
El anciano se inclinó ligeramente y puso su demacrado pulgar sobre la suave frente de Alia mientras, lentamente, expresaba sorpresa.
–¿Qué te ha ocurrido, hija? –dijo mientras frotaba con cuidado el rasguño de la frente de Alia. –Debes ser más cuidadosa jugando, pequeña.
El anciano miraba sonriente a la pequeña. No podía evitar pensar en su nieta al verla. Pelo corto a la altura de los hombros, color blanco como la nieve. Ojos grandes como pétalos de flor, color azul celeste claro como el cielo.
–Tropecé jugando –dijo la pequeña Alia mientras reía tímidamente.
El anciano se enderezó y siguió su camino hasta un banco de madera cercano.
–¡Cuéntenos una de sus historias, anciano! –Dijo Oxton mientras corría a sentarse delante del anciano.
El anciano, con ayuda de su viejo bastón, se sentó en el banco. Cerró los ojos brevemente para sentir la ligera brisa en su cara, el tranquilizante sol en su calva...
–Sentaos un rato y escuchad. –dijo mientras sacaba un gran y viejo libro de su bolsa. –Porque hoy os voy a contar una historia muy importante para mí...
Posó el gran libro sobre su toga, a la altura de sus rodillas, y lo abrió lentamente. De un pequeño estuchito de madera sacó unas gafas casi tan antiguas como el libro. Media montura de madera tallada, color claro, y cristales ligeramente rayados. Abrió el libro por una página al azar, como de costumbre, mientras posaba lentamente las gafas sobre su rostro con la otra mano.
–Hace muchos, muchos años... En esta misma ciudad vivió una familia un poco inusual. Ulric y Colette eran una joven pareja recién casada de vendedores ambulantes. Con su carreta y su fiel corcel Tei, viajaban a todas las ciudades y villas de los reinos del este hasta que, por un pequeño infortunio, se desviaron del camino por una tormenta de nieve y se perdieron en un frondoso bosque...
Los niños miraban con asombro al anciano mientras él, torpemente, gesticulaba y movía los brazos de forma un poco exagerada. El anciano vigilaba atento a los niños pues no quería que nadie se perdiese ni un ápice de su historia.
–Para su sorpresa... Este pequeño infortunio no fue algo malo. Pues encontraron un regalo de los dioses reposando sobre una cesta en un pequeño arbusto.
El anciano relajó los hombros, dejando caer suavemente sus brazos mientras sostenía el libro. Su voz se volvió tenue y tranquila mientras miraba el libro fijamente.
–Sobre la cesta había una criaturita indefensa. Una bebé con piel rosada, enormes ojos color azul celeste como el cielo. Pelo claro, blanco como la nieve con pequeños reflejos color azul y naranja muy claro, orejas puntiagudas...
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Warcraft: Daeiana
FantasyDaeiana, una alta elfa criada entre humanos en Ventormenta, busca desesperadamente el conocimiento mágico para revivir a sus padres adoptivos, a quienes vio morir de niña en un trágico incendio. Tras unos años es forzada a detener su aprendizaje en...