Capítulo 8: Polizona

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Un despejada madrugada con ligeras nubes adornando el azulado cielo y un paisaje verde y lleno de vida vegetal. La oscuridad de la noche desaparece lentamente a medida que el sol asoma por el horizonte. Térefast, con rocas atadas a brazos y piernas, entrena realizando patadas con su pierna izquierda al lado del campamento.

–Doscientos uno, doscientos dos... –dijo bastante sudado mientras hiperventilaba.
–¡DOSCIENTOS TRES! –exclamó conteniendo el grito mientras realizaba una última patada.

El nudo que sostenía la roca saltó y salió volando bastante lejos.

–¡Mierda! –dijo Térefast mientras caminaba tan rápido como podía a buscar la piedra.

Mientras tanto, Daeiana yacía delante de la tienda de campaña rodeada de su ropa tendida en cuerdas improvisadas entre las ramas de los árboles. Sujetaba su camisa, rota por la mitad y bastante desgastada, mientras raspaba intensamente con un cepillo. Tras un breve descanso, cogió la camisa con ambas manos y la levantó levemente donde los rayos de luz pasaban entre las hojas.

–Nada... –pensó mientras miraba una mancha en la parte superior de la manga.

La camisa estaba destrozada, faltándole la manga derecha y el pecho hasta la parte izquierda del cuello. La manga que quedaba estaba rasgada y con algún agujero pequeño. Daeiana giró levemente la cabeza para ver su capa colgada de una cuerda y ligeramente húmeda. Un sonido seco, como de algo duro golpeando metal, se escuchó brevemente a pocos metros de distancia. Daeiana, dejando caer la camisa al suelo, se puso de pie en dirección al sonido. La mano derecha de Daeiana empezó a emanar maná verdoso, formando una esfera con toques amarronados, mientras observaba a sus alrededores ligeramente nerviosa.

–¡Perdón, perdón! –dijo Térefast mientras salía de los arbustos. –Culpa mía, estaba entrenando y la roca salió volando.

La esfera de maná desapareció de la mano de Daeiana mientras ésta bajaba la guardia.

–Qué susto me has dado. Pensaba que me emboscaban. –dijo agachándose para recoger su camisa. Al cogerla, se levantó y se cubrió la parte delantera del torso mientras le daba la espalda a Térefast. –Gírate un momento, anda.

Térefast vio la espalda semidesnuda de Daeiana, cubierta en la parte superior por sólo unas vendas, y se giró. Se apoyó en el tronco de un árbol con el hombro izquierdo, sin poder quitarse de la cabeza las vendas que acababa de ver.

–¿Qué te ha ocurrido en el pecho? –preguntó Térefast.

–Pervertido... –respondió Daeiana con un tono seco mientras se ponía la camisa.

–¿Qué dices, boba? ¡Me refería a que por qué vas vendada!

–Te tomaba el pelo. –respondió Daeiana con una risa tímida mientras descolgaba la capa. –Son heridas mágicas.

–¿Heridas mágicas? ¿Tipo maldiciones y eso...?

–Supongo que sí aunque no estoy segura. Sólo sé que son heridas que tardan en desaparecer porque el hechizo dejó impregnado maná en mi cuerpo.

–¿Y no puedes curarte con tu magia?

–Lo he intentado pero no funciona. Con el tiempo va desapareciendo aunque parece tardar bastante. –respondió Daeiana mientras se abrochaba el cuello de la capa.

Térefast se quedó callado. Rememoraba brevemente recuerdos aleatorios con ella y siempre la vio con un ojo y una mano vendados.

–Ya puedes girarte. –dijo Daeiana mientras se acercaba a su mochila.

Térefast se dio la vuelta y, apoyando la espalda en el tronco del árbol, se quedó mirándola. Daeiana se colocaba el pelo detrás de las orejas mientras se agachaba para guardar sus cosas en la mochila. Térefast no perdía atención de la venda de su ojo izquierdo.

Warcraft: DaeianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora