La sombra

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Había pasado ya los dos meses, y Alanana había tenido la esperanza de que igual de misteriosamente, apareciera la caja en su cama como cuado se perdió. Pero eso no pasó. Tampoco siguió preguntandole mas a Damiana, pues después de un par de veces, había comenzado a ignorarla. Pero a la princesa no se le ocurrió preguntarle a alguien más, y ese fue su error. Quiza Friedrich le hubiera contado lo que sabía.

Afuera había comenzado a caer nieve desde hacia tres días, y en parte esto le gustaba, pues podria ya salir del castillo, pero por otra parte, el clima la ponia mas melancolica.

Ese día Damiana le había indicado que se bañara temprano, y le dejo un vestido tinto con encajes listo para que lo usara. Ella no sabía porque, pero la sirvienta le dijo que los principes llegarian al anochecer.

"No dejaré que unos muchachos me pongan nerviosa, soy yo quién escogerá a uno de ellos. Y tampoco les daré la importancia que creen merecer por ser "hijos de reyes". Mi atención solo se la gana aquella persona que lo merezca."

Se baño, pero no se arregló de más. no quería parecer desesperada, pues en realidad no lo estaba. Vistió la bellisíma calida tela aterciopelada y desenrredó su cabello.

Después de eso, en realidad no había mucho más que hacer. Aún el sol estaba elevado, se suponia que faltaban unas horas para la llegada de los principes.

Se sentó frente a la ventana. Miro hacia abajo de la colina tratando de divisar personas, pero estaba demasiado alejado el pueblo, solo se veian unas pequeñas casas. En realidad su reino no era muy pobre, pero la gente de ahí y hasta su padre, preferian vivir humildemente. Eso le gustaba a Alantana, la gente sencilla y noble son las que tienen los mejores corazones, pensaba.

Su respirar empaño la ventana, y ella, con la manga de su vestido sobre su mano, talló el cristal.

Dirigió la vista en algo que estuvo segura que se movió, pero no encontro nada. Solo blanca nieve en el suelo y unos arboles y arbustos deshojados. Volvió a tener la sensación de que algo cambiaba en el paisaje. Enfocó la vista, y se dio cuenta de que efectivamente había algo que se movía ¡Era una pequeña liebre! La pobre estaba atorada bajo unas ramas secas amontonadas.

Alantana se levantó bruscamente y se dirigió corriendo hacia la salida del palacio. En lo único que pensaba era en el pobre animalito que llacía encerrado. La temporada estaba a su favor, pues en invierno el sol era cubierto por la nubes un poco obscuras. Por fortuna para el animal, la princesa no se encontró con nadie en el camino que pudiera detenerla, pues tenía prohibido salir sola.

Se dirigió a prisa a donde estaba el conejo atrapado, y comenzó a quitar una por una las ramas que lo aprisionaban. Seguramente había entrado ahí sin pensar que no había salida, y una rama cayó cubriendo la única entrada de la pequeña jaula natural. Bueno, eso pensó Alantana, pero no era así en realidad. Todo era una trampa.

El conejo se movíó nervioso cuando la princesa había quitado la mayoría. Y ella sin miedo alguno, metió la mano dentro y tomo al la liebre con sumo cuidado.

La liebre, a sorpresa de ella, no se escabuyó de sus manos. Ella se levantó y se quedo parada observando al animal. Comprobaba que no tuviera algún rasguño, si lo tenía lo curaría por ella misma. La pequeña bolita blanca estaba muy asustada, sus pupilas estaban dilatadas y respiraba agitadamente.

"Ya pasó, tranquilo. Yo no te haré daño" le dijo mientras lo acariciaba con ternura tratando de calmarlo.

El conejillo dirigió su mirada hacia el cielo, haciendo que la princesa también lo hiciera. Hasta ese momento se dió cuenta de algo muy extraño: las nubes se había vuelto completamente negras, se comenzaban a arremolinar, tapando la tenue luz del sol. De pronto, todo se había vuelto oscuridad. Sus sentidos se pusieron alertas, pues lo que pasaba no era normal. Apretó al conejo contra su barriga, no lo dejaría solo. Por primera vez en mucho tiempo buscó al astro rey directamente, pero había desaparecido por completo. En su lugar una rafaga de viento soplo sobre ellos.

Algo, como una gran sombra, desendía del cielo y se dirigia hacia ella. Tuvo miedo. Sus pies estaban paralizados y su voz también, solo su corazón palpitaba a mil por hora. Sentía que la pobre liebre se apretujaba más contra ella, también temía ¿Que rayos era esa cosa? ¿Por qué estaba su cuerpo dormido? La sombra se acercaba más y más hacia ella, pero no reaccionaba. Una gota de sudor helado.

El conejito razguño uno de sus dedos, devolviendole un poco de vida a su cuerpo. Tenía que huir de ahí. Pudo mover un píe, y después el otro. El frío los había entumido. Ella solo pensaba en escapar, debía hacerlo. Siguió dando pasos torpemente. Pero entonces algo en su cabeza le dijo: "No te vayas, no hay marcha atrás. Es tu fin".

Y entristeció, porque en realidad creía que era su fin. Que esa cosa acabaría con su vida. Paró en seco, pensaba entregarse.

"Al fin y al cabo, ya nada tiene sentido, no vale la pena seguir".

La liebre la mordió fuertemente. Sintió como algo calido resbalaba por su dedo. Sangre, estaba sangrando.

-¡Ouch! - Desvió la mirada de la enorme sombra que se imponia sobre ella, y miró entonces al conejo.

"¡Vive, vive!"

Y sintió desfallecer, quería continuar viviendo, pero era muy tarde con ese ser estando a unos metros de distancia...

-¡Princesa! - escuchó a alguien que la llamaba ¡Era Friedrich! Su salvación. La voz de el hombre le devolvió la esperanza.

-¡Por aquí! ¡Friedrich por aquí! - indicó apresurada. La sombra parecío agitarse, y desapareció en unos segundos. El cielo comenzó a aclararse inmediatamente, y vió venir hacia ella a un grupo de hombres.

Alantana se quedó donde mismo, aún no se le pasaba el aturdimiento.

Por fin llegarón a donde ella, y Friedrich habló.

-Princesa ¿Se encuentra usted bien? Esta muy palída- preguntó preocupado.

-Yo, yo he...- Y entonces cayó en la cuenta de las otras personas que se encontraban presentes- Sí, estoy bi-bien.

-¿Está usted segura su majestad?

-Sí, me encuentro perfectamente- mintió. Los otros la miraban atentamente.

-Sí es así... Su señoría, me honro en presentarle a los principes. Él es el principe Sebastién del reino de Linneo...- Un joven rubio y a un guardia tras él se inclinaron. Ella no pensó en devolver el saludo- Al principe Enrique, de Rusby, al...

-¿Ellos son los principes?- el susto aún no se le pasaba, no tenía cabeza para presentaciones.

-Afirmativamente, su señoría. Permitame por favor terminar de presentarlos- pidió educadamente.

Alantana caminó entre los presentes, hechandoles una mirada rapida.

-Lo elijo a él- Era un chico alto, tez clara, cabello negro, corto y desordenado. Él chico se sorprendió y no supo que decir. Todos los demás se miraron entre sí conmocionados de igual forma.

-Me retiro. Con su permiso- indicó la princesa haciendo una reverencia general, para hecharse a correr rumbo al castillo con el animal en las manos. Dejando a todos boquiabiertos.

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Hey, hey! ;D ya sé, dije en el capitulo anterior que actualizaría pronto, y no lo hise :( perdón! estoy en el último semestre y no creí que tuviera que hacer tantas cosas! :$

Disculpen, tratare de escribir por mi movil!

y muchas gracias por estar aquí leyendo, formando parte de esta historia y siendo las primeras personas en leerla :3 mil gracias enserio! (': un besototote! y espero sigan haciendolo! :;D:***

Y muchas gracias también a GabrielaModerna, quién comente sin miedo y sigue leyendome (': por fin aparecieron los principes, ves? n.n

Por favor comenten lo que les parece la historia n.n gracias! :3

Pd:- Si al final del capitulo, en la parte donde le presentan los principes a Alantana, ustedes leen que el nombre del principe de Rusby es Johan, quiere decir que no tienen actualizado el capitulo, pues he decidido llamarlo Enrique, y es mejor que lo sepan para que en los siguistes capitulos no se confundan(:

La chica color de lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora