Capítulo 4: Hasta el Último Sorbo...

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Mientras Axel mantuviese sus ojos cerrados, la canela no tendría oportunidad de quemarlos. Aun así, no solo bloqueaba el sentido de su visión, sino también su olfato, todo lo que podía oler era el asqueroso -para él- hedor de la canela, se sentía como un pájaro en la oscuridad, sin ninguna ayuda para escapar, pero por alguna razón, se había acostumbrado tanto al aroma de su Ama, que era lo único que deseaba olfatear. Se sentía tan repulsivo que empezaba a sentirse enfermo. Sin embargo, esa era la menor de sus preocupaciones, empezó a llamar suave y desesperadamente — ¿K-Kiara...?- susurró con un hilo de voz girando de un lado a otro su cabeza, esperando escuchar sus pisadas. Nada. Solo se escuchaba el gorjeo de uno que otro pájaro a lo lejos, la brisa que hacia cosquillear su rostro, y los árboles que susurraban cosas sin sentido, ahogados por una malicia inexistente. Esto podía significar que podía escapar... pero... un frasco lleno de su sangre era mil veces mejor que vivir de hambruna para la eternidad... ¿verdad? Así que el joven empezó a caminar... tropezar de regreso de donde había venido, en silencio, tambaleante.

Kiara por su parte caminó de regreso a la mansión. El vampiro tendría un momento de diversión con los rosales ahí afuera. Ella miró con curiosidad al frasco que contenía su sangre en su interior, era oscura, pero no tanto como la del vampiro, inmóvil, estaba aún tibia. Era asqueroso pensar en un ser que diese su propia vida por tan solo un poco de sangre. Pero el vampiro pagaría por todo lo que su raza le hizo a Kiara. Se quedó en silencio analizando el frasco con el líquido carmesí por las siguientes horas mientras esperara que el muchacho volviera... o no.

Sin embargo, cedió ante algo más que su ira, y con un empujón travieso el frasco golpeó el piso y la sangre de su interior se desparramó por toda la baldosa. "Ups."

Axel mientras tanto seguía su camino frenéticamente. Tales cosas como el orgullo y el poder no existan para él si su supervivencia estaba asegurada. Los minutos se convirtieron poco a poco en horas, y el joven vampiro estaría frenéticamente buscando la forma de regresar a esa mansión. Su piel poco a poco se raspó, cortó y empezó a escocer gracias a sus múltiples encuentros con las camas de rosas. Las afiladas espinas, grandes y pequeñas, se clavaban en su piel pálida, pero esto no le importaba en lo absoluto, el dolor era algo completamente irrelevante para él.

 Tambaleante, la desesperación empezaba a tomar la forma de una presión en su pecho, quizá nunca sería capaz de llegar a la mansión, y moriría allí dondequiera que estaba. Mientras más caminaba, estaba más cerca de llegar a casa, y al delicioso, espeso y dulce frasco de esa exquisita sangre que él tanto necesitaba. Sus sentidos poco a poco se entorpecieron antes de que colapsara justo enfrente de la enorme mansión, en un sangrante, herido y lleno de espinas de rosa, desastre.

-Aw, parece que el perrito necesita un baño.- La voz de Kiara, fría pero con un tono de diversión, se escuchó justo enfrente del vampiro, pero él era incapaz a toda costa de abrir siquiera sus ojos. Ella lo jaló lentamente hacia arriba, golpeándolo en cada grada de mármol que subían, pasando por su propia habitación, hasta que el sonido del agua y su cálido sentimiento empezó a recorrer el cuerpo del vampiro. Ella lo puso dentro de la ducha, y miró en silencio mientras el agua limpiaba lentamente su ropa, ojos, y heridas, el agua que llegaba a su cuerpo bajaba tiñéndose de un oscuro color carmesí. Ella tendría que quitarle las espinas después.

-No...más.- Susurró el muchacho. Su voz sonaba más que dolorida, en agonía, mientras él era apenas capaz de hacer un patético intento de lucha contra las manos de Kiara, que lo sostenían firmemente. Su cuerpo entero quemaba insoportablemente mientras el trasparente líquido recorría su magullada piel. Sin embargo consiguió de alguna forma manejarse a sí mismo entre gemidos suaves de dolor y su brazo intentado desesperadamente deshacerse de esa sensación horrenda que recorría hasta sus venas — ¡E-eres malvada! ¡Te detesto!- escupió con odio. Eventualmente empujándose a sí mismo sobre sus pies en un -nuevamente- no exitoso intento de escapar de ella y escurrirse dentro de su habitación.

Mi Esclavo, Un Vampiro (EN EDICION)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora