Capítulo 3

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El día transcurrió con normalidad. Yo saliendo de clase mientras Dylan me esperaba en la puerta para ir juntos a comer. Entrábamos en la cafetería, cogíamos nuestra comida, nos sentábamos juntos en nuestra habitual mesa, alejados de todos los demás, mientras criticábamos a todo el que pasaba por delante.

-Mira a Susan Fitz, creo que no le queda piel por tatuar -dije yo.

-¡¿Acaso la has visto desnuda?! Te lo tenías muy callado Olivia -respondió él, mientras masticaba su hamburguesa, provocando así que saliera parte de su comida fuera de su boca.

-Lo primero, no hables con la boca llena, guarro -le dije yo, pasándole una servilleta -y lo segundo, no lo he hecho ni me gustaría hacerlo.

-Como quieras. Mira a Mark Miller, como se pinche más aire en los músculos parecerá un muñeco hinchable. -dijo él, provocando que me riera -Lo digo enserio, pasa a su lado, clávale un alfiler y se deshinchará tanto que saldrá volando.

-Y mira a esa, ¿por qué lleva el pelo rosa? No lo enti... -paré. Aquella chica se había dado la vuelta, y la reconocí. Miranda. Miranda Stone. Alguien que en su momento fue mi mejor amiga. Alguien que me defraudó y traicionó. Miranda era la típica chica perfecta, alta, delgada pero con curvas perfectas, al lado de mi metro setenta y mi falta de curvas. Tenía el pelo increíble, rubio y ondulado, justo por encima del culo, decorado con una puntas color rosa (que le quedaban genial a la muy...) y unos ojos grandes y azules, ero no claros como los de Dylan, sino oscuros, profundos (como su alma. Sí, la detesto). También era muy popular, y ella y Mike hacían la pareja perfecta. Daban asco. Antes, Miranda era dulce, alegre y divertida. Ahora era chula, tonta y creída.

Pasó por delante nuestra, mientras Dylan le decía:

-Oye, Miranda, creo que te ha vomitado un arcoíris. ¿Estás bien?

-La envidia es demasiado mala. Tranquilo, te diré el nombre de mi peluquera, a ver si puede hacer algo con... aquello a lo que llamas pelo -respondió ella, provocando unas risitas tontas por parte de sus amigas. Sí, amigas. Todos se acercaban a ella por conveniencia. Si estabas a su lado tenías asegurada una invitación para una fiesta, una pareja para el baile, un suspiro al pasar por el pasillo...

Miranda siguió su camino, mientras yo le decía a Dylan:

-Ni se te ocurra pasarte por su peluquero, si no quieres ser atacado por tías en batas rosas horribles vomitando arcoíris por todo tu pelo.

-Buah, me pasaré solo para ver si están bien. Me gusta que tías buenas me toquen el pelo.

-No pienses que voy a tocarte el pelo -respondí.

-Oh vamos, sé que quieres hacerlo -dijo, cogiendo mi mano y atrayéndola a su cabeza.

Conseguí zafarme de él y me fui, diciendo:

-Tengo que irme, tengo estúpido grupo de apoyo.

-Suerte en el infierno, querida.

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Después de la charla con el grupo de apoyo...

Increíble. Ese chico nuevo me había sonreído arrogantemente. ¿Quién se creía que era? Ya tenía suficientes idiotas con los que lidiar como para tener que preocuparme de otro más.

Llegué a mi casa y no había nadie. Mi padre no llegaría hasta las siete, por lo que subía a mi cuarto y me puse a hacer deberes.

Una hora después, cuando mi cabeza estaba a punto de estallar, recibí un mensaje de texto. Cogí mi móvil y lo miré. Era de Dylan. "¿Qué tal por el infierno? Mientras tu morías he visitado la peluquería de Miranda. Son todas unas viejas pellejas. *lloro*"

"Pues la verdad es que peor que cualquier otro día" -respondí.

Le conté toda la historia, desde que Harold no era Harold si no Haley hasta mi discurso sobre los sueños y la estúpida sonrisa arrogante del nuevo.

"Wow. ¿Cómo narices te las arreglas para hacer esos discursos? Hazte presidenta, por favor. Votad a Olivia Moore como presidenta de los Estados Unidos. Y lo más impactante, ¡¿CÓMO ES QUE HAROLD NO ES HAROLD?! Acabas de traumatizarme. -respondió él. Aquello me hizo reír y olvidar todos los problemas del día de hoy momentáneamente.

Seguimos hablando hasta que oí llegar a mi padre y me asomé a la ventana. Salió del coche y se metió dentro de casa. Se le veía cansado, estresado.

Baje corriendo las escaleras y le saludé. Él me devolvió el saludo y dijo:

-Tengo mucho trabajo hoy. He traído comida china, está en la cocina. Yo estaré en el despacho.

Dicho eso, se fue a su despacho y yo me dirigí a la cocina. Cogí la comida, la puse en un lato, me senté y me puse a comer. ¿Cuándo volvería todo a ser como antes? Deseaba recuperar la estrecha relación que tuve con mi padre. Éramos inseparables, pero ya no. Probablemente gracias a mí y a mi estupidez.

Terminé mi comida y me dirigí al baño. Me di un baño caliente y relajante, mientras escuchaba la música de mi teléfono. Aquel era uno de los mejores momentos de todo el día, un momento en el que sólo existíamos la música y yo. Desde pequeña había amado la música, era mi mundo. En vez de pedir a mis padres que me leyesen cuentos, les pedía que me cantasen. Cada día, después de cenar, mi padre se sentaba en el sofá del salón y mi madre se sentaba junto a su máquina de escribir antigua, y tecleaba al son de los Beatles. Yo, al escuchar la música, corría hacia el salón, y me sentaba frente al tocadiscos y tarareaba mientras veía girar una y otra vez los discos. Era fantástico.

Después del baño me sequé un poco el pelo y me fui a dormir. Mañana sería otro día.

Flashback

Estaba muy nerviosa. Iba a ser mi primera clase de ballet. Iba cogida de la mano de mi madre, vestida con un tutú color rosa, mi pelo recogido en un moño alto y con las zapatillas de ballet en la mano. Llegamos a una puerta en la que ponía "Clase de Ballet de 5 a 10 años". Yo tenía nueve, así que entramos en aquella aula. Estaba llena de espejos y barras de estiramiento, además de una decoración de pequeñas bailarinas. En la sala habían tres parejas más de madres e hijas. Mi madre me condujo hasta un rincón donde me dijo:

-Liv, cariño, no voy a quedarme a verte, ya que tengo que trabajar, pórtate bien cielo.

Dicho eso, me miró fijamente y observé sus ojos grises como los míos algo rojos, como si estuviese a punto de llorar. Agachó la cabeza y su pelo rubio y rizado cayó sobre su cara. Lo devolvió a su sitio y me dio un gran beso en la frente, seguido de un te quiero y su posterior guiño. Luego, salió de la sala, dejándome sola en aquel rincón. Me senté en el suelo e intenté ponerme las bailarinas, pero no podía. Entonces noté como unas manos igual de pequeñas que las mías me arrebataban las cuerdas.

-Debes enrollarlas de esta manera, para que queden perfectas -dijo una vocecilla.

Levanté la vista del suelo y me encontré con una niña de más o menos mi edad. Tenía el pelo rubio y unos ojos azules muy oscuros. La niña me miraba, sonriente.

-Debes de ser nueva, ¿cómo te llamas? -preguntó ella.

-Yo... me llamo Olivia.

-¡Olivia! -exclamó -Me encanta tu nombre. Mi muñeca favorita se llama así. Bueno, yo soy Miranda, y vamos a ser buenas amigas, lo sé.

Su entusiasmo me provocó una gran sonrisa. Eso y que mi muñeca preferida se llamaba como ella, Miranda.

La verdad de soñar ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora