Avanzamos por la carretera en completo silencio, él delante, conduciendo la moto, y yo detrás, agarrando la incubadora que descansaba sobre mis piernas con la mano izquierda mientras me aferraba fuertemente a la cintura de Isaac con la derecha. Había visto su cara antes de partir y sabía que tenía muchas preguntas que hacerme, pero decidió cumplir su promesa anterior, por lo que no iba a hacerlas. Aún quedaba un rato hasta llegar al hospital, por lo que decidí expulsar todos los malos pensamientos de mi mente y disfrutar del viaje. Nunca antes había ido en moto y me encantaba la sensación del viento en mi cara, ondeando mi cabello y haciéndome sentir libre, como si pudiera volar y todo aquello que durante este año me había pasado, que se pegaba a mis pensamientos, que me apretaba como una horrible camisa de fuerza y oprimía mi pecho impidiéndome respirar se hubiese esfumado y en su lugar apareciera una inmensa sensación de libertad. Cerré los ojos, intentando capturar en mi mente aquella hermosa sensación y almacenarla para poder recurrir a ella en los malos momentos, y, cuando quise darme cuenta, tenía la cabeza recostada sobre la espalda de Isaac. Mi primer instinto habría sido apartarme rápidamente, pero no podía. Estaba cómoda allí con él por primera vez en toda la semana.
-Olivia.
-¿Si?
-Bueno, sé que mi espalda es muy reconfortante y que estás muy a gusto, pero ya hemos llegado. En situaciones normales me habría callado, pero al parecer esto es importante.
Me ruboricé y bajé de la moto, sujetando la incubadora con una mano y quitándome el casco con la otra. Dios, era estúpida. ¿Cómo había sido capaz de pensar esas cosas en ese momento?
-No hace falta que me acompañes -comencé.
-¿Estás de broma? Yo me quedo -contestó.
-De acuerdo -contesté, no muy convencida.
Avanzamos hasta llegar a la puerta principal, por donde entramos. En la recepción se encontraba Natalie, la recepcionista del hospital.
-¡Muy buenas, Olivia! Ya me estaba haciendo a la idea de que no ibas a llegar... Vaya, veo que te has traído a un amiguito... muy guapo, por cierto.
-Muchísimas gracias, señorita, aunque no tanto como usted.
Rodé los ojos. ¿Tenía que ligar hasta con la recepcionista? Agarré a Isaac del brazo y le arrastré por el pasillo mientras decía:
-Gracias, Natalie, ¡Adiós!
Nos acercamos al ascensor más cercano del hospital, pulsé el botón y, al cabo de tan sólo unos segundos, las puertas se abrieron, dejando salir a médicos y enfermeras que posiblemente se dirigían a hacer frente a todas las tareas que el hospital tenía preparadas para ellos. Isaac y yo entramos en el ascensor, junto con una enfermera que transportaba a un paciente en una silla de ruedas, y apreté el botón de la tercera planta. Al llegar a ésta salimos y giré a la derecha, luego a la izquierda y por último seguí recto hasta llegar a la habitación 342. Entré cuidadosamente en la sala, procurando no hacer ruido, y me acerqué a la cama que había al final de ésta. En ella yacía una mujer de unos 50 años, de tez oscura y cabellos cortos y rubios. Llevaba puesta una bata se hospital y tenía una vía conectada a su brazo izquierdo, por donde se hidrataba y alimentaba, aportando todo lo necesario a su cuerpo. Descansaba plácidamente con los ojos cerrados y la respiración pausada y tranquila.
-Hola, Mila, siento llegar tarde, pero me ha surgido un... imprevisto de última hora.
Y así le conté toda mi semana, los cotilleos del barrio, como se encontraba su jardín... cosas a simple vista insignificantes, pero que para ella no lo eran tanto, dada su situación.
Isaac había entrado también en la sala, se había sentado en el sillón y escuchaba atentamente, posando su mirada alternativamente entre Mila y yo. Sabía que debía darle algunas respuestas.
-Mila, enseguida volvemos -le dije, mientras le hacía señas a Isaac para que me acompañase fuera de la sala. Nos sentamos en el pasillo, hombro con hombro.
-¿Y bien? -comencé.
-¿Y bien qué? -respondió él.
-Sé que tienes cosas que preguntar.
-Pero te prometí que no haría ninguna pregunta -dijo. Le miré y no pude reprimir una sonrisa.
-Da igual, mereces respuestas.
-Vale, ¿quién es? Porque no es tu madre, ¿no?
-No, no es mi madre. -respondí, mientras notaba como el nudo de mi garganta crecía -Es una vecina.
-¿Y por qué está en coma? ¿Por qué vienes a verla?
Suspiré.
-Porque... fue por mi culpa. Yo lo hice.
No dijo nada, pero sabía que la sorpresa recorría su mente, ansiosa de obtener más información.
-¿Qué quieres decir? -continuó él.Flashback ~ Dia 13 de Abril de 2014, hace siete meses...
Hace tan sólo dos meses desde la muerte de mi madre. Estoy en mi cuarto tumbada en la cama, al lado de Miranda.
-Oli, es viernes por la tarde, tenemos dieciséis años, casi diecisiete, somos jóvenes y tenemos que salir.
-No tengo ganas de salir -respondo.
-Ya, al igual que todos los días. Mira, sé que es duro, pero tienes que vivir tu adolescencia, ir a fiestas, emborracharte y ¡hacer locuras! Vamos, levántate.
Me arrastra por la habitación hasta el armario y nos vestimos. Después, nos dirigimos a las escaleras, bajando hasta la cocina, donde está mi padre.
-Señor Moore, -dice Miranda- vamos a ir a casa de una amiga nuestra, a...estudiar.
-¿En serio? ¿Así de arregladas?
Miro sarcástica a Miranda. Estoy pendiente de que excusa va a inventarse, y a la vez esperanzada de que mi padre no nos deje salir. Antes, rebuscando en mi armario, Miranda había encontrado unos preciosos vaqueros oscuros y desgastados, que había combinado con un top palabra de honor de color rosa fucsia con los bordes rematados con brillantes y unas sandalias negras con tacón y algo de plataforma. Además, se había marcado la raya negra y la había complementado con rimel y pintalabios rosa palo. Para mí había encontrado una blusa de manga larga y blanca, con la espalda abierta y una falda de skater color negro, que había combinado con unas cuñas. Además me había pintado la raya al igual que ella, junto con rimel y pintalabios rojo.
-Oh, señor Moore, nosotras siempre vamos arregladas, somos unas chicas con mucha clase -responde Miranda.
Yo ruedo los ojos, al igual que mi padre, que sonríe sarcástico.
-De acuerdo. Podéis llevaros el coche, pero os quiero de vuelta pronto.
-Sí, señor.
Antes de poder despedirme, Miranda me agarra del brazo y me arrastra hasta la puerta, casi sin dejarme coger las llaves del coche. Salimos de mi casa y nos aproximamos al coche de mi padre. Es un Ford Focus color blanco, un coche precioso por el cual mi padre podría llegar a asesinarme si le hago algo. Abro el coche y me dirijo al asiento del conductor, mientras Miranda se sienta en el del copiloto.
-¿A dónde se supone que vamos? -le digo a Miranda.
-A casa de Erik.
-¿Quién es Erik? Espera. No. ¡¿Erik Becher?! Imposible -respondo.
-Pues si, cariño, Erik macizo Becher.
-Y...¿ puedes explicarme como narices has conseguido que Erik macizo Becher, el tío de último curso que sin duda se ha ganado su apodo a muerte, te haya invitado a su casa?
-Bueno, tengo mis secretos -responde, dedicándome una mirada seductora.
-Que tonta que eres.
Arranco el coche y giro a la izquierda, saliendo del patio de nuestra casa. En frente veo a nuestra vecina, Mila Adams, cuidando su jardín. Cuando estamos lo suficientemente cerca, bajo la ventanilla del coche y me dirijo a ella:
-Mila, ¡Las siete de la tarde y todavía trabajando!
-Chicas, yo ya estoy muy mayor para irme de fiesta como vosotras, pasadlo bien, que yo me quedaré hasta tarde.
-Muchas gracias, ¡Adiós! -gritamos Miranda y yo, ambas al unísono.

ESTÁS LEYENDO
La verdad de soñar ©
Teen FictionTodo el mundo dice que soñar es gratis pero ¿es eso del todo cierto? Romance, problemas, locuras y preguntas inundan las páginas de esta novela. ¿Se encontrará alguna vez la verdad de soñar?