-4- Historia 3 - Ámbar/Volumen 1

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PHILIPPE

Silencio.

Silencio.

Más silencio.
Un silencio llenó mi celda por varios minutos cuando terminé de leer la carta. Las lágrimas salían de mis ojos y caían en el folio donde estaba escrita la letra de Sam. Podía recordar todas las cosas que había escritas en él como si hubieran pasado ayer.
—¿Todo bien?
La entrada de Noah me había desviado los ojos de un punto fijo al que estaba mirando sin darme cuenta. El brillo de mis pupilas hizo suponer a Noah que no todo estaba bien.
—Sam me ha mandado esta carta. Quiere sacarme de aquí.
Pasaron unos minutos hasta que Noah la terminó de leer.
—Tranquilo Philippe. Tú siempre has confiado en ella y ella en ti. Si ella dice que te va a sacar de este sitio de mierda, estoy convencido de que lo podrá conseguir, tarde o temprano.
Ámbar entró y por unos segundos nos miró a Noah y a mí. Observó con normalidad mis ojos goteando.
—¿Qué te pasa Philippe?
—Sam me ha mandado esta carta. Básicamente dice que me quiere y que me sacará de aquí con Matthew. También hay escritas cosas que hemos vivido juntos. Recuerdo cada cosa que ha escrito a la perfección, con todo detalle. Llevo aquí mucho tiempo y nunca he hecho nada por mí mismo. Desde que entré aquí tengo unos bajonazos enormes, ataques de ansiedad... Y creo que es el momento de tenerme un poquito de amor propio.
Ámbar y Noah me observaron con aprecio y con una sonrisa alegre. Nuestras miradas se cruzaban unas con otras.
—Claro que sí, Philippe. Eso es algo parecido a lo que me pasó a mí. Amor propio no me faltó, pero me sobró tiempo para usarlo a mi favor. Me faltó el valor de abrir en canal a los hijos de la grandísima puta que me minaron la autoestima en la infancia y adolescencia. Te voy a contar cómo fue la historia, esta no te la sabes.

ÁMBAR.

Nueve de septiembre. Primer día del instituto en tercero de primaria, me había cambiado de colegio. Era el día de presentación, esto consiste en ir una hora para que el tutor se nos presente, conozcamos a los compañeros de clase y luego nos vamos. Cuando llegué unos minutos tarde todos me miraron. Era la única persona con el pelo teñido. Mis mechas azules atrajeron la mirada de todos en el aula.
—Buenas.
—Hola.
—¿Nombre por favor?
—Ámbar Corona.
—Siéntate por favor. Bien, yo soy Elena Esteban, voy a ser vuestra tutora este año. Esta va a ser nuestra clase, tercero D. Espero que os llevéis bien entre todos...
Ya sabes. Nos soltó una de esas charlas de presentación de mierda. Cuando llevaba tan solo diez minutos la sangre ya me estaba hirviendo. La profesora no se callaba ni un momento, y podía sentir miradas, murmullos, risas... Una sensación de ansiedad recorrió mi cuerpo. Intentaba callarles a todos mirándoles cuando hablaban de mí. En cuanto escuchaba una voz giraba la cabeza y lanzaba una mirada asesina a quien pronunciaba palabra. En pocos segundos me di cuenta de que así solo iba a hacer el ridículo. La profesora no se enteró de nada durante los cincuenta y cinco minutos que estuve escuchando a la gente ponerme como una rara, una guarra o una marginada. Sonó el timbre del instituto, y antes de que sonaran todas las sillas arrastrándose y la gente levantándose, alguno de los cuatro rubitos gilipollas, sigo sin saber quién, gritó Pitufina. Lo escuché, y me levanté al tiempo que todos lo hacían. Cuando miré a esos cuatro de la esquina, vi como todos me estaban mirando con desprecio mientras se reían. Desde ese día fui etiquetada como rarita, pitufa o monsterhigh. Fue aquel día de presentación cuando empezó a joderse todo, en mi interior la necesidad de venganza y de alivio crecía constantemente.

A las dos semanas de la presentación con la clase, mi rutina se había convertido en ir al instituto, llevarme por todos lados y volver a casa. La vez que más me hicieron fue un miércoles de diciembre. Sonó el timbre del patio. Salíamos todos del aula hacia la salida. Había dos turnos de patio, y dos patios distintos. Para ir al nuestro teníamos que hacerlo por unas escaleras de emergencias. Esas escaleras eran de tres pisos, la altura del edificio. Fui de las primeras en salir, y nuestro piso era el segundo. A esa hora nadie salía del tercero, así que decidí subirme a la plataforma de arriba a escuchar música, mientras esperaba los treinta y cinco minutos de patio. Estaba de pie, con las manos en la barandilla viendo a lo lejos las cuatro torres de Madrid. Me fijaba en la altura a la que estaba, y por un momento pensé en que luego me iba a ir a casa a estar tranquila, viendo a Harper. Pero ese pensamiento escapó de mi mente en un instante, estaba muy ocupada defendiéndome de una agresión. Sentí como algo tiraba de mi pelo hacia el suelo. Mi cara dió un giro muy seco cuando de una bofetada me la cruzaron. Después de sentir las gotas de sangre resbalando por los agujeros de mi nariz, sentí que alguien tiraba de mí. Un empujón guió mi cuerpo a rodar escaleras abajo, los tres pisos. Pocos segundos después pude ver cómo todos bajaban, y me miraban la cara, llena de contusiones, heridas y sangre. Supe que habían aprovechado esa hora para que entre tanta gente no supieran quien fueron los culpables. Lo peor es que no les llegué a ver la cara, a ninguno. El resto del curso se convirtió en una espiral de patadas, putadas, palizas, ostias, insultos y humillaciones. Un día que me tuvieron que llevar a urgencias decidí hacer lo que llevaba pensando unas semanas. Sabía a quién tenía que hablar para conseguir lo que quería. Cuando me dieron el alta una semana y media después de entrar al hospital, volví a clase con un brazo escayolado. Ese mismo día salí del instituto y cogí un autobús, el mismo para ir a casa. Pero no, no fui a casa, me fui directa a Madrid sin ni si quiera informar en mi casa. Fui a ver a Jaime. Jaime era un chico que se dedicaba a un trabajo sencillo, su función era muy simple: Tu le pagas y él convierte en cadáver a quien tú le digas.

Philippe Y Noah - Desquiciados 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora