-7- La Noche del Patio

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PHILIPPE

—Madre mía Christian. Lo que necesites dímelo, y una cosa te digo, le echas muchos huevos. Yo no habría podido.

Tampoco sabía qué decirle ni cómo decírselo. Nunca había sido muy amigo de Christian, no me hablaba mucho con él, ni habíamos hecho nada juntos, pero desde que me ha contado esto yo lo veo como alguien que me puede tener para lo que necesite. Supongo que cada uno tiene su drama, pero lo de este chico es otra cosa. 

Horas más tarde, 11:43PM

Tras ver el reloj del despertador, Ámbar y yo nos dimos cuenta que ya eran casi las once menos cuarto, habíamos quedado en el patio más o menos a esa hora. Nos comunicábamos por los pinganillos que conseguimos cuando entré. Casi un año para meterlos aquí, pero valió la pena. Nos salvan de noches interminables en las que nos ponemos a hablar y nos avisamos de los riesgos que corremos cada uno en cada momento. Para todo lo que hacemos aquí, son fundamentales, hasta Alonso tiene uno.

 —Philippe y yo listos—, dijo Ámbar con el pinganillo colocado.

—Listo también—, respondió Christian.

—Preparado—, siguió Nacho.

—Cuando digáis—,  declaró Noah.

Todos estábamos listos para salir de la celda e irnos. 

—¿Alonso?—, le pregunté por el micrófono del pinganillo.

—Dime—, me contestó.

—Todos listos. Cuando me digas salimos.

—Podéis salir ya. Tenéis cinco minutos para llegar al patio, que estoy viendo a Sánchez en la ronda y no tardará en llegar a vuestra galería.

—Todos fuera—, les dije a los demás. Nos encontramos en el pasillo a los pocos segundos. Al reunirnos todos, fuimos directamente al patio, solo debíamos subir unas escaleras. No nos encontramos ningún obstáculo, y nos arrinconamos en una de las grandes rocas del patio, en un ángulo muerto, donde no nos podía ver nadie desde las ventanas, ni nos podía enfocar el faro que iluminaba en círculo el patio. Llevaba cuatro gramos de hachís y dos pastillas azules de éxtasis, no solía consumirlo, pero era una ocasión especial. 

Nada más acomodarnos empezamos a escuchar un sonido, como un avión teledirigido. Era el drone que nos mandó la madre de Christian. De él, colgaba una cesta con unas latas de cerveza. El detalle se agradecía, y más cuando llevas meses encerrado y la cerveza ni la hueles. No solo había cerveza. Paquetes de tabaco, mecheros, papeles y filtros de fumar tabaco de liar. Todo lo que traía nos venía muy bien, la madre de Christian era una de esas madres modernas y enrolladas, que en vez de castigar a su hijo por copiar en un examen, era capaz de ayudarle a imprimir chuletas. Debería haber más madres así. Al fin y al cabo, los chavales de quince años acaban consumiendo de todo, supongo que su madre opina que mejor que lo haga con ella, a que lo haga por ahí sin ningún control. 

Mientras estábamos allí, en la soledad del patio, estábamos teniendo una conversación de las relaciones tóxicas. El tema no me interesaba mucho, por lo que decidí analizar psicológicamente el comportamiento de todos los que estábamos allí, incluyendo el mío propio. 

Ámbar: Contemplando sus palabras, sus miradas, sus gestos y su postura, pude observar que le prestaba cierta atención a Christian. Nos hacía a todos el mismo caso, pero a él de una manera más especial.

Noah: Al igual que Ámbar, se fijaba en Christian de la manera más disimulada posible. La atención que tenía hacia él era más destacada que la que nos prestaba a los demás. 

Philippe Y Noah - Desquiciados 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora