El aire salado golpeaba directo sobre el rostro de Bang Chan. Las estrellas sobre su cabeza eran tan preciosas como las recordaba.
Australia lo recordaba también. Recordaba al chico soñador que había abandonado sus brazos años antes. Pero no lo recordaba de esa forma.
Bang Chan había cambiado. Por supuesto que había cambiado. Había crecido, se había enamorado, había perdido a la única persona que lo amó y lo ayudó a encontrarse a sí mismo, se había graduado, había conseguido cumplir su más grande sueño, había triunfado, había avanzado. Había superado las pesadillas, las sombras que lo perseguían. Había logrado ser más fuerte que todos los fantasmas que colgaban de sus hombros. Había vencido cada miedo que lo había embargado. Se había convertido en la persona que siempre quiso ser.
A él lo tenía siempre presente. No había pasado ni un día sin que su cara, su voz, sus ojos tristes aparecieran en su cabeza y bailaran una tortuosa danza. Era como una película rodando todo el tiempo.
Y a Bang Chan no le molestaba, sino que al contrario, le gustaba. Lo ayudaba a calmarse, lo ayudaba a no olvidarse quién era, a no perder el rumbo. Lo ayudaba a componer, lo ayudaba a escribir.
Habían pasado días, meses, años, y él seguía en su cabeza, su corazón y su alma. Hasta había tomado la decisión de llevarlo grabado en su cuerpo. Fue duro para él, pero era necesario. Chan se había tatuado cosas antes, pequeños tatuajes que le recordaban todo lo que temía olvidar. Lixie no era la excepción, por lo que Chris decidió tatuarse un pequeño cuadro azul, una cama reluciente, un ramo de no-me-olvides y un sol rodeado de estrellas. Felix había dejado una huella que nada ni nadie iba a poder borrar.
Su imagen era tan clara que aquella noche no pudo evitar sorprenderse cuando, por un camino en la playa, un chico de rubios bucles llamó su atención.
No podía equivocarse. Bang Chan sabía que no había lugar para el error ahí. Estaba completamente sobrio, y aunque la luz no era la mejor, nunca podría haber confundido los ojos negros brillantes y las mejillas cubiertas de constelaciones.
El viento cambió de rumbo, ahora en lugar de darle directo a la cara parecía empujarlo hacia la playa. Las muñecas, antes llenas de cicatrices que se moría por ocultar y luego pasaron a ser su orgullo, le dolieron como sólo unas pocas veces lo hicieron. De nuevo una brisita las acarició, bajando hasta la yema de sus dedos. Chan sintió un nudo en su estómago y cómo su garganta se cerraba. No, no había error alguno. Un tirón en la mano lo hizo dar un paso adelante, luego otro más y otro más.
Aquél chico se detuvo. Miró al océano, a la luna, a las estrellas y, por último, como si estuviera guardando lo mejor para el final, se giró a ver directo a los ojos a Chan.
Inclinó la cabeza y frunció el ceño.
Chan abrió aún más los ojos que comenzaron a aguarse. Su boca completamente seca y su corazón latiendo tan rápido y tan fuerte como las olas que rompían en la orilla a metros de él.
Se apresuró a llegar donde estaba el chico. El mismo chico que había amado. Que amaba.
Él estaba ahí, vivo, de carne y hueso.
—Disculpa —lo llamó. El chico le prestó atención. Los ojos más brillantes que antes, con anticipación—. Yo...
—¿Te conozco de algún lado? —preguntó. La misma voz gruesa en el mismo cuerpo angelical.
Imposible.
—¿Felix? —preguntó Chan. La chispa de esperanza que nunca había dejado que se extinguiera tomó mucha más fuerza hasta arrasar y quemarlo todo a su paso.
—¿Cómo sabés mi nombre? ¿Te conozco? —repitió la pregunta.
Chan sonrió. Las lágrimas volvieron a caer por sus mejillas.
Por más que al otro chico la situación le parecía algo rara, no era del todo extraño al sentimiento.
—Al fin te encontré, Lixie.
Ese apodo. Él lo conocía de algún lado.
—Mi padre me llamaba así —dijo—. Desde que se fue nadie nunca me lo dijo.
—¿Tu padre? ¿Lee Yongbok?
—Está empezando a darme miedo la cantidad de cosas que sabés de mí en comparación a las que yo sé sobre vos.
—Podemos solucionarlo —dijo Chan sonriendo—. Mi nombre es Christopher Bang Chan y tengo muchas cosas por contarte. ¿Te parece ir a tomar un café mientras te explico todo?
—Supongo que sí, Christopher Bang Chan. Tenemos todo el tiempo del mundo.
—¿Puedo preguntarte algo antes? —pidió Chan. Ambos comenzaron a caminar de vuelta a la ciudad, lejos de la playa.
—Sí, decime.
—¿Qué hiciste con el cuadro?
Felix se quedó en silencio unos segundos. Observó detenidamente a Chan. Quería hacerle muchas preguntas pero por algún motivo que él desconocía, no pudo.
—Lo quemé. No soportaba ver mi reflejo allí.
Chan soltó una risita y movió la cabeza apenas. Felix volvió a mirarlo confundido.
—Es como Dorian Gray pero...
—Al revés —concluyó Felix sonriendo—. Sí.
—Me alegra que lo hayas hecho —dijo Chan luego de un rato en silencio—. La realidad es mucho mejor que la ficción.
Chan pudo observar cómo el rubor cubría las mejillas repletas de pecas de Felix y no pudo evitar volver a sentir las mariposas que tanto pensó que había perdido.
Mientras observaba al chico angelical que pensó nunca existiría, Chan recordó la frase de Van Gogh que Hyunjin siempre adoraba repetir. "El arte es para consolar a aquellos que están quebrantados por la vida". Felix había llegado a su vida a consolarlo, a darle un nuevo sentido, a darse cuenta de que, en realidad y al contrario de lo que él creía, no estaba roto.
Felix fue su consuelo alguna vez. Ahora debía dejarlo ir. La vida ya no iba a quebrantarlo nunca más.
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El chico del cuadro azul // CHANLIX
Fiksi PenggemarTal vez lo único que Bang Chan necesitaba para ver más allá del blanco y negro era un extraño de mirada triste. ------------------------- ACLARACIONES: - Es una historia con capítulos cortos, aún no finalizada. - Tiene modismos argentinos. Si hay al...