𝐈𝐈𝐈. 𝐂𝐈𝐆𝐍𝐎 𝐍𝐄𝐑𝐎

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TRES. CISNE NEGRO

Lucrezia arrojó esa incómoda chaqueta al sillón esmeralda, y miró fijamente cada miserable esquina de la habitación

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Lucrezia arrojó esa incómoda chaqueta al sillón esmeralda, y miró fijamente cada miserable esquina de la habitación. Habría preferido comprar algún departamento decente por encima de esa «habitación extravagante y costosa». Nada podía compararse con lujos italianos, propiedades inalcanzables hechas con lingotes de oro. Soltó un leve suspiro descalzándose de los tacones, disminuyendo su estatura; hermosura evidente podía vislumbrarse desde cualquier ángulo.

Avanzó hacia el refrigerador y, sin considerar cuántas cosas hubiera, inmediatamente tomó una cerveza. Han seo miraba todo desde la entrada; estudiando sus movimientos, embelesándose con tan bella silueta seductora y atrevida. Esa muchacha no tendría que ponerse vestimentas escarlatas para volverse sensual, porque ya lo era.

— ¿Dónde puedo encontrar a mi hermano? —preguntó, bebiéndose la cerveza y manteniendo una expresión tranquilizadora. No parecía disgustada por tener insuficiencia de alcohol en la sangre.

— ¡Oh, claro! —contestó, viéndose atemorizado. La muchacha inmediatamente alzó las cejas; era evidente que sufría violencia doméstica—. Puedes encontrarlo en Geumga Plaza. Está aliado con un bufete de abogados, y es un consigliere para ellos.

— Mañana les haré una visita. ¿Quieres venir conmigo?

— ¿Ir contigo? Quiero decir, ¿es una pregunta?

— ¡Claro que es una pregunta! —dijo, mirándolo como si le hubiese crecido una segunda cabeza. Extrañada, colocó la cerveza sobre una mesa auxiliar—. No sé cómo funcionan las cosas en tu vida, pero tienes opciones conmigo. Si quieres venir, vienes; si te quieres ir, te vas. No tienes por qué permanecer cuando quieres marcharte. Solo obtendrás tranquilidad tomando tus propias decisiones.

Han seo tenía un rostro hermoso; cejas pobladas, ojos marrones y fascinante mirada brillante. Cargaba siempre una expresión adorable, pareciendo esperanzador; debía guardar también gritos y quejas, imperdonables sentimientos colmados por dolor. Lucrezia conocía bien a ese tipo de personas, las que fueron silenciadas mediante dolorosas torturas propiciadas por familias disfuncionales. Por eso, quería protegerlo, aunque no haciéndolo tan evidente.

Podía hacerse una vaga idea de cuántos golpes, insultos y otras humillaciones inhumanas soportó durante tantos años. Jang Han seo posiblemente tenía quebrantada su alma; pero sus sentimientos yacían colmados de tranquilidad, no intenciones homicidas ni psicópatas. Él viviría siendo esa débil víctima ante su agresor, y no reaccionaría hasta hallarse con acontecimientos devastadores. Lucrezia quería cuidarlo, protegerlo..., aunque no cual hermano pequeño.

— Entonces, iré contigo.

— De acuerdo —asintió—, caro mio.

— ¿Qué significa eso? —preguntó, dominado por la curiosidad.

LUCREZIA CONTRA BABEL | Jang Han-seoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora