𝐗𝐕. 𝐇𝐀𝐍 𝐒𝐄𝐎 𝐄 𝐋𝐔𝐂𝐑𝐄𝐙𝐈𝐀

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QUINCE. HAN SEO Y LUCREZIA

— ¿Estás completamente seguro de que te sientes bien?

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— ¿Estás completamente seguro de que te sientes bien?

— Fue solo un rasguño. Vincenzo obedeció órdenes.

— Y tú eres un imbécil por darle tales órdenes.

— Supongo que soy así de imbécil.

La italiana rodó los ojos; no entendía cómo podía estar tan despreocupado habiendo recibido un condenado disparo. Tendría que controlarse para no terminar armando otro escándalo. Por supuesto, también probó bocado del sushi que él estaba comiendo.

Él no podía aguantarse la risa mientras bebía un té helado. Sentía gran alegría por haber contribuido contra su corrupto hermano. Lucrezia únicamente estuvo dedicada a observarlo; esa tímida sonrisa, los tiernos ojos marrones resplandeciendo, y las mejillas enrojecidas. Han seo era hermoso, demasiado guapo para siquiera ser real. Por un momento, anheló poder metérselo en un bolsillo y llevárselo muy lejos, a su propio territorio, donde nadie pudiese molestarlo nunca más.

— ¿Por qué? —preguntó con suavidad.

— No entiendo. ¿Qué dices?

— Te he dicho que no pretendía quedarme. Sin embargo, tampoco quieres irte conmigo. Lo nuestro está destinado al fracaso. ¿Por qué? Respóndeme, ¿por qué, todavía, sigo queriéndote?

— Me quieres tanto como te quiero a ti.

Lucrezia esbozó una sonrisa; parecía bastante triste. Pero se quedó mirándolo por incontables horas; lo ayudó a subirse a la camilla, y entrelazó sus manos mientras él, lentamente, iba quedándose dormido. Permaneció ahí durante mucho tiempo. Han seo no escuchó su llanto desgarrador mientras estuvo inconsciente. No vio las dulces lágrimas escurriéndose por sus mejillas; ese semblante, casi siempre impasible, fragmentarse en muecas dolorosas, y quebrarse.

El corazón terminó quebrantándose, las emociones no pudieron contenerse y lloró hasta quedarse sin lágrimas, besándole las suaves manos al muchacho, implorándole misericordia. Lucrezia estaba enamorada. La Principessa Cassano estaba enamorada. Pero ese amor nunca podría ser, porque pertenecían a mundos diferentes, y ella jamás permitiría que estuviese expuesto a constantes peligros. Ella sabía qué clase de vida acabarían llevando en Milán.

Suavemente, besó su frente, todavía llorando, y luego repitió el mismo proceso besándole aquellos labios entreabiertos. Podría ser considerado una despedida que, de cualquier manera, debía acontecer.

Ti amo. Qualunque cosa tu faccia, vivi. Farò anche l'impossibile per assicurare il tuo benessere.

Se secó las escurridizas lágrimas, bruscamente.

Las princesas no debían llorar. Teniendo esa promesa en mente, besó dulcemente aquellos labios por última ocasión, y abandonó esa helada habitación asegurándose de abrigarlo bien. El séquito realizó una inmediata reverencia; nadie preguntó por qué sus ojos estaban enrojecidos. Guardaron una espléndida discreción. Pronto, ella fue aproximándose hacia su más reconocido guardaespaldas; era el mismo hombre que informó sobre el inesperado accidente.

LUCREZIA CONTRA BABEL | Jang Han-seoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora